Pedro Castillo tardó casi dos meses en ser juramentado oficialmente como presidente de Perú, porque su contrincante, la primogénita de Fujimori, con el apoyo de todas las fuerzas anticomunistas —aunque el profesor ni antes ni ahora se definiera como tal— hizo hasta lo imposible por impedir que un maestro rural casi que salido de la nada en materia política le arrebatara el poder. Después de que el fenómeno Castillo fuera una certeza al frente del país, había una jugada cantada: impedirle gobernar. Y en eso los políticos peruanos tienen varias maestrías y doctorados, usan herramientas constitucionales que lucen muy democráticas pero que en el fondo crean un vacío de poder tras otro, un clima de ingobernabilidad que sirve para sacar provecho particular del caos general.
Van cuatro gabinetes en siete meses de presidencia, que se traduce en cuatro primeros ministros designados, el penúltimo, duró apenas tres días. En medio de cada mandato, han sido otros tantos, alrededor de una treintena, los ministros que han abandonado en el barco, bien por renuncias propias o forzadas. El primer canciller designado por Castillo ejerció el cargo menos de un mes y así en varias carteras los liderazgos se han turnado. Ese es el inestable ejecutivo peruano de Pedro Castillo a quien le va a ser difícil quitarse la etiqueta de «sin rumbo», cuando hay una verdad no tan contada: bastante poco importan sus nombramientos, ponga a quien ponga, de cualquier tolda política, ideología extremista o moderada, con escándalos probados, fabricados o aval impecable, igual van a poner en jaque sus decisiones y la sombra de la vacancia rondará sobre su cabeza hasta que se consume.
Precisamente hoy, el congreso peruano va a por su segunda embestida, pedido de vacancia en mano. Ya intentaron usar sin éxito esta herramienta contra el maestro en noviembre pasado y ahora vuelven a la carga con al menos 20 razones que los opositores esgrimen para cesar definitivamente de sus funciones al mandatario de turno. Y no asombrarse de nada, en la argumentación se ha echado mano a todo, desde el clásico comodín de la corrupción hasta traición a la patria por poner sobre el tapate el tema del acceso al mar para Bolivia, pasando por apología al terrorismo que no podía faltar.
El trámite inicial previsto para esta jornada es votar en plenaria si se acepta o no la moción, que necesitaría un 40 por ciento de los votos de los 130 congresistas. Esto no es difícil de lograr teniendo en cuanta que unos 50 se unieron para presentar el pedido. Donde la matemática es más difícil es en los números de apoyo que hacen faltan para vacar al Jefe de Estado si es que se supera el primer escalón y se va a una segunda plenaria: 87 es la cifra de oro y aunque el oficialismo es minoría, dentro de las fuerzas opositoras están los pro-vacancia y los que temen seguir en la espiral de ingobernabilidad, que prefieren poner zancadillas a Castillo, mas no sacarlo del juego. Si bien, por un lado, estas cifras pudieran darle aliento, por otro, hay antecedentes de mal agüero, pues a dos que ya estuvieron en su pellejo, Pedro Pablo Kuczynski y Martín Vizcarra, también tuvieron dos mociones de vacancia cada uno, y a la segunda les tocó la vencida.
Han sido siete meses de perseverantes maniobras para impedir que el gobierno progresista desarrolle su agenda. El súper objetivo ha sido atarle las manos a Castillo y obligarlo a zigzaguear en actitudes y decisiones para mostrarlo débil e inexperto. Lo que no estaba tan claro era que la ingobernabilidad comenzaría desde dentro del círculo oficialista y que bastarían pocas chispas lanzadas desde la oposición para que la llama prendiera en la mismísima casa de gobierno y evidenciaran como ciertos los constantes rumores de una fractura a lo interno de Perú Libre, el partido con el cual Castillo había llegado a la presidencia.
La primera apuesta de la oposición fue avivar las diferencias entre el actual mandatario y el presidente de la fuerza partidista Vladimir Cerrón, para intentar hacer a las partes irreconciliables. Fue por ello que los ataques se centraron desde el día cero en sabotear la figura del designado por Castillo como presidente del Consejo de Ministro, cargo que pude homologarse como jefe de gabinete o primer ministro bajo otras nomenclaturas, me refiero a Guido Bellido, el hombre más cercano a Cerrón, que tuvo que presentar su renuncia por petición del mismísimo Pedro Castillo y para satisfacción de los partidos opositores que lo tenían en la mira. Justamente, la sola presencia de Bellido entre el staff había hecho peligrar a todo el gabinete durante la votación de confianza en el congreso, un paso obligado este: el del visto bueno parlamentario para cada nuevo team de gobierno.
Y antes de Bellido, ya otro de los catalogados como más a la izquierda dentro del equipo inicial del profesor, Héctor Bejar, había tenido que dimitir también a solo 19 días de ejercer como canciller. Como estrategia común, la oposición le fabrica asuntos de corrupción y terrorismo para deshacerse de estos más radicales e intentar moderar a toda costa la visión de Pedro Catillo. Le siguieron las intrigas entre su tercer Ministro del Interior y el entonces Comandante General de la Policía, que le valieron la renuncia de su segunda jefa de gabinete, Mirtha Vásquez. Eso por mencionar solo algunos de los casos más sonados.
