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Daniel Santos: La Habana que hay en mí

5 abr. 2017
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Lo cierto es que quien llama mi atención sobre Daniel Santos, hasta entonces desconocido por mí, es Juan Mari Bras. Hace algunos años atrás, Juan Mari —líder independentista boricua—, visitó La Habana en su bregar descolonizador. Entusiasmada por las vivencias de tan ferviente luchador por la libertad de Puerto Rico, le pregunté si la primera vez que visitó esta capital, ya estaba en contacto con revolucionarios cubanos.

Con esa despampanante risa de corso mayagüezano, me soltó:

—¡No muchacha, yo vine a sacar a Daniel Santos de la cárcel!

Aunque no lo escogí, Daniel Santos, pudo ser «la banda sonora de mi infancia». Ya sonaban sus interpretaciones como recuerdo de los bohemios de la familia, cuando reunidos —ron mediante—, coreaban sus canciones con imitaciones lastimosas. Como si fuera poco, late la remembranza del taller de vitrolas, justo al lado de la casa donde nací y me críe. Pepín, el señor del taller a quien todos recordarán en mi pueblo, repetía sus discos para «verificar» que el equipo estuviera listo para volver a una esquina de Palma Soriano.

No sé si aquel azar de «vivir en bolero» —más ese Dos gardenias, que me cantaba mi madre sin cesar—, tendieron el lazo de este vínculo. Indagando, supe que durante unos años Daniel Santos anduvo por Cuba, de los cuales no se sabía lo suficiente. Remembranzas sí, de todos aquellos que lo conocieron; evaluaciones de su impacto artístico también, y anécdotas por doquier, porque su vida daba para todo.

Revisando añejísimos periódicos, por suerte sin digitalizar, aticé mi entusiasmo. Eso en mí es una pasión, porque manosear revistas de una época que no viví, no solo te impregna el olor de la memoria, sino el espíritu de la evocación.

Gracias a las reseñas de 1946 a 1961, fluyó esta obra, buena para acariciar como carátula de long play. Basada en hechos reales y trama imaginaria, nada mejor que contarla desde la perspectiva de una mujer que lo amó.

El fértil lapso de tiempo en que le tocó vivir, entrando y saliendo de Cuba, contextualiza y coloca en un lugar preferencial a La Habana, su eterna novia.

Como esa imaginaria —y no tan surreal— mujer, levanto hoy mi copa, para brindar por quien llegó a Cuba para quedarse, y quien murió justo cuando se alistaba para volver a La Habana después de treinta años ausente.

Daniel Santos: La Habana que hay en mí, catalogada como una narración literaria, se basa en una investigación periodística documental que recrea la vida de La Habana durante unos quince años después de la década de 1950.

Reconocido por su irreverente vida bohemia, el artista no se cansó de repetir: «Estuve en el pleito de los cubanos, del lado de Fidel Castro, también en el de los dominicanos contra Trujillo. Dios me ha dado todos los regalos, menos la independencia de Puerto Rico. He andado por infinidad de cantinas, de barra en barra. Pertenecí al Partido independentista de Albizu Campos. ¡Mi historia es del carajo! Tuve infinidad de mujeres. Caí en la cárcel más de cien veces (…) yo no creía ni en la luz eléctrica, lo mismo que le decía a la policía se lo decía al Presidente. A mí no me importaba nada. (…) Me he casado 12 veces, tuve 14 hijos. He sido un loco. ¡Y para qué me voy a arrepentir si ya lo gocé! Fui y soy pobre. Hay algo más importante que el dinero, y eso es la felicidad».

El cantante de pueblo, el puertorriqueño Daniel Santos (1916-1992), tiene una historia que excede la canción. Convertido en un personaje mítico del imaginario popular latinoamericano, su vida queda suspendida en el tiempo, como una narración paralela en cada sitio por donde pasó. En Cuba, eran esos años en que La Habana fue el gran escenario y proyección para ese imprescindible elemento de vínculo continental, la música.

A Daniel Santos se le tenía como un hombre transgresor, chavacano y poco profundo. Y fue en ese aparente submundo «oscuro» y maldito que encontré su luz, sus más de doscientas grabaciones de long play, su manera de interpretar, su humanidad, su compromiso patrio y la diversidad de temas en los traganíqueles o aquel bolero con la novela sentimental, donde nació la pasión de sus padres o de los tuyos. Es en su música, elemento vital que vincula a nuestro continente, donde se expresa y se siente; es ahí donde se ve a un pueblo.

El espíritu de la evocación también toma forma de «guión de cine». Por mi formación como periodista de televisión me fue fácil ver en imágenes la historia que iba naciendo. Historia que se escribe en Daniel Santos: La Habana que hay en mí, un viaje en la ficción, publicada por la Editorial Chiado.

El libro fue presentado por el pintor y poeta boricua, Antonio Martorell, en el Festival de la Palabra, en San Juan, Puerto Rico, el 20 de octubre de 2016. Ante la expectativa popular, en el centenario de su natalicio, comparecimos en varios programas de Radio Universidad de Puerto Rico, Radio Isla y Univisión TV y Radio, entre otros medios. Aunque la ocasión más especial, fue la charla que ofrecimos en el barrio Trastalleres donde nació Daniel Santos.

Lo verdadero es lo que no termina; sino, mírennos aquí, recordándolo en su centenario. Daniel Santos es y será ese hombre escapado de sí mismo, que camina con nosotros, tarareando una canción en La Habana Vieja, en el viejo San Juan, en cualquier ciudad de centro, Suramérica o el Caribe, hasta en los hogares latinos del mundo.

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