Contrapunteo

Dos presidentes para una Asamblea sin poderes

16 ene. 2020
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En enero de 2019, la narrativa internacional en torno a Venezuela se inventaba la farsa de dos presidentes: el que asumía el poder de forma oficial, como resultado de un proceso electoral, Nicolás Maduro; y otro supuestamente autoproclamado, cuando en realidad fue designado por Estados Unidos y apoyado por un cincuentenar de aliados encargados de concebir y extender el cuento de la «ilegitimidad» en la reelección del «usurpador» Maduro para favorecer la imagen de un elegido sin constitucionalidad alguna.

Pero ya es sabido que, en esto de la política, pesa más la construcción mediática y el o los padrinos que la realidad misma. Por lo que a este personajillo de Juan Guaidó le bastó una plaza pública con un poco de quorum y el respaldo de los que más gritan en la arena internacional para creerse «el presidente» y así nombrar embajadores y funcionarios meramente decorativos que no ejercen ni siquiera allí donde se les reconoce.

Y como 12 meses han pasado desde entonces y Guaidó está más desinflado que un globo pinchado, sus inventores le organizaron otra película para enero de 2020. Ahora no solo se disputa la presidencia de la república con Maduro, sino también el liderazgo de la Asamblea Nacional con otro opositor, Luis Parra. En el aniversario de su autonombramiento, se autonombró nuevamente, en un puesto inferior, el de presidente del parlamento. Si antes lo hizo en plena calle, esta vez tomó como escenario la sede de un periódico, El Nacional —que se le olvidó la misión de imparcialidad y objetividad de todo medio de prensa— no sin antes armar su correspondiente show en las afueras del Palacio Legislativo.

¿Qué pasó? Había que conseguir a toda costa mantener un hilo de su perdida institucionalidad cuando tocaba renovar la directiva de la Asamblea y estaba cantado que no le votarían para prorrogar su mandato, el cargo del que se ha valido para autodesignarse Jefe de Estado. Resulta que, durante el año transcurrido, lejos de ganar notoriedad y desplazar a Maduro, el autoproclamado ha acumulado descrédito al probársele más de un caso de corrupción y vérsele relacionado con gentuza de la peor calaña, narcos y «paracos» por citar ejemplos.

El día de la elección de la nueva cúpula congresional, se las dio de perseguido y reprimido. Fue a dar al citado diario con sus seguidores, organizó la sesión legislativa sui géneris y dos días después finalmente fue al hemiciclo a repetir la junta de coronación. No queda más que pensar que este señor tiene serios problemas de personalidad, un ego deprimido y una constante necesidad de reconocimiento porque le gusta elegirse una y otra vez, aplaudirse hasta el cansancio.

Resumen de la nueva narrativa: Venezuela tiene dos Jefes de Estado y dos presidentes de parlamento en un país con congreso unicameral y un total de tres entes legislativos, porque además de la Asamblea dividida en dos por pugnas partidistas entre la oposición, persiste con plenas facultades la Asamblea Nacional Constituyente que rige por encima de todos los poderes. Y para rematar el entuerto, los asambleístas divididos tienen cero facultades, ya que permanecen en desacato por irregularidades en su proceso de elección en el 2015.

Dicho así parece una nación en caos, y es justamente lo que pretende venderse al mundo: desorden, ingobernabilidad, desapego a la ley, autoritarismo. En la práctica, la institucionalidad está perfectamente funcional, con todas sus representaciones y figuras legales, con apego constitucional y en constante evolución. El resto de la historia se desarrolla en el imaginario de unos pocos obcecados con la caída del chavismo que no saben hacer una digna oposición al oficialismo. De lo contrario, participarían de la vida y los procesos políticos, en lugar de negarse a ser parte de los comicios o las invitaciones al diálogo.

Es incluso engañosa la imagen de Maduro dictador, cuando muchas veces ha pecado de benevolente. En cualquier otro estado de los muy democráticos, por mucho menos, Guaidó ya estaría preso. En cualquier otro estado, un proceso constituyente habría anulado el poder legislativo y no se habría mostrado permisivo de la coexistencia de otro órgano que por demás está en desacato y por tanto sus funciones son nulas. En cualquier otro estado, un altercado como el vivido en la instalación de la actual legislatura en su último año ya hubiese conducido a disolver de inmediato el parlamento y adelantar comicios.

De hecho, las elecciones legislativas tocan por calendario este año. No tienen una fecha fija, sino que por lo general se realizan en el último cuatrimestre. Se ha deslizado la idea por parte del gobierno de adelantarlas no sin antes llevar la propuesta a consulta con la contraparte, tamaño ejercicio de negociación que casi siempre es minimizado.

Y para terminar de evidenciar quién es el titiritero de Guaidó, y que Estados Unidos no está comprometido con la democracia venezolana sino con quienes les sirven plebeyamente a sus intereses, la administración Trump acaba de sancionar, con la misma furia que castigaba hasta ahora solo a los chavistas, a los opositores que se rebelaron contra su hombre. O sea, no es solo tumbar al «tirano» y establecer una «transición democrática», es poner en el trono a un presidente funcional a Washington.

Por lo pronto, la «crisis de poderes» perfectamente construida continuará generando titulares y ayudará a satanizar, que no significa debilitar y 2019 lo ilustró con creces, un poco más la Revolución Bolivariana. El peligro inminente para antagonistas de casa y de fuera es que el oficialismo domine, a golpe de votos, el último reducto opositor: la Asamblea Nacional. Ese es el nuevo campo de una batalla que, como 2020, apenas comienza.

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