El pasado 3 de marzo, Antony Blinken pronunció un discurso titulado: “Una política exterior para el pueblo estadounidense”. Su intervención fue calificada por él mismo como su primer “major speech” lo que significa en términos prácticos que es una alocución importante y de alcance estratégico al trazar las prioridades esenciales para la política exterior estadounidense. En esencia, el secretario de Estado anunció cómo su país tiene previsto emplear la diplomacia para cumplir con sus objetivos nacionales.
El discurso de Blinken se estructuró en tres componentes esenciales: las preguntas claves que orientarán la visión de la política exterior del gobierno de Biden; los “principios perdurables” en su proyección hacia el mundo y las prioridades que marcarán el despliegue de la diplomacia estadounidense.
Su intervención tiene dos ingredientes fundamentales: 1) un fuerte voluntarismo al delinear las líneas de deseos o aspiraciones que pretenden alcanzar sustentadas en ocho “súperprioridades” y 2) dosis de realismo al reconocer determinados desafíos como resultado de la compleja situación interna que vive Estados Unidos y los retos impuestos por el escenario internacional.
Por esta razón, la intervención de Blinken tiene también dos dimensiones. La más visible está enfocada en delinear un mundo que está por construir que gira en torno a cuatro ejes principales en el que Estados Unidos es capaz de: 1) liderar exitosamente la lucha contra la COVID – 19 a escala global 2) encabezar la recuperación de la economía internacional 3) revonar la democracia a nivel mundial salvando al mundo del “autoritarismo” y el nacionalismo y 4) manejar adecuadamente el gran reto geopolítico que significa China.
Todas estas pretensiones esbozadas en la intervención, elaboradas desde una retórica apegada al excepcionalismo estadounidense y con una clara proyección imperial, tendrán que ser probadas en dos terreros muy complejos: la realidad interna estadounidense y el contexto global.
Estos dos escenarios simultáneos, le impondrán límites a la capacidad del actual gobierno para avanzar en sus metas ambiciosas de configurar un mundo postpandemia en correspondencia con su imaginario y según los términos en que se lo representan. Por cuestiones obvias, esta dimensión es la menos abordada en la intervención, aunque es evidente que Blinken toma como punto de partida un Estados Unidos debilitado en su hegemonía.
De acuerdo a su discurso, la política exterior del gobierno de Biden parte de tres preguntas claves: ¿qué significa la política exterior para los trabajadores estadounidenses y sus familias? ¿qué necesitamos hacer en el mundo para ser más fuertes en casa? ¿qué necesitamos hacer en casa para ser más fuertes en el mundo?. Según el Secretario de Estado, lo más relevante es que las respuestas a estas interrogantes ya no son las mismas que en el 2009 y en el 2017 debido a los cambios significativos que han ocurrido tanto en “casa como en el mundo”.
Lo más desafiante y los mayores obstáculos están vinculados a que estas dos realidades que Washington necesita transformar, están caracterizadas por las manifestaciones de problemas estructurales tan graves y profundos que no tienen solución en el corto ni mediano plazo. El poderío actual de Estados Unidos no es capaz de darle respuesta a estos retos por sí solo y está forzado a cooperar como una opción para lograr determinados avances que, en lo inmediato, no conducirán a cambios sustantivos de la situación actual.
Los principios que constituyen la guía de este nuevo enfoque son los siguientes: 1) el liderazgo americano y la política del engagement es imprescindible 2) la cooperación es necesaria hoy más que nunca porque ningún desafío global puede enfrentarse por una sola nación 3) la diplomacia es la mejor manera de lidiar con los retos actuales 4) las fuerzas armadas deben ser las más poderosas del mundo y nuestra habilidad de ser efectivos en la diplomacia depende en no poca medida de la fortaleza del instrumento militar y 5) enfocarse en la solución de las causas de los problemas que incorpore una visión estratégica más allá de lograr progresos en el corto plazo.
Estos elementos declarados como “principios” no son novedosos y constituyen un reciclaje de la concepción del denominado “poder inteligente” de Obama que defendió una mayor inclinación hacia el empleo de los instrumentos del llamado “poder suave”. No obstante, las circunstancias para su implementación han cambiado radicalmente y esas exigencias determinan que la “suavidad” de esos instrumentos necesariamente se “endurezca” en su implementación práctica atendiendo a las urgencias y necesidades de Washington por hacer prevalecer sus intereses. En ese sentido, se producirá la contradicción entre la retórica política y la realidad.
Con relación a las prioridades, Blinken identificó las siguientes:
1) detendremos la COVID – 19 y fortaleceremos la seguridad de la salud a escala global.
2) daremos un vuelco a la crisis económica y construiremos una economía global más estable e inclusiva.
3) renovaremos la democracia porque está amenazada.
4) trabajaremos para crear un sistema de inmigración efectivo y humano.
5) revitalizaremos nuestros vínculos con nuestros aliados y socios.
6) enfrentaremos la crisis climática y conduciremos una revolución de energía verde.
7) aseguraremos nuestro liderazgo en tecnología.
8) manejaremos la mayor prueba geopolítica del siglo XXI: nuestra relación con China.
Un elemento significativo es que cada una de estas prioridades, esencialmente constituyen un reflejo a su vez de crecientes debilidades que tiene Estados Unidos para su propio cumplimiento y constituyen un reflejo de los límites de su poderío. Por lo tanto, aunque enfocadas en la narrativa de Blinken desde una perspectiva de metas a alcanzar hasta con cierto optimismo, son en realidad múltiples crisis que enfrenta el gobierno estadounidense y se erigen como los principales obstáculos para la pretendida renovación del liderazgo americano.
El discurso de Blinken debe analizarse no desde la visión de lo que Washington pretende hacer de ahora en adelante y asumiendo sus palabras, porque podríamos ser atrapados por un entusiasmo ingenuo que nos desdibujaría su esencia imperial. Sería pertinente juzgar el rumbo de la política exterior por sus manifestaciones prácticas y consistencia con lo declarado que, en definitiva, siempre será un ajuste en los métodos para preservar los mismos objetivos hegemónicos. En estos tiempos tan cruciales plagados de retos y amenazas, no corresponde reconfortarnos o resignarnos diciendo simplemente: “cualquier cosa es mejor que Trump”.
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