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El día que el coronavirus detuvo la tierra

17 mar. 2020
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A nivel global hay una palabra que se repite en cualquier lugar. En la televisión, la radio, la prensa escrita, cuando nos conectamos en las redes sociales; no podemos escapar del temido «nuevo coronavirus» y sus fatales consecuencias.

Recuerdo haber escuchado hace mucho tiempo, no puedo asegurar la fuente, sobre algo conocido como la enfermedad «X», un padecimiento capaz de poner el mundo al revés como hace mucho tiempo lo hizo la peste negra, la gripe española o aún lo hace el cáncer, el ébola o el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), por solo citar algunos ejemplos.

Y es que aunque se manejen teorías conspirativas de gobiernos que intentan desacelerar el crecimiento poblacional, lo cierto es que quizás es la naturaleza quien busca su propia manera de batallar contra los irreparables estragos que hacemos a diario.

De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS), el COVID-19 es la enfermedad infecciosa causada por el coronavirus que se ha descubierto más recientemente. Tanto el nuevo virus como la enfermedad eran desconocidos antes de que estallara el brote en Wuhan (China) en diciembre de 2019.

Sin embargo, muy poco se ha escrito sobre el hecho de que a pesar de enfrentarnos a una situación extremadamente delicada, el riesgo de fallecer por el COVID-19 se reduce a un 2 % de los infectados, según la OMS, mientras que otras enfermedades cobran miles de vidas a diario.

También, no debemos pasar por alto la politización que ha ocurrido respecto al tema, criticando en los inicios de la entonces epidemia las capacidades del gigante asiático de hacer frente al contagio o como plantea la catedrática argentina Stella Calloni «las severas acusaciones sobre la posibilidad de que este virus se haya producido en laboratorios y diseminado en el centro preciso de China, —para irradiar hacia todo el país—».

Asimismo, para infortunio de los seres humanos, hemos demostrado que somos proclives a la manipulación que propician las avalanchas de informaciones no verificadas, emitidas por cualquier fuente y propagada con esa velocidad que es característica en la época de las redes sociales.

El miedo es una herramienta eficaz ante el peligro, sin embargo, hasta este mecanismo creado por el organismo para mantenernos alerta, puede ser el mayor de nuestros enemigos si se aviva con la irracionalidad que crean los falsos argumentos.

Ejemplo de esto son los comentarios negativos que ha recibido el gobierno cubano luego de un acto humanitario y de solidaridad al permitir el atraque en puerto nacional del crucero MS Braemar, de la línea Fred Olsen, con un pequeño número de viajeros afectados por el nuevo coronavirus y su futura repatriación por vía aérea.

Muchos mensajes, sobre todo a través de Facebook y WhatsApp, han intentado mancillar un acto de altruismo y sentido humanista con esas personas que necesitan ayuda urgente y que encontraron más de una negativa por parte de otros países ante su llamado.

En tiempos como estos, donde solo la unión y la cooperación pueden salvarnos, parece que algunos olvidan la importancia de combatir esta pandemia y no hacer política a costa de la vida de sus semejantes.

La Mayor de las Antillas no solo ha dado un ejemplo del deber ser en tiempos de necesidad, sino que además nos muestra que las potencialidades que presentan el sistema de salud nacional también sirven para ayudar a quienes lo necesitan fuera de la Isla.

En épocas de infortunios y coronavirus no solo es momento de seguir las indicaciones necesarias para evitar el contagio de este padecimiento, sino también de recordar que el planeta tiene vida finita, la información o la falta de ella son las herramientas más poderosas en pleno siglo de XXI y solo la capacidad de ayudar a nuestros semejantes nos salvará de un trágico final escrito por nuestra propia letra.   

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