Creo ha sido una idea feliz y oportuna que la editorial Ocean Sur haya tomado la decisión de publicar este ensayo del destacado intelectual cubano Jesús Arboleya, bajo el título La influencia de la cultura norteamericana en Cuba.
El libro, como podemos percatarnos, no es muy extenso, apenas llega a las 70 cuartillas, pero a la vez es inmenso por el tema abordado y la manera brillante en que el autor logra sistematizar su profundo conocimiento sobre el mismo, y provocar la reflexión aguda de los lectores. Esa fue mi experiencia personal desde que leí una versión inicial de este ensayo. Recuerdo que solicité permiso al autor para publicarlo de inmediato en mi blog Dialogar, dialogar. Él quedó impresionado por el nivel de aceptación y reproducción que tuvo su texto en Internet y las redes sociales.
Por supuesto, para quienes conocemos la obra de Arboleya, su prosa limpia, segura y atrayente, no podía constituir una sorpresa la amplia circulación de alguno de sus trabajos. Estamos hablando, además, de uno de los mayores expertos con el que contamos en la Isla sobre el tema de los Estados Unidos, en especial, de las relaciones bilaterales entre Washington y La Habana, así como en los estudios sobre la emigración de origen cubano en la vecina nación del norte, con numerosas obras publicadas en Cuba y el exterior.
Arboleya ha escogido ahora un tema aún insuficientemente estudiado y visibilizado en nuestra realidad, a pesar de que por sus implicaciones políticas, trasciende en importancia lo estrictamente académico. No obstante, para hacer justicia, me gustaría mencionar como referencias bibliográficas anteriores publicadas en Cuba, las siguientes: revistas Temas número 8 de octubre-diciembre de 1996 y número 10 de abril-junio de 1997 —ambas con un dossier sobre esta temática—; Huellas culturales entre Cuba y los Estados Unidos, un libro compilado por Rafael Hernández (Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, 2000); Norteamericanos en Cuba. Estudio Etnohistórico, de José Vega Suñol (Fundación Fernando Ortiz, 2004); Ser Cubano: identidad, nacionalidad y cultura, de Louis A Jr. Pérez, (Editorial de Ciencias Sociales, 2006); el dossier Relaciones Cuba-Estados Unidos: Influencias y confluencias culturales en los nuevos escenarios, publicado en el sitio web Cubarte el 27 de octubre de 2016 y la obra Colegios Protestantes en Cuba, de Yoana Hernández (Editorial de Ciencias Sociales, 2018).
En La influencia de la cultura norteamericana en Cuba, Arboleya aporta nuevas visiones y análisis, en un contexto en el cual se multiplica su pertinencia. Aunque el ensayo fue escrito en tiempos de Obama, cuando más se intentó potenciar los instrumentos del «poder inteligente», la seducción más que la fuerza en la política hacia Cuba —aunque en muchas ocasiones lo que prevaleció fue una simbiosis de ambas tácticas—, no deja de perder actualidad y de proyectarse en importancia hacia el futuro. A pesar de que la administración de Donald Trump no ha mostrado interés en privilegiar la influencia cultural como recurso de dominación sobre Cuba, aún pervive en sectores de la clase dominante de ese país un consenso en torno al llamado «nuevo enfoque» de Obama en la política hacia Cuba, que solo espera la oportunidad para retomar su curso. De ahí que este libro salga a la luz en un momento crucial, en el que se necesita seguir debatiendo y profundizando sobre este tema en nuestro país, para ganar en mejor preparación de cara a los posibles escenarios futuros. Un escenario que puede ser más desafiante en el terreno ideológico y cultural, pero al menos mucho más interesante y superior al estancamiento y retroceso en que hoy se encuentran las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, y además el único al que permitiría más intercambio entre ambos pueblos y gobiernos.
Por eso y mucho más, el tema que aborda este libro no es para nada una cuestión del pasado o de segundo orden, ya que inevitablemente está atravesado por la confrontación histórica entre Estados Unidos y Cuba, aunque no totalmente subsumido a ella. En ese sentido, habría que tener siempre presente el pensamiento martiano a la hora de distinguir a las dos Norteamérica, la de Lincoln y la de Cutting, de la primera reconoció siempre sus valores culturales, de la segunda —a la cual llamó Roma Americana— no solo criticó los aspectos políticos que más conocemos, sino también el modo de vida norteamericano que exaltaba la violencia, la irracionalidad y el culto desmedido hacia el dinero. Como expresara Alfredo Guevara:
El problema está en no confundir la fascinación eventual de una cultura de esas características, una cultura que tiene todas las riquezas de la literatura, de las artes, etcétera, pero también de la tecnología, y de la tecnología que ha sabido aprovechar la lección de las artes y hacer cada producto bello y funcional; no confundirlo con el Estado norteamericano.
