Ha sido tanta la ebullición social en América Latina en las últimas semanas que por primera vez en los últimos tiempos los medios internacionales dejaron respirar a Venezuela. No había manera de silenciar los estallidos casi contagiosos en varias naciones del área como Haití, Honduras, Ecuador, Perú o Chile, ni los triunfos electorales de las fuerzas progresistas en Argentina y Bolivia, ni la inobjetable derrota de la ultraderecha en las regionales de Colombia.
No obstante, la pausa mediática sobre la realidad venezolana no ha durado mucho porque es parte de la estrategia estadounidense mantener vivo el relato de caos alrededor de la gestión chavista. Líneas de espanto para describir el día a día en Venezuela y palabras comedidas para hablar de Chile. No parecen valer los muertos, ni los torturados, ni los violentados sexualmente en Santiago, no parece contar la represión brutal de los carabineros, tampoco el discurso ambivalente de Sebastián Piñera. Y es que tales expresiones de descontento popular no son las preferidas de quienes eligen en la prensa dominante los titulares de portada, simple y llanamente porque contradicen la pretendida perfección de esos países que se jactan de democracias funcionales y económicamente exitosas.
No es tan fácil llenar cuartillas o minutos de lo que sucede en países dominados por gobiernos de derecha porque, aunque se den escenarios aparentemente similares al bien fabricado enojo de las masas oprimidas por dictaduras socialistas; el tratamiento informativo será selectivamente diferenciado. Por ejemplo, las protestas son contra los gobernantes cuando éste coquetea o se identifica con la izquierda y suelen ser contra deudas puntuales acumuladas por sucesivas gestiones —causales vagas sin señalar culpables— si la administración en cuestión tiende a la derecha. En el primer caso, si los manifestantes piden la renuncia del Jefe de Estado, una mayoría foránea exige que se cumpla el mandato popular; en el segundo caso, tal pedido se diluye, se potencian los llamados al diálogo del mandatario en aprietos y los peores reproches se los llevan los «vandálicos» agitadores —en el caso chileno tildados incluso de «alienígenas» por la primera dama— rara vez la clase en el poder. Las manifestaciones en Chile, y sus similares, puede que solo estén en el boom informativo un par de semanas como sucedió con las ecuatorianas, luego se minimizan las consecuencias, se olvidan las causas. En cambio, Venezuela da para ser noticia a diario y siempre en los peores términos, aunque hace meses las calles de ese país solo conozcan de su rutina cotidiana y no sean el hervidero que la de sus países vecinos.
Se imponía entonces retomar la cruzada anti Maduro para que la opinión pública no se distrajera con otras realidades. Máxime cuando la correlación de fuerzas en el hemisferio ha dado un giro de timón desfavorable a Washington y los suyos. El encargado de revivir la furia antichavista ha sido nada más y nada menos que el «millenial» presidente.
Le ha tocado al salvadoreño Nayib Bukele el papel que antes han jugado Iván Duque, Jair Bolsonaro, Martín Vizcarra, Lenín Moreno o el mismísimo Piñera. Y no solo porque todos los mentados tienen coyunturas domésticas complejas de las que ocuparse como para andar de mensajero del diablo, sino porque hay una clara intención de reinventar y refrescar la ofensiva contra Caracas. Bukele viene a ser una carta perfecta pues no es un ultraderechista clásico, ni un conservador de manual, se vende como un joven político de ideas y tácticas modernas, un antisistema que busca romper con la vieja escuela, los viejos partidos y la vieja dicotomía ideológica. Mas todo ello únicamente en apariencia. Bukele ha hecho lo que sus anteriores, usar la enemistad manifiesta contra el proyecto bolivariano como moneda de cambio con quien reparte el pastel.
Su método de «sanación» —en su campaña usó la metáfora de que El Salvador era como un niño enfermo— es totalmente reciclado: alinearse con Estados Unidos para que la superpotencia siga erogando millonarias sumas de dinero en forma de cualquier tipo de ayuda, una ayuda que había sido detenida por Donald Trump, quien no solo condicionó los fondos a una mano dura que frenara la migración irregular desde Centroamérica, sino que llegó a referirse a El Salvador como «país de mierda».
Nayib Bukele ni siquiera ha tenido en cuenta semejante ofensa y ha logrado un negocio redondo con su par estadounidense. A cambio de prebendas migratorias y de reanudar el flujo de dólares, se ofreció a hacer el trabajo sucio de presionar a Venezuela. Como primer paso de su compromiso, expulsó al cuerpo diplomático venezolano de la nación centroamericana, alegando el reconocimiento de Juan Guaidó como presidente y, en consecuencia, desconociendo la legitimidad de los funcionarios leales a Maduro. No se limitó a ello, sino que invitó a los estados concomitantes a imitar su iniciativa.
La acción desencadenó una respuesta proporcional por parte del ejecutivo venezolano, que también ordenó la salida de los diplomáticos salvadoreños. Le siguió un intercambio verbal airado entre Bukele y Maduro, no exento de insultos de un lado y de otro.
Hurgando un poco en esta historia de confrontación no espontánea, resulta que Bukele tiene incentivos adicionales a su pacto no escrito con Estados Unidos. Necesita restarle atención a asuntos internos bastante inquietantes. Actualmente hay una investigación en curso que lo relaciona con presuntos sobornos y lavado de dinero. Podría haber recibido hasta 5 millones de dólares de empresas relacionadas con el consorcio Alba Petróleos de El Salvador, cuando todavía se decía militante del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional. Desde que asumió la presidencia, el renegado del FMLN ha fustigado a todos los miembros de su antiguo partido, a los que acusa de corrupción, y ahora aparecen indicios de su posible implicación en los casos de corruptela. Para mayor paradoja, el dinero sucio con el que podría haberse beneficiado proviene de los fondos de la estatal venezolana PDVSA, durante la administración de Rafael Ramírez, prófugo de la justicia precisamente por robar miles de millones de dólares a la petrolera. Pero ahora viene el detalle importante, parte de la investigación y de la documentación está en manos norteamericanas, otra razón para congeniar con el norte en busca de una mano amiga que ayude a archivar las evidencias.
Con el Grupo de Lima desacreditado, con la oleada antineoliberal que se propaga en el continente y con Juan Guaidó desinflado, Bukele es la nueva punta de lanza contra la Venezuela de Maduro, con el propósito de no dejar morir la narrativa antichavista.
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