El mandatario estadounidense Donald Trump pronunció su tercer discurso del Estado de la Unión. La intervención tuvo una duración de 78 minutos y desde principio a fin fue concebida como un discurso de campaña electoral en el que prevaleció el egocentrismo sin límites, las falsedades y el espectáculo político. Cada palabra, gesto, insinuación y lenguaje extraverbal de Trump fue diseñada meticulosamente y casi no hubo margen a la improvisación. El mundo fue testigo en poco más de una hora de una especie de reality show político.
Más allá del contenido de la intervención de Trump, durante la noche ocurrieron tres hechos que han captado la atención mediática y se han vuelto virales en las redes sociales. Primero, la presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, no presentó al mandatario estadounidense como tradicionalmente se hace en este tipo de eventos: «tengo el alto privilegio y honor de presentar al presidente de Estados Unidos». Segundo, Trump se negó a saludar a la Pelosi cuando esta le extendió su mano. Tercero, la líder de la mayoría demócrata ante las cámaras de televisión rompió con marcada rudeza su copia del discurso de Trump y posteriormente afirmó que fue apropiado su comportamiento porque el texto era un «manifiesto de falsedades».
Estos tres hechos son muy ilustrativos y son ejemplos concretos del contexto de profunda crisis sistémica que vive la nación estadounidense. Un presidente se dirige a la nación y al mundo para decirles que es «el mejor mandatario de la historia» en el mismo instante en que está siendo sometido a un proceso político para destituirlo por razones tan graves como: abuso de poder y obstrucción al Congreso. Por su parte, la presidenta de la Cámara de Representantes muestra sin vacilaciones su total desaprobación no solo con el contenido del discurso sino con lo que Trump representa en términos de investidura oficial, liderazgo, proyección internacional y sentido común. Por lo tanto, estamos ante ejemplos concretos de manifestaciones políticas que reflejan la grave enfermedad de un sistema político corrupto y deslegitimado o lo que algunos especialistas denominan como un broken system. En este entorno, se inserta la intervención o más bien el espectáculo de Donald Trump.
El discurso del mandatario es una mezcla de egocentrismo, arrogancia imperial y mensajes calibrados para su base electoral principal. No obstante, también se dirigió a otros sectores del electorado como los jóvenes y los afroamericanos, lo que evidencia la necesidad de cautivar a segmentos dentro de estos grupos para estar en condiciones de conformar una coalición que le permita imponerse en los estados altamente competitivos. Con relación al contenido, abordó temas como la situación económica del país, las políticas sociales en materia de educación y salud, la seguridad del territorio continental, la política de defensa y la proyección externa estadounidense. Sobre este último aspecto, mencionó a Cuba y Venezuela, así como brindó un espaldarazo al desacreditado Juan Guaidó, quien después de una agónica espera en Estados Unidos por un encuentro con Trump fue invitado al Congreso para presenciar este show vergonzoso.
El mandatario inició su alocución resumiendo lo que proclamó como sus «increíbles resultados» al frente del gobierno que se han constituido en una especie de slogan y que Trump repite sistemáticamente: los empleos prosperando, los ingresos creciendo, la pobreza cayendo, el crimen decreciendo, la confianza resurgiendo y Estados Unidos siendo respetado nuevamente en el mundo. De esta manera rápida y simplificada, Trump muestra sus «principales logros» que en realidad constituyen una retórica artificial que choca con una realidad política en la que amplios sectores de la población estadounidense piden a gritos un cambio profundo en lo económico, político y social.
Con el claro propósito de movilizar a sectores del electorado profundamente chovinistas y conservadores, el mandatario emplea el recurso de la «nación perfecta» al proclamar que «en solo tres años he desterrado la mentalidad del declive americano (…) estoy entusiasmado de decirles que nuestra economía es la mejor que jamás hemos tenido. Nuestro poderío militar está completamente reconstruido, nuestras fronteras están seguras y nuestras familias están floreciendo, los valores están renovados y nuestro orgullo está restaurado. Por estas razones, yo digo que el estado de nuestra unión es más fuerte que nunca antes». Por si fuera poco, Trump culmina este segmento afirmando que están construyendo la sociedad «más próspera e inclusiva del mundo». En esencia, este es el mundo que recrea en su mente que está muy distante de la realidad de esa nación, lo que sugiere a cualquier observador concluir que esto es una gran fantasía política que solo es posible en Trumpilandia.
