Son las cinco de la mañana y Armando Miguel enciende su linterna. Enfrenta el camino que parece autopista con tanto tránsito de guajiros que acuden al llamado del campo.
Va respirando la humedad del aire y el aroma lo guía hasta la finca Santa Isabel.
Cada día hago lo mismo: me levanto antes de las cinco y salgo; abro la casa de tabaco para ver si hay blandura, porque cuando hay aire de arriba el tabaco se pone seco. Pero si coge el fresco de la madrugada la hoja se ablanda y está lista para zafar. Mañana domingo es igual, el tabaco no cree en fines de semana.
Nadie como él para saber cómo atender el cultivo, que creció entre las vegas verdes de Pinar del Río y desde la infancia empezó a manipular la hoja para incrementar el sustento familiar.
Hace casi setenta años que Armando Miguel se levanta en plena madrugada para trabajar. Antes, como jornalero en las fincas de los familiares de su padre.
Soy nieto de Nenito Padrón, que era el gobernador de la provincia de Pinar del Río por los años 1957 y 1958. Nosotros, en cambio, fuimos jornaleros y pobres, porque mi padre era un hijo bastardo. Sus hermanos hicieron que mi abuelo le diera el apellido, nada más.
Un jornalero era alguien que ganaba jornal. Desde los siete años sacaba hojas de tabaco por un peso al día, o menos. Las personas mayores cogían y ponían a un muchacho a que les sacara hojas a dos hombres, con sus requisitos: no romper el tabaco, llevarlo a aquí, mover aquello, cargar lo otro… Y así pasaba el día, trabajando para los capitalistas, dueños antes de todo esto de aquí, incluida una parte de mi familia.
Este pinareño, hombre noble, de mirada segura a veces perdida en los límites de lo que permiten ver las vegas, no es —quizás— el ideal de cambio (drástico) tras una revolución como la cubana.
Sigue viviendo muy cerca de donde nació, a donde no llega el asfalto y el camino pantanoso parece pensado solo para el tránsito de los caballos. Emplea un lenguaje coherente y usa palabras rebuscadas, mas, no supera la enseñanza primaria. Su casa es bien modesta, como la de cualquier morador del Corojo, Los Laureles, El Retiro, El Chorrito (nombre de los sitios de la zona) a pesar de ser uno de los productores más reconocidos de la región, seleccionado Hombre Habano en 2008.
No ha transitado de un extremo a otro, de paupérrimo a millonario, de Juan sin Nada a Juan con todo. Sin embargo, sus recuerdos y su actitud para preservarlos dan fe del cambio que vivió Armando Miguel después de 1959.
Cuando triunfó la Revolución tenía 15 años. Malvivíamos en Barrigona, un barrio marginal del municipio de San Luis. Mis hermanos y yo trabajábamos desde los siete años para ayudar al sustento familiar. Ganábamos cincuenta centavos en las mañanas e íbamos a la escuela en las tardes. Mi mamá lavaba para afuera por ocho pesos al mes. Vivíamos en una casa de tabla y guano con piso de tierra. Cargábamos el agua para beber, cocinar y hasta para que mi mamá lavara, desde un pozo que estaba a 300 metros.
Al triunfar la Revolución mi papá cogió una tierra como arrendatario y luego pasamos a ser dueños de ella. Las cosas comenzaron a cambiar: pudimos echarle piso a la casa, tener luz eléctrica. Me casé, mis hijos estudiaron. Y al pasar los años perdí una hija, debo decirlo. No puedo omitir que mi hija de 20 años muriera, pero que durante ocho años la atendieron en los mejores hospitales de La Habana.
¿Cree que el cambio en Cuba tras enero de 1959 fue un golpe de suerte solo para algunas personas?
No, fue un cambio para todo el mundo. Mucha gente no recuerda el pasado como los de mi época, porque las nuevas generaciones conocen la emigración, el cuentapropismo, otra visión que le da un vuelco a la vida. Hay que recordar el pasado, porque en él se vivieron angustiosos momentos.