El libro hace un recorrido histórico imprescindible sobre cómo incidió la influencia estadounidense en la formación de la cultura nacional cubana, desde el siglo XIX hasta la Revolución en el poder, para luego, en su último acápite, presentarnos el análisis de los desafíos y oportunidades que, en el orden cultural, el proceso de restablecimiento de las relaciones diplomáticas con los Estados Unidos, anunciado el 17 de diciembre de 2014, representó para Cuba. También el autor delinea tanto las debilidades como fortalezas del pueblo cubano para, de manera crítica, enfrentarse al alud cultural proveniente de los Estados Unidos:
A favor de Cuba —destaca Arboleya— está el hecho que la cultura norteamericana no se presenta con el atractivo de lo exótico, como puede ocurrir en otros países, sino como una realidad con lo que el pueblo cubano ha tenido que convivir a lo largo de su historia y donde la «promoción de los valores estadounidenses», como recurso de la dominación, ya ha pasado por el filtro de la confrontación.
Por supuesto, esto no implica para el autor, que todo debe dejarse a la espontaneidad o actuar con ingenuidad, ante las intensiones de quienes nos adversan de utilizar lo más nocivo de la influencia cultural estadounidense como estrategia de dominación sobre Cuba, pero tampoco que la respuesta sea solo reactiva y mucho menos de aislamiento, sino de ofensiva a partir de nuestras fortalezas, ampliando el acceso a la información y el intercambio con la sociedad estadounidense, así como potenciar su análisis, mediante la investigación y el debate de lo que allí acontece. Muchas veces las intenciones del enemigo por utilizar el intercambio pueblo a pueblo con pérfidos propósitos ha terminado convirtiéndose en un bumerán, pues el atractivo y la fortaleza de la cultura cubana para asimilar lo foráneo, metabolizarlo y convertirlo en algo propio, así como el impacto de su realidad, genera tal impacto en los visitantes estadounidenses, que inmediatamente se derrumba el discurso altamente politizado y de satanización que sobre Cuba promueven los sectores más extremistas del gobierno de los Estados Unidos y de la emigración de origen cubano en ese país. No por gusto, estos sectores se aferran a eliminar los viajes y los contactos entre ambas sociedades.
El desafío mayor sigue estando para Cuba, como se ha repetido en muchas ocasiones, en la formación de un sujeto crítico capaz de discernir entre todo aquello que en términos culturales nos empobrece y enajena como seres humanos y lo que realmente nos eleva y emancipa. Al respecto señala el autor:
[…] en el proceso de liberación es necesario saber discriminar lo que realmente requiere ser erradicado y lo que constituyen aportes legítimos de la cultura norteamericana al desarrollo del país, hasta integrarse en el concepto de lo «nacional» para enriquecerlo.
Para finalizar, me gustaría detenerme, en un análisis problematizador que sugiere Arboleya y en torno al cual se hace necesario seguir reflexionando:
No basta adoptar una posición antiimperialista en términos políticos para erradicar en la conciencia de las mayorías los sedimentos ideológicos y culturales que sirvieron de sustento al sistema neocolonial cubano, máxime cuando tales presupuestos han devenido paradigma de la cultura universal, como resultado de la hegemonía alcanzada por Estados Unidos en el mundo.
Precisamente en este punto descansa uno de los mayores retos que sigue enfrentando la Revolución Cubana, como proceso que aspira a la transformación cultural más profunda del ser humano, pues el sedimento del colonialismo cultural, es mucho más sutil, se resiste a desaparecer y reproduce en las conductas y hábitos de la cotidianidad, tanto desde la institucionalidad como fuera de ella. Solo si logramos avanzar en esa difícil, pero trascendental batalla, podremos entonces afianzar más que nuestra cultura de la resistencia, nuestra cultura de la liberación.
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