Los mil días de Allende
Como si fuera una historia de realismo mágico, el año nuevo de 1970, en plena persecución represiva contra el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) por su política de asaltos a bancos, Tati Allende invitó a sus amigos dirigentes miristas y sus familias a un lugar seguro para que pudieran compartir en paz las festividades de fin de año. Carmen ya había comenzado su militancia en el MIR. La casa pertenecía a la “Payita”, Miria Contreras, la más leal compañera que tuviera Salvador Allende. Carmen evocará que “Allende, la Payita y la Tati vinieron a visitarnos hacia las doce de la noche, humor, amistad, la tribu en todo su esplendor, en el que la generosidad de la Payita nos liga para siempre ´hasta que la muerte nos separe’ e incluso más allá”[1]. En esa época, también se terminará su matrimonio con Andrés Pascal.
“Mientras me arrastraba el viento de la revuelta”, dirá Carmen “en esos días me enamoraba, irremediablemente enamorada, del hombre de mi vida, Miguel Enríquez”[2]. Fue en el interregno que osciló entre el triunfo y la embestidura de Salvador Allende como presidente de Chile. Miguel llegó una tarde a su casa en la Quinta Michita, con su emblemática camisa azul entreabierta y un cúmulo de tareas militante. De fondo sonaban boleros en el tocadiscos, y fue justo en la canción “te vas porque yo quiero que te vayas, a la hora que yo quiero te detengo”, que se detuvieron todos los tiempos. Miguel nunca más se fue de su lado.
¡Qué lindo bolero! Muchos años después, Carmen rodará una de sus películas menos conocidas y más hermosa de su repertorio cinematográfico: El bolero, una educación amorosa[3]. La música está presente en todos sus films, pero más aún en su itinerario afectivo. Al igual que la militancia política, esta tonada tan latinoamericana le despierta “amor y pasión” y, en el hervor de la nostalgia, le ha permitido el retorno de todas sus vidas pasadas. Es un encuentro íntimo con su intensa historia que ha bifurcado y vuelto a empezar tantas veces.
A pesar de los intentos fascistas por boicotear el
triunfo del pueblo, el 3 de noviembre de 1970 Salvador Allende asumió la
presidencia de Chile. Tati Allende,
convocó a su amiga Carmen para que trabajara junto a ella y al “Compañero Presidente”
en La Moneda. Sus tareas serían de carácter diplomáticas, pero no en el sentido
formal del ejercicio, sino en su significación internacionalista proletaria.
Particularmente, se hizo cargo de recibir a los exiliados latinoamericanos que
venían arrancado de los tentáculos de la muerte que se imponían a través de las
dictaduras militares auspiciadas por el imperialismo norteamericano. Al primer
revolucionario que le tocó recibir fue al francés Régis Debray, quien salió en
libertad después de un cautiverio de más de tres años en las cárceles bolivianas,
tras haber sido capturado en la guerrilla del Che. Con Debray, aunque
políticamente han tomado caminos dispares, mantienen un afectuoso vínculo que
perdura hasta el día de hoy.
Su trabajo en La Moneda duró hasta que la pillaron
reproduciendo en la fotocopiadora del Ministerio de Relaciones Exteriores el
“Manual de Guerrilla Urbana” de los Tupamaros uruguayos. Es que tenía un pie en
las tareas del gobierno popular y el otro en su militancia en el MIR. Como Tati
Allende, en Carmen es un desafío calibrar el nivel de “afinidad electiva”[4] que
existe entre su allendismo y guevarismo, sobre todo, pensando en el daño que ha provocado la univoca
sentencia de Allende “expresión del reformismo” y Guevara “paladín de la
revolución”. En esta encrucijada, existen tantos pliegues como contradicciones
fructíferas para retomar el pensamiento estratégico transformador en la
actualidad.
