La historia de la dictadura chilena me llega por casualidad, sin buscarla o leerla en los textos; sin embargo, hoy es parte indisoluble de mi vida pues el destino me unió por amor a una familia de esa nación sudamericana, con un suegro, rojo hasta la médula, que luchó todo lo que pudo contra los excesos de poder de Augusto Pinochet.
Para mí y mi familia política, el 11 de septiembre no es una fecha cualquiera. Es sinónimo de recuerdos dolorosos, de lágrimas contenidas, de seres queridos que ya no están. Bombardeos sobre La Moneda. Asesinatos masivos y selectivos. Cárcel y tortura. Desaparecidos de los que nunca se supo.
Para Pilar Aguilera y Ricardo Fredes, autores de la introducción del libro El otro 11 de septiembre, ese tampoco fue un momento intranscendental. «Lo que muchos predijeron estaba sucediendo, las Fuerzas Armadas de Chile estaban llevando a cabo un golpe de Estado para derrocar a Salvador Allende, el presidente democráticamente electo. Escuchamos que el Palacio de la Moneda estaba siendo bombardeado, pero muy poca información era transmitida por la radio; nada más que bandos, comunicados y marchas militares».
Sin embargo, ese limbo de noticias que rodeaba sobre todo a Santiago, la capital chilena, no fue eliminado de la noche a la mañana, sobre todo para la juventud socialista que vivió las primeras horas del golpe en un desconcierto de acontecimientos, los cuales terminaron en muerte para su gran mayoría.
De esa forma, el gobierno de izquierda que apoyaba a los más necesitados y a la mayoría popular, caía por las acciones de «los de siempre», esos que, como evocaba Clara —personaje principal de La casa de los espíritus, novela de la premiada escritora Isabel Allende—, lograban salirse siempre con las suya y dominar la esfera política.
Mas «los de siempre» no actuaron solos en esa ocasión. El golpe de Estado en Chile fue consecuencia, en gran parte, de la injerencia de Estados Unidos, que mostró su mayor auge durante el periodo del gobierno de la Unidad Popular de Allende, entre 1970 y 1973.
El desarrollo certero de las acciones militares contra el presidente tuvieron el financiamiento y el apoyo del gobierno estadounidense, el cual poseía en Chile más de 100 corporaciones multinacionales y no podía permitir, de ninguna manera, que una dirección socialista viniera a intervenir en sus negocios en suelo chileno.
Así, utilizando sus mejor armas, la CIA comenzaría su labor maestra, esa que ya habían utilizado muchas veces con magníficos resultados, donde la mentira y la manipulación creaban un panorama nada favorecedor para conocer la verdad.
Por desgracia, el resultado caló en lo más hondo de esta nación con el inicio de una dictadura militar cruel y represiva, que aun duele en la piel de muchos chilenos. Algunos, en la actualidad, no pueden entrar en el tristemente célebre Estadio Chile, el cual fue utilizado como centro de detención y tortura y hoy lleva el nombre de una víctima cruelmente asesinada: Víctor Jara.
El 11 de septiembre de 1973 fue y es también, una fecha de memorias eternas para cientos de personas que vivieron los acontecimientos de ese día desde otras latitudes, en el exilio prolongado.
Para muchos jóvenes que fueron tildados de comunistas y aparecían en las listas negras de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), ese fue el momento donde visitar su país conllevó usar pasaportes falsos y sortear cientos de peligros para poder abrazar a sus seres queridos.
Hoy convivo con uno de esos muchachos. Fue argentino y uruguayo, antes de poder regresar a su país como chileno. Sé que este día va estar triste, y yo, junto a él, me sentiré conmovida por las palabras finales de Salvador Allende antes de ser asesinado en el Palacio de la Moneda.
«Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino. Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición pretende imponerse. Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor».
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