Ya es un hecho, el ejército brasileño se esparce por las calles de Río de Janeiro. Ha sido la concreción de un decreto del presidente de facto, Michel Temer, avalado por ambas cámaras del Congreso. A partir de este momento, todo queda subordinado al poder uniformado: desde la policía, hasta los bomberos, los servicios de inteligencia y la administración de los centros penitenciarios. La pregunta es qué hay detrás de esta medida y cuán efectiva puede ser para contener el crucial tema de la inseguridad. Por lo pronto, ya goza de fuerte rechazo popular y hasta críticas por quienes consideran el escenario un retroceso a los tiempos de la dictadura.
A primera vista, parecería que las buenas intenciones priman en esta decisión, o cómo puede verse de otra manera el hecho de asumir soluciones excepcionales frente a una problemática tan urgente como la violencia que se ha vuelto casi endémica en la región, una especie de calificativo obligatorio cuando se hace referencia a un estado latinoamericano.
Pero he ahí el primer asunto: se trata de una decisión puntual para un área específica a modo de contención y efectismo cuando debería abordarse el fenómeno desde sus causas estructurales y no a modo de curita.
En segundo lugar, la ciudad elegida es Río de Janeiro, de fuerte impacto mediático, que acaba de vivir sus renombrados carnavales, época en que de por sí se incrementan los hechos delictivos, pero que de acuerdo con las investigaciones locales, el carnaval de 2018 fue el menos virulento de los últimos tres años. Respaldan esos estudios, los datos de la policía federal que notifican que el número de muertes y de accidentes graves se redujo en un 31?.
Esos mismos especialistas y las estadísticas nacionales aseguran que, a pesar del creciente narcotráfico, asesinatos, asaltos y robos que rodea a los estratos más pobres del escenario por excelencia de las novelas brasileñas conocidas a nivel mundial, Río no es el estado más violento del país, por mucha mala fama que tengan sus favelas, pues lo superan otros territorios del norte y noreste del país, como Río Grande, Sergipe y Mara-nhao.
En tercer lugar, la intensificación de los hechos de sangre en el último período ha sido consecuencia directa de la crisis económica en la que se encuentra sumida la ciudad, capital de un estado que desde 2016 está en bancarrota y cuyos números representativos de la estabilidad social están en rojo.
De hecho, su gobernador, Luiz Fernando Pezao, dijo que una economía más fuerte podría ser crucial para combatir la delincuencia. Y fue más allá al asegurar que: «solo podremos ganar la guerra de la seguridad con empleos en el sector formal».
Pero a Michel Temer, el hombre de los paquetazos, que le mete tijera y recorta todo lo que se parezca a bienestar ciudadano, desde el transporte público hasta las pensiones, no le interesa ir a las causas de la violencia, le interesa aparentar que está preocupado con el tema de la seguridad en un año electoral como lo es 2018. Demasiada casualidad tomar una medida nunca antes aplicada en democracia a ocho meses de los comicios presidenciales.
Y más allá de esa estrategia puramente partidista y electorera, tiene como incentivo adicional distraer la atención, a modo de cortina de humo, para que no le lluevan las críticas o manifestaciones populares por sus recientes medidas impopulares. También busca restarle interés y eludir otro asunto poderoso: el fenómeno Lula, que moviliza grandes masas. El propio Lula afirmó tras conocer del despliegue de efectivos: «Creo que Temer está encontrando una forma de ser candidato a presidente de la República, creo que ha pensado que la seguridad pública puede ser una cosa muy importante para tomar un nicho de electores».
Además de que se está protegiendo a mediano plazo de cualquier desobediencia civil que pueda generarse por nuevas políticas privatizadoras, pues si bien el hecho de que la ciudad esté militarizada no es sinónimo de estado de sitio por el momento, bien podría pasarse a una segunda fase de suspensión de garantías constitucionales si fuera el caso.
Por no mencionar que hay hombres entrenados para la guerra en función de la tranquilidad ciudadana, ¿sabrán lidiar con la criminalidad callejera sin usar tanques o multiplicar las muertes?
Temer ha querido parecer el tipo duro que toma medidas fuertes ante problemas graves, habría que ver si se toma en serio este proceder para el resto de las inquietudes de los brasileños, lo cual hasta el momento, no ha sucedido.
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