Cuando veía a mi madre enferma lavando para la calle, sin poder renunciar a hacerlo, me sentía con las manos amarradas. Había que seguir, porque ¿qué trabajo había antes? La zafra, que duraba tres meses y luego la escogida que duraba tres más. El otro tiempo era muerto. Había que ir a raspar sargazo para el monte, sin zapatos, pues los que teníamos no podían usarse para eso; o coger un hacha y hacer carbón, sin zapatos también. Eran disyuntivas que tenía la vida que no eran fáciles de asimilar.
Todas las personas que vivíamos en Barrigona y en otros lugares cercanos fuimos beneficiadas con la Revolución. Hubo electricidad, la gente pudo comprar un radio, un televisor, poco a poco las personas fueron mejorando. Como dije, antes aquí había que cargar el agua, después pusieron fuentes de abasto y llega hasta las casas; quizás no a la ducha, pero sí a una llave en el patio. Las personas con más recursos pueden montar un tanque y tener otras comodidades, pero todo el mundo tiene agua. Además, cuando la tiranía de Batista estuve a punto de ser masacrado. Un día 23 de octubre de 1957, los revolucionarios al mando de Pedro García Veloz —conocido como Buldózar, porque manejaba una máquina de igual nombre— líder en Vueltabajo, se llevaron una guagua del garaje de un hombre conocido como Echevarría.
¡Al otro día lo que llegó de guardia rural fue mucho! Una caravana con 20 o 30 yipis, guaguas, ametralladoras… Estaba cerca sembrando tabaco con uno de mis tíos y paró la caravana en el camino. Entre cinco que estábamos en la vega me eligieron a mí. Me hice el que no oía, al final tuve que ir. Me montaron en el yipi. ¡Imagínese usted cómo estaría, con 14 años y sabiendo lo que pasaba con las personas que iban presas!
Cuando íbamos para las lomas de Pica Pica dijo un soldado: «allá viene un grupo de mujeres». Pararon. Era mi mamá con cuatro o cinco vecinas que me agarró por el brazo y no me soltó hasta que me dejaron ir. Al rato tenía tremenda marca de tanto que me apretó. Ahora los muchachos pueden salir y regresar en la madrugada, antes no se podía ni esperar la noche en la calle.
Antes de triunfar la Revolución, ¿con qué soñaba para su vida?
Estudiar. Siempre pensé hacerme ingeniero en alguna rama de la agricultura. Pero primero no tuve ni la oportunidad, ni la fortaleza de carácter cuando vinieron las posibilidades.
Pude estudiar hasta sexto grado, aunque me hubiera gustado seguir. Recuerdo que cada vez que las hermanas de mi padre venían de Pinar del Río o de La Habana, pedían que nos llevara a la casa de mi abuelo, el gobernador.
Enseguida mi mamá compraba una ropita nueva y un par de tenis para que nos vieran decentes. Aquella era una casona colonial inmensa, rodeada de portales, linda. Mi papá les contaba que yo era el más inteligente, que leía y decía que quería estudiar. Ellas siempre prometían conseguirme una beca en Ceiba del Agua…La beca nunca llegó.
Ya hombre, y después del triunfo, hice par de meses en la Facultad Obrero Campesina, pero empezó la zafra y dejé de ir al pueblo. Terminaba muerto de cansancio. No lo pensé como algo a largo plazo.
Ahora estoy contento con este camino. Disfruto lo que hago, lo que produzco, lo que he logrado con mis hijos. Tuve tres hijas y un varón, de ellas perdí una. Tengo ocho nietos y dos bisnietos. Soy feliz con mi familia.
¿Cómo llega a ser Hombre Habano?
La relación con el tabaco partió de la necesidad y al final pasó a tradición familiar.
Me crie trabajando en el tabaco de tapado, como jornalero, y luego de tener nuestra tierra, en el año 1967, la Revolución hizo un llamado para que no solo lo llevaran las vegas estatales del Corojo, sino campesinos dispersos. Mi padre enseguida asumió. Cuando él murió, yo que era el mayor de cinco hijos, quedé al frente de la vega y aún la mantengo.
