El avispero sónico que envuelve a Cuba en una historia digna de novela de espionaje volvió a agitarse. Se trata de una saga de muchas temporadas pero pocos y vagos argumentos. Un año después de la primera notificación sobre un incidente sospechoso pero no demostrado, que al parecer, dice el Departamento norteamericano de Estado que su personal diplomático en La Habana sufrió, vuelven a revivirse teorías conspirativas para intentar explicar lo hasta este minuto inexplicable, incluso por el Buró Federal de Investigaciones, el famoso FBI que bien sabemos, sabe hurgar y encontrar allí donde otros no siempre pueden.
Incidentes acústicos, ataques sónicos, lesiones cerebrales, traumatismos, problemas de salud, una verdadera variedad de nombres para un suceso que no ha sido comprobado de ninguna manera y en la investigación está desplegado todo el potencial posible dentro de Estados Unidos y con el que ha colaborado Cuba desde el primer momento. Y aquí hay un elemento que suele obviarse malintencionadamente. El gobierno de la isla ha demostrado total transparencia y apertura a toda colaboración, así lo ha reconocido la parte contraria, porque es el primero interesado en demostrar que se trata de una total invención para echar atrás un esfuerzo colosal de acercamiento diplomático entre dos países históricamente enfrentados por cuestiones ideológicas y de principios.
¿Qué ha habido de nuevo? Pues una presunta explicación, otra, pero tan falta de sustento como todas las anteriores que han surgido. Un equipo de científicos y médicos, claramente, estadounidenses, acaban de sacar a la luz la posibilidad de que la causa del problema sea «un arma de microondas». Esta conclusión la tiene un grupo de científicos, repito, sin embargo, el FBI, que investigó hasta la saciedad el tema, también con ayuda médica especializada, se negó a hacer comentarios al respecto insistiendo en que su pesquisa no identificó ni la causa, ni la fuente de los supuestos incidentes. Por tanto no hay culpables y aun así unas pocas voces aisladas pretenden señalar con el dedo a Cuba, voces que recurren a cierta prensa, porque en esta ocasión tocó al New York Times destapar la olla de grillos, el mismo diario que se fue con la de trapo cuando las inventadas armas químicas de Iraq.
El primer síntoma de descrédito viene en que no ha habido una posición común sostenida en el tiempo. Lo primero fue hablar de «ataques sónicos», desechado por la comunidad científica y policial. El FBI agotó todas las hipótesis sobre ondas audibles, infrasónicas o ultrasónicas que pudieran haber provocado los alegados daños a la salud. Luego, se hizo referencia a un «ataque viral», y ésta resultó ser la conjetura de más corta vida. Hace poco reapareció el asunto nuevamente argumentando «contusión cerebral sin que una contusión haya tenido lugar», así como les digo este rejuego de palabras. Dicen esos médicos, que había síntomas de un golpe duro sin heridas visibles, que es lo que significa tener una contusión, pero sin que la acción se haya producido, pues ningún diplomático dijo que hubiese recibido una paliza ni nada por el estilo. Y ahora, más recientemente, se ancla la historia en radiaciones imperceptibles provocadas por microondas. Pero para no convertir en risible esta teoría, llamada efecto Frey, en honor al biólogo que la desarrolló —pues bien saben que Cuba no poseería tal tecnología que el Pentágono sí posee— involucran a un tercer país en el cuento y especulan con que Rusia y China tendrían los conocimientos para fabricar armas de microondas básicas capaces de semejantes ataques. Peligrosísimo juego sumar a terceros que son potencias, sobre todo teniendo en cuenta el sentimiento anti ruso que ahora mismo se esparce en todo Estados Unidos después del escándalo de la supuesta injerencia del Kremlin en las elecciones que dieron la presidencia a Donald Trump.
Además, cuán sofisticada tuviese que ser el arma, si es que ello es posible, como para que sus ondas afecten selectivamente a unos y a otros no; para que atraviesen gruesas paredes pues se supone que estuviesen localizadas en áreas cercanas pero exteriores, o ¿también se va a acusar de allanamiento de morada?
Entonces, según los inculpadores, ahora Cuba pasó de perpetrador a permitidor. Otro indicio de que hay una búsqueda desesperada, fluctuante y poco seria de involucrar y responsabilizar a La Habana. ¿Para qué? ¿A quién le conviene? Serían estas las respuestas que desenredarían la madeja.
Lo que sí hay de cierto y comprobado es que ningún diplomático estadounidense de los que reportaron esos enigmáticos padecimientos de salud, acudió a ninguna institución médica cubana con ninguna molestia, es más, las autoridades cubanas han confirmado que existen reportes de que, en la época de los supuestos incidentes, la mayoría de ellos estaban en viajes de turismo, disfrutando las maravillas de la isla, o recibiendo a familiares.
Adicionalmente, la comunidad científica internacional, que no está comprometida ni parcializada con el tema, ha dicho más de una vez, que son tan múltiples y variados los síntomas argüidos: pérdida de audición, mareos, dolores de cabeza, fatiga, problemas cognitivos, problemas de vista y dificultades para dormir, que no se circunscriben a una única enfermedad; a la vez que son tan comunes que pueden estar asociados a dolencias anteriores o estilos de vida particulares, pero las historias clínicas de estas personas no han sido tenidas en cuenta o al menos no se conoce sobre ello. Para no decir, que los neurólogos que niega la veracidad de la extraña saga, afirman que no sería difícil encontrar a 24 personas con la misma gama de síntomas en un grupo de 500 personas, por lo cual, ha sido inadecuada la interpretación de los resultados de las pruebas cognitivas objetivas.
Sigue habiendo falta de evidencias, ese es el único factor común, al punto de que el mismísimo Secretario de Estado norteamericano, Mike Pompeo dijera hace pocos meses que se trata de «incidentes inexplicados». Porque, como afirmara el director general de Estados Unidos de la cancillería cubana, Carlos Fernández de Cossío, «es imposible demostrar lo que no ocurrió, y el Departamento de Estado bien lo sabe». Por tanto, de acuerdo con Fernández de Cossío, «Cuba considera que el uso del término «ataque» constituye una agresión por parte de Estados Unidos y entraña una manipulación política deliberada».
Lo único que ha causado todo es malestar a ambos lados del Estrecho de la Florida, por el miedo inoculado en los norteamericanos para que no viajen a la isla —a pesar de que Estados Unidos ya se vio obligado a modificar la alerta de viajes a Cuba, de peligrosidad a reconsiderar o tener prudencia al hacerlo— y por la paralización de los servicios consulares para los cubanos, otra medida que ya ha anunciado que también rectificará paulatinamente; ya en la actualidad se brinda atención parcial a los ciudadanos estadounidenses. Y todo por una historia de dimes y diretes, donde hay demasiadas contradicciones, demasiados misterios y sí muchísima dosis de especulación, siempre proveniente de Washington, que insiste en buscar pretextos, aunque tenga que fabricarlos, para enemistarse con La Habana.
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