Contrapunteo

El ducado tendrá un Petro en el zapato

20 jun. 2018
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Colombia ya tiene nuevo presidente. En el balotaje también se cumplieron los pronósticos de las encuestadoras e Iván Duque se alzó con el puesto en la Casa de Nariño. En un mundo donde los medios tradicionales van perdiendo la hegemonía de las primicias, un video aficionado hecho con un móvil fue el que le dio la vuelta al mundo en el minuto en que se conocían los resultados: mostraba a Duque celebrando eufórico en familia y con los cercanos de su campaña. Poco después iba a una plaza pública en Bogotá para dirigirse a sus votantes y lanzar las primeras promesas post elección.

Resaltemos las más importantes: no se harán trizas los acuerdos de paz con las FARC pero habrá correcciones; es de prever que se traten de dos piedras en el zapato para los detractores de la paz: la presencia de los exguerrilleros en el legislativo y el estatus jurídico-legal para los ahora desmovilizados. Sacar al partido político Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común del Congreso y cárcel para sus máximas figuras son dos de los «arreglos» que seguramente intentará el mandatario electo. Duque habló además de dejar atrás la polarización —polarización que ayudó a engendrar y acentuar— y crear consensos, unir al país. En teoría, ideas brillantes, solo que tienen más de demagogia que de certezas, si nos guiamos por sus antecedentes, pues la duda y el escepticismo se ponen a la orden del día.

Duque es un político muy joven, de hecho, el presidente más joven que ha tenido Colombia en su historia reciente. Más que el tema etario, lo que sucede es que ha tenido una incursión empresarial sustanciosa, en Washington fundamentalmente, así que podrá imaginarse dónde aprendió el modelo económico que pretende gestionar ahora como cabeza de Estado, pero no se ha visto aparejada su actividad política. Más bien, para complementar su currículo, hizo un curso acelerado. Su hoja de vida en materia de servicio público resultó ser la más corta de todas las de los candidatos presidenciales.

Sabe camuflarse y cambiar de acera de acuerdo con sus intereses. Lo «descubrió» el saliente mandatario Juan Manuel Santos, hizo carrera en su equipo de trabajo y cuando exprimió suficiente esta tajada, se vendió a un aparentemente mejor postor, y que resultó el ideal, pues Álvaro Uribe, su padre en estas lides, lo catapultó y llevó a lo más alto del país. Sentados uno al lado del otro, cual colegiales, en el Senado fue tiempo suficiente para aprender mañas y trazar la estrategia perfecta que hiciera que Uribe volviese al poder a través de un elegido.

¿Títere o aliado? Ahí está el verdadero reto. Duque ha intentado hacer ver que no es Uribe, aunque son del mismo partido ultraderechista Centro Democrático, por lo que comparten visiones y ambiciones. Pudiera resultarle infiel al expresidente y distanciarse para adquirir personalidad propia, es a los que aspiran algunos votantes desesperados no tan amantes del pasado uribista, pero tiene que tener en cuenta que buena parte del capital político que lo hizo ganar el 17 de junio con el 54% de los votos se lo debe precisamente a los uribistas confesos. Y si quisiera repetir mandato en 2022, distanciarse ahora no sería inteligente.

Quiero reservar el final para el contendiente perdedor: Gustavo Petro quedó a menos de dos millones de votos de la presidencia. Perdió pero alcanzó un respaldo impensable: 8 millones de votos, para que se tenga una idea, más cantidad de la que llevó a Santos a la presidencia en 2014. Jamás la izquierda se había visto con tal fuerza, por lo que ahora, y por primera vez, es la oposición más fortalecida que bien podría —y debería— ponerle freno a un Duque eventualmente desatado.

El liderazgo de esta fuerza anti-Duque podrá ejercerse entonces desde el mismísimo Senado, donde Petro tendrá ahora un asiento, al ser el contendiente que quedó en segundo lugar.  En esa cámara Centro Democrático tiene mayoría, y aunque los partidos de centro-izquierda cuentan con pocos escaños, su sumatoria haría la diferencia con el fin de torpedear las iniciativas oficialistas. Sobre todo, cuando el país se aboca a una probable concentración de poderes, pues el próximo 20 de julio toma posesión el nuevo Congreso y se elige a su presidente, puesto para el que está propuesto —y generalmente asume el senador más votado como es el caso— Álvaro Uribe. De ser así, el exmandatario sería además del mentor e impulsor de Duque, la persona que el 7 de agoto le imponga la banda presidencial.

Dicen que no vale hablar de lo que hubiera sido y no fue, pero en este caso, los colombianos tienen que sacar una lección, si Sergio Fajardo y Humberto de la Calle no hubiesen llamado al voto en blanco, remontar a Duque hubiese sido una posibilidad cierta. Hay momentos en la historia en que se impone hacer concesiones, más para hombres que no tienen pensado volver al ruedo político, como han expresado Fajardo y De la Calle, decantarse por Petro no le hubiese traído mayor costo político, pero primaron intereses personales por encima del pensamiento colectivo y los intereses de país.

El miedo y la simplicidad de la política hecha a golpe de marketing dieron la victoria a Duque y se la arrebataron a Petro. La ingenuidad de buena parte del electorado les hizo otra vez, como durante la campaña para el plebiscito de paz de 2016, creer consignas vacías. Ellos no ven más allá de slóganes, y acuñan frases carentes de sentido como «otra Venezuela», «el fantasma del castrochavismo», «las expropiaciones de bienes». No fue así para los votantes de la Colombia rural, la que ha sufrido de cerca los horrores de la guerra, la que concentra a las poblaciones afrodecendientes e indígenas que viven el asesinato selectivo de sus líderes, el Pacífico se tiñó prácticamente todo de rojo petrista en las dos vueltas electorales. Bogotá también le dio la espalda al vencedor. 

El que conoce la historia colombiana sabe que, a pesar del triunfo de Duque, el cambio se está sintiendo, con pasos cortos pero firmes. Solo es cuestión de no flaquear en el intento por reconfigurar un país acostumbrado a la guerra, que necesita paz y democracia.
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