El asunto aquí es que los primeros y decisivos días de gobierno han transcurrido con demasiados movimientos de fichas, lo cual ha postergado las primeras decisiones de peso que den cumplimiento a promesas de campaña. Se ha gastado más en calmar las aguas, en reaccionar a los ataques, que en promover acciones de gobierno y se han visto demasiados «digos y diegos» entre el presidente, sus ministros y el líder partidista de Perú Libre, y eso ha transmitido, cuando menos, confusión a los ciudadanos que le votaron.
A la par que unos hablaban de nacionalización de recursos importantes como el gas, otros aseguraban que se respetaría al sector privado; unos prometían redistribución de tierras, mientras por otro lado se advertía que no habría expropiaciones, aunque sí reforma agraria. Unos se mostraban más decididos que otros al cambio de constitución, e incluso, en política exterior, ha habido mensajes contrarios en cuanto a la relación con Venezuela.
Todo ello resta fuerza, credibilidad y capacidad de acción a la incipiente gestión de Castillo en Perú, pero, sobre todo, las hendijas en el gobierno sirven para que la oposición la tenga fácil para hacer tambalear una administración que no responde a sus intereses económicos y de clase.
Caer en el juego de radicalismo versus moderación, dentro de un proyecto de evidentes tintes progresistas sería desaprovechar la oportunidad de mostrar el alcance y efectividad de las propuestas en el tintero, y lo que es peor, seguirle el juego a una derecha que es experta en el divide y vencerás para sacar a la izquierda de competencia y mostrarla fracasada.
Claro, de que ha habido inexperiencia política desde el día cero, eso hasta el mismísimo maestro rural, sindicalista, devenido presidente sorpresa lo ha reconocido; «aprendizaje» le ha llamado en su primera entrevista a un medio internacional que lo puso contra las cuerdas por «no saber encontrar personas adecuadas para sus cargos de gobierno». Pero el gran problema es que, en esto de llevar las riendas de un país, no hay chance para el ensayo y el error.
Ahora todos quieren culpar a Castillo de un problema estructural en Perú. La ingobernabilidad es una lacra que lo precede o si no, ¿por qué 5 presidentes en 5 años, 3 de ellos en una semana? Y eso por hablar de época reciente, fresquita en la memoria, pues echando más atrás en la historia, son 20 años post dictadura de ingobernabilidad; antes de eso, el fujimorismo, con todas las heridas que le dejó al país. En resumen, una inestabilidad crónica que tiene sus causas en una élite política corrupta, desprestigiada, sedienta de poder que ha envenenado la institucionalidad toda, siendo el Congreso donde, lejos de legislar para la ciudadanía, se cocinan las trampas más sucias de la política peruana.
Se vuelve una cacería de brujas con fines electoreros y por intereses o guerras personales, no por el resultado de una decisión o servicio público. Prácticamente no se deja ejercer. El ABC es hurgar en el pasado, y sacar a la luz pública cualquier mancha aun sin comprobar, aunque sea mera sospecha, sirve igual sembrar la duda y forzar una renuncia incluso antes de firmar el primer documento, que desate el caos. Lo siguiente es predisponer a unos contra otros y por supuesto, amenazar con vacíos de poder y nuevamente mentar la vacancia, esa que ha visto caer a tantos y tantos jefes de gobierno en Perú. Sí, es cierto que a veces los escándalos son reales y es que volvemos al tema de la podredumbre política que se extiende y es difícil que no se salpique cualquiera de esos que se llaman políticos de carrera que se reciclan de una administración a otra.
Ese es el panorama que circunda a Pedro Castillo y esas las fichas que mover, él que llega desde la acera de enfrente, de los que protestaban contra la élite política, ahora tiene que hacer política con muchos de ellos y jugar un dominó que se le tranca continuamente porque quiere tener una base ancha, dígase que quepan todos, representatividad de fuerzas políticas, para rehuir de extremismos que le quieren achacar desde el primer día, y hasta eso le juega una mala pasada. En la búsqueda de equilibrios ideológico-partidistas ha perdido el apoyo de los convencidos iniciales, de los que pensaban en las reformas más profundas, y tal balance no le ha dado la estabilidad que buscaba, por el contrario, una administración tan variopinta ha puesto a guerrear a unos contra otros.
Era parte de la estrategia tenerlo entretenido en renuncias y nombramientos, mociones y amenazas desde el legislativo, haciendo uso de conceptos tan huecos como el de la «incapacidad moral», que se presta a todo tipo de interpretaciones demasiado subjetivas y que se escuda en un mecanismo constitucional tan simple de votos muchas veces comprados. Con vacancia o sin vacancia, el fin último es que sus bases electorales terminen por desencantarse, de hecho, su popularidad mengua cada día. La elite política se asegura así que la izquierda no vuelva a ser vista como una opción en boleta.
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