Una vez que finalizó sus labores en La Moneda, Carmen se vincula académicamente a la Universidad Católica, donde asume tareas de docencia e investigación en el Centro de Investigaciones de Historia de América Latina. Políticamente, continuó con su trabajo en el equipo de informaciones del MIR y con Miguel se fueron a vivir juntos en una pequeña casa que se encontraba invadida por “los libros… lo único propio. Los había por doquier, montones y montones de libros en el suelo y en tablas sostenidas por tarros de conserva o columnas de ladrillos. No alcanzaban las paredes para alinearlos en ellas”. A esa guarida se mudaron junto a Bautista van Schouwen, el amigo de cadenas inquebrantable de Miguel desde la infancia. Eran tan fraternalmente complementarios, dirá Carmen: “Miguel, el ‘sol rojo’, pero Bauchi era ajeno a la envidia y a la mezquindad”[5]. En esa casa triangularon una complicidad de acero, un compañerismo entendido como Bautista, es decir, “una etapa superior de la relación humana”.
Mucho se ha escrito sobre el gobierno de la Unidad Popular y la política del MIR en este periodo. Un océano bibliográfico, a veces falto de profundidad. Sin embargo, solo nos queda destacar el protagonismo de los pobres del campo y la ciudad, articulados mediante el despliegue del movimiento de masas y el poder popular. Si bien el golpe de Estado del 11 de septiembre truncó esta hermosa e inédita experiencia desde abajo, Carmen, medio siglo después, sigue apostando porfiadamente por los caminos de la autoemancipación del pueblo. Parafraseando a Marx: “la emancipación del pueblo debe ser obra del mismo pueblo”.
Calle Santa Fe y el soplo de la memoria
En medio del bombardeo a La Moneda, Salvador Allende le envió a Miguel Enríquez un mensaje a través de Tati: “Ahora es tu turno Miguel”; luego se suicidó, pues su dignidad le impidió rendirse y entregarse ante los traidores militares que días antes le habían jurado lealtad. Su muerte significa el fin del proyecto de vía pacífica al socialismo con vino tinto y empanadas. Y consecuente con su trayectoria y pensamiento, no estuvo dispuesto a partir al asilo, tampoco a dirigir la resistencia desde un sector popular de Santiago, como se lo propuso el MIR.
Frente a la desazón de la izquierda chilena ante el golpe
de Estado, la dirección del MIR impulsó la política de “El MIR no se asila”.
Ninguno de sus militantes podía salir del país, y la orden partidaria fue
sumergirse en la clandestinidad, resistir la ofensiva fascista y preparar las
condiciones para derrotar a la dictadura. Mientras las embajadas colapsaban
frente al derecho al asilo, las y los miristas se replegaron a sus casas de seguridad
con un relativo orden. La experiencia de la primera clandestinidad en el
gobierno de Eduardo Frei Montalva los había fogueado en el arte del camuflaje.
Miguel y Carmen, se mantuvieron juntos.
La sanguinaria máquina de la muerte de la dictadura se
activó el mismo 11 de septiembre y su
objetivo represivo central fue capturar a los
principales dirigentes de la izquierda chilena, entre ellos, a Miguel y
Bautista. Sus caras aparecían en las portadas de los periódicos como los más
buscados. La segunda semana de diciembre de 1973 Bauchi pasó por la casa de
seguridad de Carmen y Miguel, quienes le pidieron que se quedara para su
resguardo, pero él, pensando en la seguridad de todos, decidió partir en busca
de un nuevo refugio. La noticia de su detención no tardó en llegar. Torturado,
enterrado y exhumado por los esbirros de Pinochet, hasta el día de hoy es un
detenido desaparecido. Era el único que sabía dónde se escondían Carmen y
Miguel, guardó silencio, murió, para que sus amigos siguieran viviendo. Al
cumplirse 45 años de su asesinato, Carmen escribió, en conjunto con otras
plumas, un libro colectivo en su memoria, que evoca sobre todo la costumbre de
la dignidad[6].
Al desaparecer Bautista, Carmen y Miguel se mudaron a una casa azul ubicada en la calle Santa Fe, en el sector sur de Santiago. La desolación por Bauchi solo fue aplacada –en algo– con la noticia del embarazo de Carmen. Se anunciaba un niño, que llamaban con cariño Bauchita. Pasaban los meses y la policía política de la dictadura perseguía sin descanso el paradero del hombre más buscado de Chile. Y fue el 5 de octubre que llegaron hasta él, como perros hambrientos sedientos de muerte. Miguel y Carmen combatieron incansablemente por el derecho a seguir viviendo. Porque sobre todas las cosas, amaban la vida. Miguel partió. Carmen quedó gravemente herida.