A Hombre Habano llegué por mis resultados. Comencé a sembrar tabaco tapado en 1998 y durante varias campañas estuve entregando más de 25 quintales de capas. En 2008 vinieron a verme de la dirección de la empresa y me avisaron que me propondrían para esta categoría a nivel nacional. Quedé nominado y fui a La Habana.
De eso hace diez años. Tenía 65. ¡Quién me diría que con esa edad iba a pasar por momentos que nunca imaginé! Llegó el día de la nominación, me recogieron aquí y llevaron para el Carlos Marx. ¡Cuando me vi en ese teatro, vestido de traje…!
Éramos tres los nominados y a cada uno le hicieron un video para presentarlo en las pantallas gigantes. Cuando empezaba a salir había que pararse para saludar al público. Cómo estarían mis nervios... Al final pasó. Y luego vino lo otro: cuando me avisaron que había sido elegido Hombre Habano de ese año.
El director de TabaCuba en ese momento, Enrique Cruz, me dijo: «no tengas miedo, que siempre voy a estar al lado tuyo». Aun así esa noche no probé ni un trago, porque para recoger el trofeo había que subir unos escalones y no quería ni tambalearme. Estaba temblando. Pasó la comida y después lo anunciaron. «El elegido: Armando Miguel Padrón González». No tuve más remedio que caminar para allá. Tenía un reflector siguiéndome. Miraba para los monitores y me veía, aquello fue tremendo; pero Enrique me acompañó siempre.
Cuando al fin me dieron el trofeo lo cogí entre las manos y lo apreté, pensando: «no te me vas a caer, caramba».
¿Cuál es el secreto para lograr un tabaco de calidad y mantenerlo, cuando usted no está en la vega como antes y el resultado también depende del esfuerzo de otras personas?
Trabajar, trabajar y trabajar. Tener muchas ideas y ser muy cuidadoso. Cuando voy a comenzar la recolección encargo a las costureras guantes de tela para los trabajadores y compro un par para cada uno. Hay que cuidar la hoja de los callos, las uñas… no perder un solo detalle. A través de los años uno va perfeccionando el método y con perseverancia logra que los demás se preocupen por esto.
Trabajo todavía, no con la misma fuerza que antes, pero siempre estoy al tanto. Hay cosas que solo hacemos mi hijo y yo, por ejemplo, desbotonar el tabaco —quitar la yema terminal para que no crezca más—. Eso no lo puede hacer cualquiera. Tiene que ser alguien que no dañe la hoja y le dé la altura ideal.
¿Por qué no se ha mudado de aquí para el pueblo, o junto a sus hijas?
Cuando estaba en construcción la casa de mi hija, en Viñales, fuimos un grupo de gente en un camión para ayudar con la placa. Mi yerno dijo que haría una segunda planta para mí, pero ellos saben que mientras pueda seguir trabajando no me voy.
Es cierto que no tengo necesidad de hacerlo como antes, ni hijos que mantener, son ellos los que me ayudan; pero trabajar la tierra, estar cerca de la vega, del tabaco, ha sido mi vida. ¿Cómo arrancarle la raíz a una planta? ¿Cómo vivir lejos de mi historia?
Pies de fotos:
Foto Armando Miguel. Pie: «Hay que recordar el pasado, porque en él se vivieron angustiosos momentos».
Foto Hombre Habano. Pie: «Comencé a sembrar tabaco tapado hace 21 años y gracias a mis resultados años tras años fui elegido Hombre Habano, en el 2008».
Dainerys Mesa Padrón (Pinar del Río, 1984) Graduada de Periodismo por la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana en 2006. Desde noviembre de 2008 hasta la actualidad, redactora reportera de la revista Alma Mater. Desde 2015 colabora asiduamente con SEMlac y la agencia de prensa IPS. En 2017 participó en la Sistematización de Diakonía sobre los proyectos cubanos asociados a ella implicados en las acciones del enfoque de género, como parte de un trabajo realizado por un equipo de SEMlac. Desde 2017 está asociada al proyecto Tercer Paraíso, creado por el artista italiano Michelangello Pistoletto. Es miembro de la Cátedra de Periodismo y Demografía del Instituto Internacional de Periodismo «José Martí».
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