Un grupo de personas no para de andar. Andan porque lo necesitan, para escapar de la violencia y el hambre. Andan porque cada paso es una promesa de algo mejor, de ese futuro próspero que desde pequeños beben a través de las publicidades neoliberales, o porque algún familiar cuenta las mieles, olvidando los sinsabores, del sueño americano.
Sin embargo, lo cierto es que el objetivo es llegar a Estados Unidos, atravesando lo indecible, pasando hambre, fatiga, malos tratos y los pocos escrúpulos de los traficantes de seres humanos, por solo citar algunos riesgos.
Este fenómeno ha adoptado rostro latinoamericano en los últimos tiempos, ganando notoriedad con las masivas caravanas de migrantes, los cuales proceden mayormente de Honduras y El Salvador.
Actualmente, alrededor de 1500 personas esperan en la frontera de Guatemala con México para continuar su paso, a pesar de las declaraciones de odio y racismo expresadas hacia los latinos por parte del presidente estadounidense Donald Trump.
Caracterizando la migración
Las caravanas migrantes o la migración en caravanas, de acuerdo con el sitio oficial sobre este tema para Centroamérica, Norteamérica y el Caribe, es una modalidad que tiene dos características fundamentales: 1) se realiza vía terrestre; y 2) en grupos significativos.
Además, estos movimientos poblacionales en el Norte de Centroamérica han ido desarrollándose a lo largo de los años, pero han cobrado mayor relevancia tanto por número como por frecuencia a partir de octubre de 2018.
Es importante resaltar, como bien indica la fuente mencionada anteriormente, que estas caravanas han surgido de una convocatoria que normalmente se hace en redes sociales, donde se llama a las personas migrantes a movilizarse en grupo para llegar a Estados Unidos, usualmente a través de México.
Sin embargo, muchos de estos individuos admiten ser engañados por estos llamados, ya que en muchos casos aseguran que les prometió un camino sencillo, sin grandes dificultades para llegar a la frontera norteamericana.
La triste realidad de un día en caravana
Para Keyla Munguía, 28 años, San Pedro Sula (Honduras), y según refiere El País, el camino es largo y debe andar ligera. Prioriza unas gafas de sol y un pomo de agua. Los peligros que le plantea un viaje como este no se comparan a su triste realidad, tiene esperanzas.
Para Carlos López llegar a su destino es imprescindible. Atrás dejó a su esposa e hijos, no puede detenerse ahora, sus seres queridos cuentan con él.
Por su parte, Ilia Dubón, de 29 años, afirma que solo lleva consigo su pasaporte, pañales y las ropas de sus dos niñas. «Lo más difícil ha sido dormir en la calle, me da pena por ellas», lamenta. La bolsa de cuero de Ilia es lo único que les queda, después de una travesía de nueve días. Traía otra mochila, pero tuvo que dejarla en el camino. «Trabajaba en una fábrica, pero no me alcanzaba para nada, no me pagaban ni el salario mínimo comenta Dubón, cansada por las largas caminatas. «Estamos huyendo de la miseria», agrega.
En su día a día esos miles de hombres, mujeres y niños, encuentran en ocasiones la compasión humana. Un lugar donde pasar la noche o un plato de comida, es de primera necesidad cuando se ha andado tanto.
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