Contrapunteo

De la América grande a la América unida

22 ene. 2021
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Joe Biden es desde las 12 del mediodía de este 20 de enero el presidente de Estados Unidos de América. Para su primeras 24 horas, para las que se había propuesto muchísimo, fijó firmar 17 decretos y todos, absolutamente todos, tenían como objetivo revertir una decisión de su antecesor. Independientemente de eso, podemos decir que las horas han vuelto a transcurrir con cierta calma, sin sobresaltos, sin anuncios alocados en twitter, sin guerra de ofensas, sin caprichos de última hora o excentricidades para dar la nota. Un resumen del comportamiento o, digamos mejor, mal comportamiento, del que ya abandonó el barco, el avión y la casa presidencial, el que ya carga con el prefijo de ex —expresidente— y al que de seguro le duelen esas dos letras como a ningún otro de los 44 que le precedieron, porque se quedó con las ganas de hacer de las suyas 4 años más. Y tal es así que, entre sus últimas arengas, aún como número uno, amagó con regresar «de alguna manera». El segundo impeachment en curso dirá la última palabra al respecto.

De lo que hizo ese señor, que no voy a nombrar para seguirle la rima a Biden, que tal y como se rumoraba, no hizo mención a su nombre ni una sola vez en su discurso inaugural en el Capitolio de Washington, se ha dicho bastante, prefiero centrarme en el nuevo «hombre más importante del mundo», como les gusta definirse y creerse a los de la Casa Blanca.

Pasamos del slogan «América grande», por aquello que muchas veces repitió el que se fue cual cantaleta: «hagamos a América grande otra vez», al slogan «América unida», con menos consignismo pero igual de reiterativo. Porque Joe Biden usó la palabra unidad en 10 ocasiones en 20 minutos de discurso, y si le sumamos las variantes de la palabra: juntos, todos nosotros, ustedes y yo, indivisibles… pues el concepto se usó unas 12 veces más durante su primera alocución a los estadounidenses y al mundo. Y no es de sorprender, porque cada jefe de Estado una vez investido acostumbra a tender un puente de consenso entre los que le votaron y no, aún más cuando la victoria fue reñida. En el caso de Biden, suena más a un grito desesperado y a la firme convicción de que la división dejada por Trump es tan marcada, que la polarización se convierte en un reto mucho mayor que las cuatro crisis que describió: la sanitaria por el nuevo coronavirus, la económica, la climática y la racial; su compañera de fórmula, Kamala Harris, dice mucho de la prioridad que tendrá este tema de la raza y por supuesto el de las luchas femeninas.

El candidato perdedor obtuvo 74 millones de votos, no son cuatro locos fanáticos, es una base sólida que sigue tan o más inconforme que su líder adorado, su dios de película, y que cree firmemente que Biden se robó el triunfó, lo que lo convierte en un mandatario ilegítimo a ojos de estos seguidores. Los más recalcitrantes y radicales ya se tomaron por su cuenta y con violencia el capitolio antes del cambio de mando con las peores fachas, dignas de la ficción; y de sus intenciones, ni hablar. Y súmese la militarización de la ceremonia de investidura, por las múltiples amenazas de ciudadanos portando armas, como es su derecho, un derecho que se convierte en una maldición cuando uno de esos amantes del libertinaje armamentista arrasa a tiros una escuela y sepulta la esperanza de niños. O sea, que el peligro está ahí, tocándole la puerta al flamante mandatario por muchos llamados a la unidad que haga. Y los trumpistas, que ya son un fenómeno político y social, van a recordárselo todo el tiempo.

Al menos Biden lleva algo de ventaja al recuperar los demócratas el Senado y podrá entonces maniobrar y poner a más figuras en su línea política y de acción. Si bien el discurso fue más poético y conceptual, aludiendo al himno, la constitución, expresidentes que han hecho historia, pasajes religiosos en su condición de católico, se pudieron leer promesas entre líneas, promesas que se volvieron letra grande en el famoso memorando que comenzó a circular de inmediato redactado por su jefe de gabinete con las acciones del ya, del ahora: y como ya les adelantaba, todas encaminadas a rehacer lo que el innombrable deshizo: volver al acuerdo de París y a la OMS, cancelar el muro fronterizo con México, suspender la prohibición de entrada al país de viajeros de países musulmanes en la lista maldita de Trump, y darles legalidad y seguridad migratoria a los llamados dreamers o soñadores, los niños y jóvenes latinos que llegaron siendo muy pequeños a Estados Unidos y que el xenófobo pretendía deportar. Y por supuesto, tomarse la COVID-19 en serio y actuar en consecuencia para que pare de crecer la cifra dolorosa con demasiados ceros de muertes por la pandemia.

Si nos ajustamos a las palabras iniciales de Biden: «podemos vernos, no como adversarios, sino como vecinos», «tratarnos con respeto y bajar la temperatura», «mostrar respeto el uno por el otro», «la política no tiene que ser fuego que destruya todo a su paso», «mostremos tolerancia», si se apega y es leal a sus propias palabras, el tema Cuba podría zanjarse fácilmente, sería cuestión de proponérselo, como en la era Obama de la que hizo parte o mejor, si lo quiere, y no hacer como el refrán, donde dije digo… Pero habrá que esperar a que dé el primer paso en allanar o no un camino repleto de todos los ladrillos que puso la administración trumpista en alianza sucia con los grupos anticubanos de la Florida.

En resumen, para los suyos y el mundo, Biden anunció paz y armonía en el menú, veremos si sirve la mesa como tal una vez en escena.

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