Para conocer lo que ocurrió el 5 de octubre de 1974 en la calle Santa Fe, se pueden remitir al artículo de Gabriel García Márquez: El combate en que murió Miguel Enríquez, durante la dictadura chilena[7]; pero especialmente al hermoso libro que nos legó Carmen, Un día de octubre en Santiago[8], obra que estremece por su sensibilidad revolucionaria. Es un tributo a la vida colectiva y militante y sus sueños, sin embargo, también es el triste ocaso de una de sus vidas:
La Catita murió [Carmen]. La asesinaron el sábado 5 de octubre de 1974, al lado de él, en ese patio de tierra suelta, cerca de la artesa (…) La sangre de Miguel corre y levanta suaves olas en polvo. Y en esa sangre la Catita se va. Ya se ha ido, es una mancha rojiza y la tierra se la traga y se la lleva hacia adentro. Masa de tierra, tierra hasta el fondo de la tierra, seca. Dicen que se hizo polvo. La Catita ha muerto y nadie puede ocupar su lugar.[9]
Gracias a la presión internacional y las gestiones de su tío el abogado de Derechos Humanos, Jaime Castillo Velasco, Carmen no fue asesinada, como acostumbraban los aparatos represivos de Pinochet. Moribunda por la granada que le explotó a su sombra, la dictadura a regañadientes la expulsó del país. Partió a Inglaterra a reencontrarse con su familia, y fue en esa tierra lejana donde la tragedia inmediatamente se volvió a presentar: el hijo que esperaba con Miguel quedó dañado en el enfrentamiento del 5 de octubre; no sobrevivió al odio de los vencedores. De esta forma comenzó su vida de apátrida, de ciudadana de un mundo sin límites ni fronteras.
En su documental Desterria,
un país llamado exilio[10],
basado en un rencuentro en tierra mexicana con su hija Camila y su nieta Leyla,
Carmen se pregunta por los caminos del exilio y,
su desenlace, aquel retorno definitivo a la patria querida. Nunca más volvió
del todo. ¿Por qué? El país que dejó a la fuerza se había ido más lejos que
ella.
Corrían los 30 años de la muerte de Miguel y en Chile se realizaron variadas actividades en su nombre. Esta conmemoración, como pocas, logró imponerse al sectarismo de la de las y los “revolucionarios” chilenos. Carmen participó activamente en este esfuerzo articulando una serie de políticos e intelectuales de la izquierda mundial, desde Régis Debray al Subcomandante Marcos, quienes enviaron sus saludos de homenaje. El Estadio Víctor Jara se rebalsó y las y los asistentes pudieron escuchar con emoción a Pablo Milanés y su canción dedicada a Miguel: “Yo pisaré las calles nuevamente de lo que fue Santiago ensangrentada…”. En aquellas jornadas a Carmen se le vio tras el lente de la cámara, tomando las últimas imágenes del documental más extenso e importante de su filmografía: Calle Santa Fe[11].
El historiador de las ideas Enzo Traverso, en su reciente libro Melancolías de izquierda[12], en el análisis de Calle Santa Fe, dirá que en este documental Carmen “cristaliza la memoria” al retratar a Miguel no como un ícono para el culto y la veneración, sino como un legado político vivo que se recrea en las nuevas luchas de la juventud chilena y latinoamericana. Según Michael Löwy, “las páginas que consagra Enzo Traverso a esta película figuran entre las más logradas del libro”[13]. Calle Santa Fe: ¡es una revuelta de las temporalidades históricas!
Cuando se presentó Calle Santa Fe en París, el filósofo revolucionario Daniel Bensaïd dijo sobre Miguel: “parece que quieren, tantos años después, asesinar la memoria después de haber asesinado los hombres. Es como si los vencedores no pudieran dormir tranquilos, como si no estuvieron tan seguros de su victoria”[14]. El 5 de octubre vuelve una y otra vez para incomodar a los vencedores y su victoria pasajera, y Carmen se adueña de este “recuerdo tal y como relumbra en el instante de un peligro”[15]. Para ella, el viento de la memoria (frase que utiliza en un pasaje de la película) es una subversión contra el “tiempo-ahora”, para convertirlo en un tiempo estratégico y así dinamizar el arte de la política emancipadora.
