Por más de 2 500 años, la historia de la humanidad ha estado caracterizada por la lucha entre y contra los imperios. Todos han transitado por períodos de auge o decadencia, marcando diferencias importantes en la vida política doméstica de esos países.
La esencia de la estabilidad de todos los imperios es que, de una u otra manera, toda la sociedad imperial se beneficia de la explotación de terceros. Incluso los más pobres alcanzan niveles de vida superiores a la media de los habitantes de los países dominados. Esto explica la tendencia histórica de la emigración hacia las metrópolis, aunque sea para ocupar los estratos más desventajados de esas sociedades.
Tal realidad condiciona las expresiones políticas de las sociedades imperialistas y establece sus límites objetivos. La mayoría de la población tiende a apoyar un estatus quo que los beneficia, así como a aceptar las premisas ideológicas en que se sustenta el estado de dominación imperial.
Este balance se quiebra cuando el estado imperialista no es capaz de satisfacer las expectativas de sus ciudadanos, en especial de ciertos sectores donde descansa su solidez política, digamos la actual clase media blanca en países como Estados Unidos.
Es una situación que exacerba las contradicciones internas, polariza la sociedad, deprecia el prestigio de las instituciones políticas y es fuente de conflicto entre multitud de grupos, los cuales tienden a proliferar en un contexto donde se amplía el marco de las opciones políticas y se incrementan las luchas sociales de diversa naturaleza.
Este precisamente es el proceso que refleja la candidatura del senador Bernie Sanders. No se trata de un caso aislado, donde un político bien intencionado defiende una agenda de ideas bien intencionadas pero utópicas, sino de un movimiento que ha ganado en extensión y organización, llegando a ocupar posiciones en el cuerpo gubernamental del país.
Aunque se define a sí mismo como un “socialista democrático”, Sanders no se plantea un rompimiento con el sistema norteamericano, sino el mejoramiento de situaciones relativas al respeto a los derechos humanos, la desigualdad en su propio país o la actuación de Estados Unidos en el mundo.
Algunas veces, desde posiciones radicales de izquierda, se subestima el alcance de este mensaje o se descalifican sus intenciones. Al no modificarse los objetivos sino los métodos para alcanzarlos, solo constituye la “cara maquillada del mismo imperialismo”, dicen algunos. Sin embargo, no se trata de una diferencia menor, toda vez que en los métodos es donde se concreta la política y ello es lo que determina el orden existente.
Además, el movimiento encabezado por Sanders nos demuestra que la sociedad norteamericana no es un ente monolítico, ajeno a valores que forman parte de las mejores tradiciones estadounidenses. En Estados Unidos existen muchas personas que defienden la justicia, les preocupa la protección del medio ambiente y sienten respeto por el prójimo.
Sanders no es un demagogo, durante toda su vida ha defendido una agenda política vinculada a la defensa de los derechos civiles en Estados Unidos. El auge alcanzado en los últimos años, como centro de las tendencias más progresistas de la sociedad norteamericana, solo se explica a partir de las transformaciones que están teniendo lugar en esa sociedad.
Este movimiento tiene el valor agregado de centrarse no solo en aspectos económicos y sociales, sino también ideológicos, representando la más clara confrontación con las expresiones racistas, xenófobas y sexistas que animan a la extrema derecha estadounidense y hoy constituyen la base política del gobierno de Donald Trump.
Haber legitimado una corriente socialista en Estados Unidos, no importa cuáles sean los reparos que podamos achacarle a esta definición, constituye un enorme paso de avance en un país históricamente dominado por las tendencias más reaccionarias.
El hecho de que Donald Trump haya singularizado la lucha contra el socialismo dentro de los propios Estados Unidos, puede ser interpretado como un recurso electoral encaminado a explotar una matriz de pensamiento muy difundida en ese país. Incluso, en su versión más extrema, nos anuncia el resurgir del macartismo.
Sin embargo, también refleja la necesidad de la derecha de enfrentar a una fuerza política que gana adeptos aceleradamente, lo que nos muestra un panorama impensable hace apenas unos años en Estados Unidos.
En estos momentos, sería pura especulación pronosticar si Sanders, o cualquier otro candidato progresista patrocinado por él, tiene posibilidades de ganar las próximas elecciones presidenciales estadounidenses.
Basta decir que, a pesar de los enormes obstáculos que debe enfrentar, las señales hasta ahora no son negativas. En los dos últimos comicios, el desempeño de este movimiento político ha sido bastante exitoso y el reciente anuncio de su candidatura ha tenido muy buena acogida entre sus partidarios.
Es un hecho que estamos en presencia de un avance cualitativo respecto a otras expresiones contestarías que, aun siendo masivas, como fue el caso de Ocupa Wall Street, carecían de la articulación necesaria para impactar en las estructuras políticas del país.
Comprender la complejidad de esta situación y aprovechar las oportunidades que se desprenden de su dinámica constituye una necesidad de las fuerzas progresistas dentro y fuera de Estados Unidos, así como del movimiento antimperialista contemporáneo.
No por gusto, alguien dijo que nada era más revolucionario que una buena teoría.
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