Sobre esta última alusión y dando muestras de su necesidad por persuadir al sector joven del electorado, precisó que el próximo paso para construir una sociedad inclusiva es «asegurarnos que cada joven en Estados Unidos tenga una gran educación y la oportunidad de lograr el sueño americano», lo que constituye un mensaje para el segmento de la juventud más desfavorecido y de menos ingresos entre los que sobresalen los afroamericanos y los hispanos. En este sentido y con una fuerte carga retórica, enfatizó que cada joven debe tener un entorno seguro y debe garantizarse una nueva generación saludable y libre de drogas, lo que no es posible lograr en un país con profundos problemas estructurales donde se repite interminablemente el ciclo de la violencia.
En materia de defensa y seguridad interior, el mandatario destacó que han invertido grandes recursos en el poderío militar como en los casos de aviones, misiles, barcos y lo que calificó como «otros tipos de equipamiento militar». Además, puso especial énfasis en la reciente creación de la denominada Fuerza Espacial de Estados Unidos. En el área de la seguridad, señaló que la agencia ICE durante el 2019 arrestó a más de 120 mil criminales extranjeros lo que desglosó en las siguientes cifras 45 mil asaltantes violentos, 10 mil ladrones, 5 mil asaltantes sexuales y 2 mil asesinos.
Las referencias al incremento de las capacidades militares estadounidenses, constituye un mensaje a los sectores republicanos más conservadores vinculados a la industria del armamento que tienen como una de sus prioridades esenciales el reforzamiento del poderío militar y el culto permanente a la doctrina del Destino Manifiesto. En este segmento dentro del Partido Republicano, se concentra una parte importante de los grandes donantes para las campañas republicanas y dentro de sus principales exigencias está reflejar a nivel político la importancia del desarrollo y expansión del armamento estadounidense, lo que Trump ha cumplido de manera invariable durante su gestión presidencial.
El manejo de los datos vinculados a los inmigrantes que cometen delitos en Estados Unidos que nadie podría asegurar que son exactos, tiene la intención de mostrar resultados concretos ante el segmento de electores que aprecia a la emigración como una amenaza no solo a la seguridad nacional estadounidense sino a sus propios intereses. Este es el sector que aboga por la construcción del muro, por la deportación de emigrantes y por las redadas o cacerías en varias ciudades donde estos se asientan. Trump en sus pronunciamientos públicos, de manera sistemática, se dirige a esta clase blanca trabajadora que, de manera abierta, declara que su apoyo al mandatario estadounidense está condicionado a que mantenga y refuerce la aplicación de políticas antiinmigrantes.
En cuanto a América Latina y el Caribe, en el discurso se hace mención a Cuba y Venezuela apegándose a la retórica habitual que ha empleado contra estas dos naciones. Sus pronunciamientos no son novedosos y se enmarcan dentro de propósitos claramente electorales. Las referencias a La Habana y Caracas se enfocan en los mismos términos que exigen los sectores que en Estados Unidos defienden la política de sanciones y que han comprometido su voto en las elecciones presidenciales.
No obstante, en esta ocasión se incorporó un elemento nuevo que fue la presencia del autoproclamado Juan Guaidó en el Congreso estadounidense, lo que se inscribe dentro de la estrategia de Washington de oxigenarlo internacionalmente atendiendo a que se encuentra en su peor momento hacia lo interno de Venezuela a partir de su creciente pérdida de credibilidad, liderazgo y capacidad movilizativa. La necesidad de Trump por reforzar el mensaje de que Guaidó es como afirmó: «el verdadero y legítimo presidente de Venezuela» es una expresión que la farsa que se construyó en Washington en torno a este personaje no ha podido fructificar y, en la práctica, desde hace varios meses el gobierno estadounidense se encuentra «empantanado» en esta situación. Trump se vio forzado ante el mundo a gritar y vociferar esta aseveración porque es lo único que puede hacer ante un cadáver político que tratan de reanimar.
Cuando el mandatario estadounidense abordó este tema, también añadió la ya monótona píldora sobre el «fracaso de los sistemas socialistas» que constituye un recurso para infundir miedo, temor y rechazo en el electorado sobre cualquier propuesta, idea o alusión referente al socialismo ya sea «democrática o socialdemócrata». Esta vez dijo: «El socialismo destruye naciones». Trump que carga permanentemente con sus demonios, su juicio político y sus luchas de poder, no tiene autoridad moral para realizar ningún comentario sobre capacidades destructivas porque él en sí mismo encierra la principal fuente de inseguridad internacional, lo que ha hecho que desde su toma de posesión el mundo y la sociedad estadounidense sean lugares más inseguros y ha contribuido al incremento de las tendencias supremacistas, fundamentalistas y neofascistas a nivel mundial. Eso es realmente lo que está dejando Trump no solo como «Estado de la Unión» sino como «Estado del Orden Internacional».
Comentarios