La apuesta melancólica
Desde que la expulsaron de Chile, y tras la pérdida de su hijo –a quien llamó Miguel Ángel–, Carmen no tuvo tiempo para llorar a sus muertos. En enero de 1975 se presentó “incandescente y combativa” –dirá su amigo Régis Debray, quien la acompañó– ante el Tribunal Russel en Bruselas, para denunciar los sangrientos crímenes de la dictadura cívico-militar chilena. Seguidamente, el partido tenía una nueva misión para ella y esta era ser el rostro de los miristas frente a la solidaridad internacional. Ciudad tras ciudad, mitin tras mitin, evadiendo la inevitable angustiosa memoria, sin darse cuenta terminó por convertirse en la viuda del héroe. Se preguntaba: “¿cómo de ser la compañera invisible de Miguel pasé a ser su representante ‘oficial’?”
Fue en un viaje a La Habana donde los cubanos en conjunto con la dirección del MIR decidieron que ella debía vivir en el epicentro de la revolución latinoamericana, en el hermoso Caribe rojinegro; sin embargo, para ese entonces los soviéticos ya se encontraban instalados en Cuba, como si estuvieran en Plaza Roja de Moscú. Tati Allende, su amiga entrañable, compañera eterna de sueños, la instó a partir de la isla y, en su calidad de principal figura articuladora de las izquierdas en el exilio, convenció a quien se cruzó en su camino para que Carmen pudiera marcharse tan lejos como fuera necesario. Ese fue el último encuentro de las guevaristas chilenas, pues Tati al poco tiempo decidió partir aún más allá, allá donde el retorno es solo memoria. Se suicidó.
Familiarizada con la cultura francófona y su idioma, se instaló en Francia. Pensó en retomar sus labores como investigadora en alguna universidad, pero estas ya se habían copado de académicos chilenos mientras ella se encontraba en la clandestinidad y luego en las tareas de solidaridad internacional. Ella piensa que fue para mejor. Sin la calidad de refugiada política, comenzó a trabajar en una boutique ubicada en el barrio Les Halles, frente a la Iglesia de San Eustaquio, donde, entre otras cosas, vendían bicicletas chinas. En el silencio del anonimato comenzaba a morirse poco a poco la viuda del héroe.
Se envolvió del campo intelectual parisino, siempre desde la izquierda heterodoxa. A la boutique llegaba para conversar con ella el filósofo Gilles Deleuze, quien le enseñó a “experimentar el exilio, como quien experimenta las diferentes edades de la vida”[16]. A veces a Deleuze le acompañaba su amigo filósofo y psicoanalista Félix Guattari, quien fue de gran apoyo terapéutico para Carmen. Pero será como en su juventud, a través de la fuerza de las mujeres, en su encuentro con el feminismo radical, que la lleva a romper definitivamente con su rol de portavoz del héroe. Las feministas la emplazan a recuperar la existencia, extirpar la culpa e, incluso, el derecho a volver a bailar.
En esos años conoció a Daniel Bensaïd, otrora dirigente estudiantil del “Mayo del 68” y referente de la izquierda radical francesa. Para Carmen, Bensaïd rápidamente se volvió su “cómplice político y un apoyo indispensable”. Es así como lo presenta en Aún estamos vivos[17], película que le dedicó, y que dirá que está “centrada en el compromiso político, no el de nuestra juventud, sino el del presente”[18]. ¿Qué es el tiempo presente para Carmen? Creemos que para ella es un espacio de “apuesta” por el seguir luchando, donde se dinamiza la dialéctica entre pasado y futuro, derrota y esperanza, experiencia y horizonte; dicho en clave de subversión, es una “apuesta melancólica” que oscila entre la memoria y la revolución.
Un buen amigo de Bensaïd y Carmen, Michael Löwy, nos dirá que “la apuesta melancólica nos ofrece una nueva mirada sobre la esperanza, una esperanza que nos ayuda a restablecer la circulación entre la memoria del pasado y la apertura hacia el futuro”[19]. Por su lado, Carmen nos diría que “el deseo de la subversión, de la desobediencia, no puede surgir solo, tiene que surgir del deseo de la memoria, del pasado”, agregando que “ya no tenemos la certezas del ayer, pero en la incertidumbre, en la apuesta melancólica de la acción presente están viviendo, moviéndose, aquellos que ya no están. De eso estoy convencida”[20].
