Las injusticias afianzadas y reveladas del sistema capitalista, gracias al COVID-19, se reúnen en la premisa de que ese modelo está mandado a recoger. Pero entre lo bueno que se ha resaltado también en esta pandemia es la importancia principal de producir alimentos y garantizar los bienes comunes en los territorios, por ende el campesinado como clase productora de alimentos a nivel mundial toma esa misma importancia.
Algo tan básico en la cotidianidad del ser humano se colocó en el primer renglón de prioridades de algunos gobiernos del mundo, colocando sus ojos en cómo garantizar más alimentos a las personas. No obstante, el problema radica en la visión del modelo sobre la producción alimentaria basada en la exportación y especialización, dos causas de la agudización de la crisis en esas sociedades.
El profesor Carlos Duarte[1] lo expone en su artículo Ruralidad Global y Covid-19 publicado en un medio virtual colombiano. Según el autor, en países del África subsahariana, norte de África y medio oriente el COVID-19 empezó a complementar los estragos producidos por la pobreza en las zonas rurales de estas naciones; en Europa los ministros de agricultura se reunieron para acordar acciones prioritarias que garanticen la seguridad alimentaria en sus agendas. El ejemplo de Francia demuestra el afán de estos funcionarios, ya que en el artículo se conoce que este gobierno se vió obligado a impulsar el trabajo voluntario en el campo, ya que un tercio de la mano de obra de este sector es estacionario y extranjero debido a los cultivos especializados y este sector trabajador se redujo por las medidas contra el COVID-19.
En Estados Unidos, el panorama no es nada alentador. En esta nación el campo es el escenario donde la pobreza también reina, la población es mayor de 65 años y cuentan con una baja inversión en la red hospitalaria, haciendo que esta población sea un blanco fácil de la pandemia cuando empiece a salir de las ciudades, donde empieza a proliferarse. Duarte, entonces explica que según estudios a nivel mundial caerán por debajo de la línea de pobreza 9 millones de personas de los países mal llamados “subdesarrollados”.
Desde los y las protagonistas de este artículo, en el caso colombiano, se afianzan también las prácticas campesinas y el proyecto de país que encarnan. Por ejemplo, en el caso de la Asociación Campesina del Huila, asociación miembro del Coordinador Nacional Agrario, sus miembros a pesar de la distancia entre ellos y la poca conectividad a internet, han logrado reunirse, intercambiar alimentos, fomentar entre vecinos la diversificación de alimentos en la finca, y la Agroecología al igual que iniciar con las Guardias Campesinas; más hacía el suroccidente del país, en Nariño, el Comité de Integración del Macizo Colombiano –CIMA- han empezado ha fortalecer las Guardias Campesinas, el trabajo organizativo en el Territorio Campesino Agroalimentario y la interlocución con la institucionalidad como alcaldías y gobernación para emprender acciones por parte de estas entidades, que reconozcan el papel del campesinado en ese departamento.
Así mismo, el resto de procesos del CNA están en modo prevención del COVID-19 pero también desplegando la solidaridad, la reflexión sin dejar a un lado la producción de alimentos para el autoconsumo, el trueque y la comercialización en los cascos urbanos y grandes ciudades. No se detuvo el objetivo de territorializar el proyecto de nación de Vida Digna, a pesar del encierro obligatorio con las restricciones militares y judiciales que el Estado ha optado en todo el país, es irónico también ver la Guardia Campesina ejerciendo sus labores de control y concientización, visto claro con buenos ojos por las comunidades mientras son atacados por el Ejército Nacional.
Además de Duarte, Raúl Zibechi en un conversatorio hecho por la Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales también resaltó algunas prácticas comunes del movimiento social mundial, incluyendo a los procesos rurales como el campesino e indígena; el autor resaltaba la autonomía alimentaria, el incremento de la territorialización de los movimientos sociales, el trueque y lazos más estrechos entre el bloque popular.[2] Tal parece, que los académicos de Nuestra América no pierden la pista al movimiento social y popular en estos tiempos de pandemia, coincidiendo en el reconocimiento de sus prácticas colectivas y el papel histórico que en el caso del campesinado, tienen en los territorios al margen de las pocas o ninguna acciones de los gobiernos nacionales, que por el contrario, no están saliendo bien evaluados tanto por el sector académico como por los mismos pueblos.
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