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Cambios que producen estatismo

6 sept. 2022
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Los chilenos le dijeron «no» a una propuesta de nueva constitución para el país. Todos buscan ahora alarmados los porqués. Claro, es entendible que asombre a no pocos: 3 años enfocados en esta búsqueda de cambios, después de un estallido social estridente que solo el compromiso de un proceso constituyentista pudo apaciguar; un primer referendo de altos porcentajes a favor de reescribir la ley de leyes y de pronto un fracaso demoledor.

Podrían enumerarse causas —de hecho cada analista, medio de comunicación y hasta el ciudadano común ha hecho su propio compendio de razones para el rechazo— pero hay una poderosísima arma que resultó clave para lograr este resultado: una estrategia que ya se había ensayado con éxito rotundo en otra consulta popular que, diferencia de la chilena en que las encuestas ya avizoraban la derrota aunque menos estrepitosa, nadie jamás pudo calcular dónde y por qué se torció el rumbo de lo aparentemente obvio.

Ese antecedente es el referendo hecho en Colombia para decidir si se aprobaba o no definitivamente el acuerdo de paz con las FARC negociado en La Habana.  El «no» era una opción descartada, impensable por entonces, hasta que le dio una bofetada sin manos a todos. ¿Qué pasó? Que una oposición sumamente reaccionaria, no solo contraria a la paz sino profundamente involucrada e interesada en el lucrativo negocio de la guerra, optó por una táctica finísima: «queremos la paz, queremos un acuerdo de paz, pero no ese que es un mal acuerdo». Y así engañaron y convencieron a todos de votar lo indecible.

Exactamente la misma fórmula aplicaron en Chile. Una derecha disminuida en el proceso político de redacción del texto, obligada por la fuerza popular que se tomó las calles en 2019 a jugar esta carta de democracia, una derecha perdedora de espacios de gobierno, optó por venderse como amante del cambio, de la necesidad de un nuevo texto pero no de ese borrador, porque «otra mejor carta magna es posible» y con semejantes palabras, el plato estaba servido para que el «no» caminara a sus anchas.

Por lo que no es tal la incoherencia que se quiere achacar a los chilenos, sí que quieren cambios, pero puede que de tanto quererlo, cambien las cosas para dejarlas exactamente igual o peor.

Dice el refranero popular que hay quien compra pescado y después le dan miedo los ojos. En cierta forma también pasó en Chile, que tuvieron delante de sí un carta magna demasiado revolucionaria y abarcadora en aspectos sociales y políticos en un país conservador hasta los huesos, al estilo mujer del siglo XIX , aquellas que querían tener derechos pero a la vez se horrorizaban del qué dirán.

Ciertamente, todos estos procesos de seducción fueron posible con altas dosis de desinformación, el plato fuerte del mundo de la posverdad. De ahí que, por ejemplo, un derecho súper progresista como el derecho al aborto fuera tergiversado a «podrán abortar hasta el noveno mes de embarazo». O el derecho a una vivienda digna para todos, reducido al chisme de «perderán las propiedades de sus casas». O malinterpretar el término «plurinacional» como un país dividido en tribus. O difamar sobre el verdadero significado del respeto a los derechos de los pueblos indígenas. O escandalizarse con si habrá propiedad privada o no y caer en la trampa aquellos que jamás han sido propietarios ni de sus propias vidas. O caer en el juego de que abolir el Senado era desconocer la verdadera democracia, después de tantas veces haber reconocido el desprestigio de la clase política tradicional y sus instituciones.

Una sarta de mentiras meticulosamente hilvanadas y perfectamente colocadas en el imaginario popular hasta surtir el efecto deseado. Eso por un lado, y por otro, las verdaderas falencias que el texto tuvo al final para los más convencidos de cambiar todo de raíz y que al luego vieron paños tibios en algunos tópicos por las necesarias moderaciones de sus redactores en el azaroso camino de poner una letra al lado de otra, frente a una presión sociopolítica extrema.

A pesar del camino abierto para empezar de cero, como ha dicho el presidente Gabriel Boric, hay un capítulo esperanzador que comenzó con las protestas de 2019 y que se cerró ahora con sabor a derrota. El entendimiento entre fuerzas políticas que no quieren lo mismo, por más que edulcoren el discurso, será difícil, sobre todo, cuando en realidad representa una táctica disuasoria para ganar tiempo hasta recuperar el terreno hoy ganado por el progresismo.

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