El encuentro con Bensaïd, el marxista heterodoxo, leninista libertario y estratega de la revolución, tuvo un gran impacto en la trayectoria de Carmen y su visión (transformadora) del mundo. En ese encuentro con su pensamiento, la nostalgia que mata y vuelve la historia de los vencidos un cementerio sin puerta de retorno, se convirtió en una “apuesta melancólica” al servicio de la emancipación. Emancipación que para ella tiene un nombre, “esa palabra asesinada es el comunismo” –nos dirá–, y que, según Bensaïd, “sigue siendo la palabra más justa, la más cargada de memoria, la más precisa, la más apta para nombrar los retos históricos de la época”[21].
La historia de las y los vencidos
El año 2011, al calor de las movilizaciones estudiantiles chilenas, Carmen estrenó el documental Víctor Serge. Vivencias de un revolucionario[22]. Aquí relatará que su primer encuentro con el inquebrantable Víctor Serge, revolucionario libertario, tan internacionalista como apátrida, fue en la casa azul de calle Santa Fe, donde en una vieja maleta encontró sus libros reposando en medio de fusiles y municiones. Serge había muerto hace un cuarto de siglo, en el destierro mexicano, pero allí estaban sus Memorias de un revolucionario y El año I de la revolución que, Miguel –quién más que Miguel–, en su voracidad enciclopédica sobre la Revolución bolchevique, tiene que haber seleccionado para que los acompañara en la lucha clandestina.
Si en la oscura noche dictatorial leerlo reafirmaba el compromiso a no someterse jamás ante la maquinaria de la muerte, en el exilio, Carmen se reencontró con Víctor Serge el intelectual revolucionario, el escritor militante, quien le abrió la necesidad de dar testimonio de lo vivido, es decir, de la vida colectiva desde la historia de las y los vencidos. En el entretiempo de su trabajo como vendedora en la boutique parisina, y acompañada con el eco de los pájaros sueltos que silban en algún rincón de la tienda, inicia su vida de escritora en pequeños cuadernos que comienzan a inmortalizar su memoria. Sus recuerdos se expresan en francés, y años después dirá que “tal vez porque necesitaba de una lengua extranjera para soportar la memoria de los ausentes”[23].
Se llamó Un día de octubre en Santiago, y por su título pareciera solo ser el último enfrentamiento que llevó a la muerte a Miguel. No lo es. La intención de su autora no es dar cuenta de aquel combate que Gabriel García Márquez ya había cargado de heroicidad[24], sino plasmar las sutilezas de la vida militante, pues hasta el día de hoy sigue insistiendo que “no conmemoremos la muerte, no recordemos solo el sentido heroico de ese acto. Miguel Enríquez, un revolucionario, amaba la vida, la vida lo amó”[25]. Es un libro de fraternidad revolucionaria y “Carmen narra desde la forzada compartimentación de los clandestinos”, como dirá su amigo cubano Fernando Martínez Heredia, “paradoja de soledades de los que han forjado la más hermosa hermandad”[26].
En 1979, cuando Carmen terminó de escribir Un día de octubre en Santiago, como buena escritora militante, le hizo llegar un primer borrador a la dirección del MIR, para sus comentarios y aprobación. En una carta que guarda hasta el día de hoy, la respuesta fue desgarradora: “Este libro no puede ser publicado ya que atenta contra la moral de Miguel, del MIR y de la revolución chilena”. Todo lo que había escrito con tanto rigor, ternura y sensibilidad revolucionaria era cuestionado desde una ilógica jerarquía. Fue un duro golpe para ella[27].
En el mundo de las y los vencidos aparece la sombra de nuevos vencedores, quienes administran el castigo sin contemplación e intentan monopolizar la historia de las derrotas. Al igual que Víctor Serge que siguió escribiendo en la URSS bajo la amenaza del propio Stalin, que luego lo apresó, Carmen se enfrentó a la coerción de las leyes de las purgas en nombre del santifico socialismo. Exigió su derecho a disentir y su libro se terminó por publicar en 1980, tristemente para ella, bajo la mirada enjuiciadora de compañeros que se acogían en aquella época a la falsa disciplina militante que emanaba desde el poder partidario. Posiblemente no la expulsaron porque cómo iban a expulsar a la viuda del héroe que ellos mismos habían ayudado a erigir.
