Cuando alguien osa decir en estos tiempos que la hegemonía estadounidense está tambaleante, no pocos —los que necesitan perpetuar el estado actual de las relaciones de poder y quienes han sido abducidos por el cuento de superioridad y policía bueno del mundo de este imperio— buscan achacar esta idea al discurso de un político anticapitalista que propugna un mundo multipolar, o al pensamiento de algún analista con un perfil cercano al progresismo, o sencillamente reduce la expresión a la aspiración de algún ciudadano de a pie hastiado de comprar el cuento «americano».
Pero sucede que ya no se trata de teorizaciones, proyecciones o consideraciones aisladas. Se han dado hechos concretos en el campo económico que, más que dar respaldo a esa sentencia, evidencian su veracidad. Sin contar que, en materia geopolítica, hay movimientos inéditos que desplazan el poderío de Estados Unidos y sus alianzas históricas, dígase particularmente en Oriente Medio y Asia después de la apertura de Siria al mundo árabe, la recomposición de vínculos entre Arabia Saudí e Irán, o el liderazgo de Turquía en múltiples escenarios.
Una de las agrupaciones que ha comenzado a dar síntomas de tener el poder real de desafiar la vieja articulación de organismos internaciones que solo responden a intereses de Washington y Bruselas, es el BRICS: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. Esa asociación, que comenzó con economías emergentes y que en este minuto tiene una gran variedad de países con pretensiones serias —algunos de ellos con acciones bastante encaminadas para sumarse— superó recientemente al G-7, el grupo de las 7 economías más industrializadas, en influencia económica.
Básicamente el PIB de los BRICS alcanzó el 31,5%, gracias al empuje chino, superando el 30,7% del PIB del G-7. Parecería poco significativo numéricamente, pero lo interesante es la tendencia que marca el estudio: el crecimiento de la curva de los BRICS es ascendente y el del G-7, descendente, y se trata de proyecciones a corto plazo y vale aclarar que estimadas por una consultora británica.
Por otro lado, tenemos las también fresquitas previsiones del FMI y el Banco Mundial. Aquí nos llevamos igualmente una sorpresa: justo en América Latina, la Venezuela híper satanizada y asfixiada que sigue gobernada contra todo pronóstico por Nicolás Maduro crecería —según las estimaciones de los máximos entes del capital global— un 5% en 2023, y Chile, hoy con la izquierda al poder pero con su modelo neoliberal intacto, sufriría una recesión con una caída del 1% de su economía. Y en esta misma área, es la Bolivia gestionada desde el progresismo la que menos inflación tiene, frente a la crisis inflacionaria que sacude al mundo.
Siguiendo con lo factual y probablemente el hecho mediático más trascendente del último año y medio: tenemos a Rusia, con 11 paquetes de sanciones europeas, una rusofobia brutal que la acorrala, y el grifo occidental cerrado, y no ha habido colapso. Simplemente Moscú reorientó su comercio hacia otros socios que le han permitido que, incluso los ingresos provenientes del petróleo y el gas, que es lo más golpeado, aumente en un 14%.
Igualmente China logró a finales de marzo de este 2023 cerrar su primer pago internacional de un contrato de gas en yuanes, y lo interesante es con quién lo hizo: con Francia, la Francia de Enmanuel Macron, que a pesar de sus descalabros domésticos y las 40 que le han cantado en África o Países Bajos durante visitas a esos territorios, se ha salido del guion, por un minuto, y ha cuestionado la dependencia europea de Estados Unidos: «somos aliados, pero decidimos por nosotros mismos». Claro, dijo esto mientras estaba en China hace pocos meses tras, con su par Xi Jinping de frente. ¿En realidad lo pensaba o simplemente intentaba empatizar?
Lo cierto es que la postura del líder francés en suelo chino disgustó a sus vecinos europeos que dieron la misión a la ministra de exteriores de Alemania de «control de daños» en la visita que realizó a China inmediatamente después del paso de Macron.
¿Qué nos dice todo esto? Que la multipolaridad es ya un propósito real sobre el que cada vez más naciones dan pasos firmes y lo más interesante, naciones de todos los signos políticos. La alternativa a los mecanismos hegemónicos está en marcha empezando por la apuesta más compleja: la desdolarización mundial. Bien lo dijo el mandatario brasileño, Luis Inacio Lula Da Silva desde Shanghái, en abril pasado: «¿Por qué todos los países necesitan hacer su comercio respaldado por el dólar? ¿Por qué no podemos comerciar con nuestras propias monedas? ¿Quién decidió que fuera el dólar?».
Lula va en serio desde hace mucho tiempo con esto de darle vida y valor a las monedas locales. Lo planteó junto con el presidente argentino, Alberto Fernández, de cara a la CELAC y lo llevó luego como prioridad para su reunión en China con Xi Jinping, una de las más trascendente paradas de su agenda internaciones en una intensa agenda de política exterior que pretende reposicionar a Brasil en el mundo después del aislacionismo bolsonarista.
Porque hay que acabar de aprender la lección de que un banco no puede funcionar como una guillotina política: te presto si accedes a mis condiciones, que es lo que hace en la práctica y desde siempre el FMI. Ni puede la caída de un banco en Nueva York condicionar las arcas estatales del sur en sufrido desarrollo. Lo saben muy bien todos esos países latinoamericanos, empezando por Argentina, que se han visto con la soga al cuello justo por las presiones de las instituciones financieras que dominan.
De ahí que presidentes que también le apuestan a la multipolaridad, a alternativas soberanas, como el mexicano Andrés Manuel López Obrador haya propuesto estrategias regionales frente a la inflación: compensar los unos a los otros, intercambiar bienes y servicios para amortiguar los factores externos, como la que parecería lejana guerra en Ucrania que termina haciendo el pan nuestro —de todos— de cada día, más caro.
También el BRICS, de la mano ahora de Dilma Rousseff al frente de su banco, sigue cambiando las reglas del juego comercial. Este es el primer paso, de esta democratización del poder económico para evitar más crisis efecto dominó. El siguiente tendrá que ser entender que es necesaria la descentralización política y cultural, más difícil de aceptar e instaurar, por aquello de que en economía es fácil explicar lo exacto del 2+2 de las matemáticas, pero el ciencias sociales, se impone con fuerzas la subjetividad humana.
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