Otra vez hay un intento de diálogo sobre la crisis política en Venezuela, esta vez en Oslo, capital noruega. Poco se sabe de él y justamente es esa su mayor virtud, porque está más que demostrado que, de hacerse demasiado público el debate, éste acaba condicionado y prácticamente subordinando al manejo tendencioso de los medios de comunicación, los cuales terminan entablando un diálogo paralelo ante cámaras y micrófonos que suele sabotear el oficial.
Por tanto, es muy saludable que las conversaciones entre los representantes del gobierno de Nicolás Maduro y la oposición se mantengan aisladas y descontaminadas de todo tipo de mediaciones; como también resulta factible que tengan como escenario un sitio fuera del país, un territorio neutral, con un equipo de políticos experimentados en cuestiones de dirimir conflictos. Noruega, junto a Cuba, fue un actor clave en el proceso colombiano de paz, bien puede servir tal experiencia en este otro conflicto, que si bien no armado, mucha sangre ha visto derramarse y más aún, ha enconado a toda una sociedad que hoy día es la comidilla mundial con los más perversos enfoques sobre su realidad verdadera. De hecho, ha trascendido el nombre del diplomático noruego Dag Nylander, quien fungió como garante en la negociación colombiana, como uno de los que interviene en este esfuerzo de entendimiento venezolano.
La cuestión es si servirá de algo este intercambio político, si dará frutos para revertir la espiral de ataques contra la administración bolivariana y de una vez por todas poner fin a la ingobernabilidad, porque si bien ninguna de las acciones opositoras para derrocar al chavismo ha funcionado, el jaque constante ha impedido justamente eso, gobernar. Nicolás Maduro vive de respuesta en respuesta, de reacción en reacción, no sale de una coyuntura para entrar en otra, y ello repercute en el desenvolvimiento económico y social del país. En palabras simples, si hay que ocuparse de desarticular frustrados magnicidios, de encarcelar cabecillas de playa con pésimas intenciones, de cerrar fronteras ante el acecho del enemigo, de gritarle las verdades al contrario, poco tiempo físico queda para diseñar estrategias de mediano y largo plazo que permitan relanzar al país y sacarlo del bache.
Si pensábamos que contra Hugo Chávez se había intentado todo, baste medir el cerco impuesto a Maduro para notar el recrudecimiento de la embestida. Mas cuando el venezolano común no se dedica a distinguir entre una etapa y otra, y simplemente tiene a esta altura una acumulación de sucesos que impactan en su cotidianidad. Lo sensible del tema es que, a una parte no despreciable de esa ciudadanía, alejada de la política o desinteresada en ella, junto a otra que es fácilmente manipulable, poco le importa quienes son los buenos y quienes los malos; su único problema es tener qué comer sin que sea una batalla campal, acceso a medicamentos y servicios sanitarios y que su dinero valga para satisfacerle las esencias de la vida. En lugar de eso, han tenido que sufrir todo tipo de penurias, escasez y violencia entre hijos de una misma patria.
La oposición ha ido cambiando de rostro pero no de padrino. La derecha regional dirigida desde la Casa Blanca, ha construido líderes con la misma facilidad que cada uno de ellos ha salido vencido, por lo que han resultado prácticamente desechables para sus creadores. Y no es poco el respaldo interno y externo que han logrado en la lucha por «la salida» de Chávez primero, de Maduro después, sin embargo, tal capital lo han dilapidado por una consecución de ambiciones y egos, sin tener en cuenta los intereses de la masa que los secunda.
Ahora toca el turno a un personaje de trayectoria poco conocida que se prestó para la osadía mayor de hacerse y creerse presidente interino del país por autodenominación. Juan Guaidó pasó de proclamarse en una plaza Jefe de Estado, de nombrar gabinete y embajadores por el mundo, de supeditarse ciegamente a las instrucciones estadounidenses, a formar un reducido equipo de interlocutores con Maduro y su gente. Quienes le arroparon ya lo señalan como traidor; definitivamente no aguantó tanta presión y al saberse desprotegido por sus mentores una vez que el plan falló, busca una mejor salida a la cárcel que le espera en suelo venezolano.
Los que dialogan en este minuto con el oficialismo no son aquellos recalcitrantes de antaño con más experiencia en el arte de oponerse a todo lo que huela a progresismo social. Esos de entonces se sentaban a la mesa a buscar una salida política y tras bambalinas daban órdenes bien diferentes y más guerreristas. Pero a ese grupo se le conocía mejor que a los nuevos improvisados que, a pesar de tener similares pretensiones, poco se sabe del alcance de su empeño. No digo con esto que unos sean mejores que otros, aquellos quemaban a personas en plena calle por simpatizar con la causa bolivariana, estos dejan morir niños a la espera de costosos tratamientos y usan tan dolorosos hechos para multiplicar titulares que acorralen al «régimen».
A juzgar por la historia de diálogos fallidos, el actual no parece hacer la diferencia. Sobre todo, por la propia fragmentación que hay a lo interno de la oposición. No hay un frente común y lo que en Oslo se lograse bien pudiera ser violado por quienes no formaron parte de la iniciativa.
Lo positivo de este ejercicio es la demostración del carácter democrático de la parte chavista. En primer lugar, reconoce a la masa que disiente y la invita a pactar términos de convivencia civilizada por un bien mayor. Desde el otro lado, el paso hacia la negociación es también el reconocimiento a la legitimidad del gobierno bolivariano y el convencimiento del fracaso de toda maniobra diferente al diálogo.
¿Qué se discute? Aunque la agenda es tan secreta como reservadas las reuniones, es presumible que un calendario electoral está sobre la mesa, tal y como lo estuvo en diálogos anteriores. El gobierno en el poder jamás se ha negado a medirse en las urnas, más bien se ha sobrexpuesto al escrutinio popular con saldo favorable mayoritariamente. Como en anteriores casos, también debe pactarse el futuro de las figuras de la oposición que están tras las rejas, tema en el que la gestión chavista ha cedido más de una vez, teniendo en cuenta que ni siquiera ha sido tan severa a la hora de juzgar a sus detractores o si no, fueran muchos más los despojados de su impunidad y los encarcelados con penas más rigurosas por la conspiración y el caos que han provocado.
La aceptación de la comunidad internacional a esta propuesta pacifista es tan variada como criterios se tienen sobre el presente y futuro de Venezuela. Obviamente a quien más disgusta este acercamiento es a aquellos que desde Washington le han apostado a todo, incluso a los cañones, para sacar a Maduro de en medio. Estados Unidos y sus aliados más radicales consideran que Guaidó ha capitulado frente al «gran dictador». Seguramente ya están cocinando otro plan con nuevos actores más leales que el último de sus títeres.
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