Gracias a su coraje, Un día de octubre en Santiago hoy lo podemos considerar un texto fundante de la nueva literatura revolucionaria latinoamericana, quebrando así con los esquemas literatos oficialistas de la hagiografía comunista. Todo aquel que quiera escribir en nuestro continente una historia a contrapelo, desde la vereda de las y los vencidos, debe detenerse en este libro y captar la fibra de humanidad hecha palabra que enuncia Carmen y que uno igual puede ver en cada una de sus películas.[1] Echeverría, Mónica y Carmen Castillo, “Santiago – París. El vuelo de la memoria”, Santiago: Editorial LOM, 2002, pp. 118 – 119.
[2] Ibídem, p. 121.
[3] Castillo, Carmen, “El Bolero, una educación amorosa”, ver: https://vimeo.com/365819264
[4] Para introducirse en la categoría de “afinidad electiva”, ver el primer capítulo del libro de Michael Löwy “Redención y utopía. El judaísmo libertario en Europa central. Un estudio de la afinidad electiva”.
[5] Castillo, Carmen, “Bautista van Schouwen. El tiempo de la fraternidad”, pp. 119-132. En Bautista van Schouwen. Que la dignidad se haga costumbre”, Santiago: Editorial Pehuén, 2018.
[6] “Bautista van Schouwen. Que la dignidad se haga costumbre”, Santiago: Editorial Pehuén, 2018.
[7] Márquez, Gabriel, “El combate que murió Miguel Enríquez, durante la dictadura chilena”. Puede ser consultado en múltiples páginas en internet.
[8] Castillo, Carmen, “Un día de octubre en Santiago”, Santiago: Editorial LOM, 2013, p. 104.
[9] Ibídem, p. 104.
[10] Castillo, Carmen, “Desterria, un país llamado exilio”,… Ver: https://vimeo.com/213908936
[11] Castillo, Carmen, “Calle Santa Fe”, 2007. Ver: https://vimeo.com/365791864
[12] Traverso, Enzo, “Melancolía de izquierdas. Marxismo, historia y memoria”, Madrid: Fondo de Cultura Económica, 2019.
[13] Löwy, Michael, reseña de “Melancolía de izquierdas…”. Extraído: Revista Viento Sur.
[14] Bensaïd, Daniel, “Rue Santa Fe: forces de vie”, París, 6 de diciembre de 2007.
[15] Benjamín, Walter, Sexta tesis de las “Tesis de filosofía de la historia”.
[16] Castillo, Carmen, entrevista con la Universidad de Girona, 2015.
[17] Castillo, Carmen, “Aún estamos vivos”, 2014. Ver: https://vimeo.com/218666363
[18] Castillo, Carmen, “Los crepúsculos nunca vencerán a las auroras”, introducción a la edición cubana de “Un día de octubre en Santiago”, La Habana, Ediciones ICAIC, 2014, P. 24.
[19] Lowy, Michael, “La herejía comunista de Daniel Bensaïd”. Consultado de www.vientosur.info
[20] Castillo, Carmen, entrevista con la Universidad de Girona, 2015.
[21] Bensaïd, Daniel, Una lenta impaciencia,
[22] Castillo, Carmen, “Víctor Serge. Vivencias de un revolucionario”, 2011. Ver: https://vimeo.com/215355564
[23] Castillo, Carmen, Prólogo a la edición mexicana de “Un día de octubre en Santiago”, 1982.
[24] Márquez, Gabriel, “El combate que murió Miguel Enríquez, durante la dictadura chilena”. Puede ser consultado en múltiples páginas en internet.
[25] Castillo, Carmen, Prólogo a la edición chilena de “Un día de octubre en Santiago”, p.8.
[26] Martínez Heredia, “Miguel apunta al futuro”, prólogo a la edición cubana de “Un día de octubre en Santiago”, La Habana, 2014, pp. 3-4.
[27] Si bien Carmen en varios ocasiones ha mencionado esta historia, en la entrevista que le realizó la Universidad de Girona en 2015, creemos que expresa con mayor nitidez el dolor que le causó esta censura.
Comentarios