Ya no es novedad que los partidos tradicionales queden rezagados en las contiendas electorales y que figuras poco o nada vinculadas a la política se alcen con la popularidad suficiente para llegar a cabeza de estado y gobierno. Así se repite desde la vieja Europa hasta los países latinoamericanos y ha tocado el turno a la que alguna vez se ganó el epíteto de la Suiza de Centroamérica, Costa Rica.
Además de ese, tiene otros muchos títulos que, si nos circunscribimos al presente, se corresponden más con aquel refrán de «cría fama y acuéstate a dormir», que con la realidad objetiva. Dicen los «catalogadores» que esa pequeña nación centroamericana es, no solo la democracia más longeva de la región, sino también la de mejor reputación.
Lo cierto es que la historia política costarricense ha sido «bien vista» porque no hubo en ella ni dictaduras militares ni revoluciones promovidas por guerrillas izquierdistas precisamente cuando en América Latina tales prácticas se «popularizaron» en el siglo XX. Fue de los pocos Estados en no salirse del guión y respetar el mandato de la alternancia de poderes —durante décadas el Partido Liberación Nacional (PLN) y el Partido Unidad Social Cristiana (PUSC) se turnaron el poder hasta que en 2014 perdieron frente a Luis Guillermo Solís del hoy oficialista Partido Acción Ciudadana (PAC), de corte socialdemócrata— obviamente, de poderes de derecha que dieran la «estabilidad» que no incomoda a la élite política mundial.
Es entonces, que después del pasado 4 de febrero, en que tuvieron lugar las elecciones generales —para elegir presidente y los 57 escaños del órgano legislativo— la contienda terminó abocada a segunda vuelta en lo que ya se conoce como el duelo de los Alvarados. Esto tiene que ver con que quedaron finalistas —de 13 aspirantes— Fabricio Alvarado, del Partido Restauración Nacional, y Carlos Alvarado, de PAC; un predicador evangélico y un exministro de la actual administración, devenidos los dos periodistas con pasados musicales, uno de cánticos religiosos y otro de rock. Hubo entre ambos una diferencia de apenas 3 puntos porcentuales, en medio de un abstencionismo del 36%, bastante alto en comparación con los promedios de disputas anteriores.
La campaña electoral previa a la primera vuelta y que se extenderá a esta segunda etapa, ha estado ceñida a prácticamente un único tema: el matrimonio entre personas del mismo sexo. Sucede que la Corte Interamericana de Derechos Humanos, con sede precisamente en San José, la capital costarricense, determinó el pasado 9 de enero que las uniones legales entre homosexuales deben ser reconocidas por los Estados sujetos a ese tribunal internacional y Costa Rica es uno de sus 22 miembros.
Este fue el elemento catalizador y que polarizó los comicios, al punto de que se enfrentan ahora las dos figuras a ambos extremos de la balanza, el Alvarado evangelista, ultraconservador y por supuesto que niega los derechos para las personas sexo diversas y que promueve «los valores cristianos de la familia y la vida», y el Alvarado que defiende el matrimonio igualitario y los estudios de género. Para más complejidad, el balotaje tendrá lugar el domingo primero de abril, coincidiendo con el fin de la Semana Santa, que corresponde al día de la resurrección de Jesús, otro elemento que puede ser usado para condicionar el voto.
Detrás de tanta presión religiosa han quedado relegados temas sensibles y urgentes como la corrupción y la criminalidad a la que no escapa Costa Rica, a pesar de no ser comparable con la de sus vecinos centroamericanos. Por no decir que los niveles de pobreza y desigualdad se esconden muy bien tras las grandes fachadas de industrialización y progreso. Se convierte en un gran lastre el creciente déficit fiscal, que se ubica ya en un 6%, y que obliga a dedicar grandes cantidades del presupuesto estatal a saldar deudas. Claro que, a los políticos, casi siempre les conviene potenciar la ignorancia popular para movilizar a las masas en función de estrategias bien controladas y ahora el conservadurismo y la fe cristiana ocupan ese lugar en el caso «tico».
El hasta ayer candidato más y hoy favorito Fabricio Alvarado aprovecha su cuarto de hora, a la par que su contrincante carga con el descrédito en la gestión del actual jefe de gobierno, su correligionario, Luis Guillermo Solís y se salpica de la podredumbre en casos como el llamado «cementazo», escándalo de tráfico de influencias destapado a mediados de 2017 por un préstamo en condiciones irregulares al empresario Juan Carlos Bolaños, que se dedicaba a importar cemento chino a bajo precio.
Ante el rechazo de las fuerzas que históricamente se han turnado la presidencia, la exacerbación del sentimiento religioso es el que ahora define votos, y no por mero fanatismo, sino por la autoridad y la alianza que han forjado las iglesias evangélicas y católica con fines de consolidar su poder político. Así se dibuja el panorama costarricense de cara a la segunda ronda electoral, en un país cuya situación socioeconómica dista bastante de los estándares que alguna vez lo hicieron comparable con el país de chocolate, los quesos, los relojes y la presunta neutralidad, lo cual también forma parte de una matriz de opinión bien construida.
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