Donde las dan, las toman. Una de esas verdades como roca que nos recuerda el refranero popular y que ahora viene como anillo al dedo a la situación política boliviana. La expresidenta de facto, Jeanine Áñez, está presa y las imágenes que de ese arresto han trascendido y recorren el mundo, despiertan un poco de pena, incluso para quienes no se dejan engañar por el cuento de «perseguida política». Y es que Áñez pasó de mujer empoderada —en el peor sentido de la palabra— a marginada, de número uno a última en la fila —a coger la cola, se diría con un toque de urbanismo musical cubano—, de cuasi reina a plebeya con drama de opresión bien interpretado. Se le olvida en este minuto a la señora Áñez, y a su circo de apoyo, que quiso hacer exactamente lo mismo con Evo Morales y todo político o funcionario leal al Movimiento al Socialismo.
Terrorismo y sedición son los cargos sobre el tapete ayer y hoy, ayer contra Evo y hoy contra Jeanine, ayer aplaudidos, hoy cuestionados. A pesar de que se repiten los delitos imputados y parecen semejantes los procederes acusatorios, son bien distintas las circunstancias, las motivaciones y la algarabía internacional alrededor de ambos casos. Quienes lo simplifican como venganza política no se toman el trabajo de escudriñar en los hechos, más allá de los discursos mediáticos.
Evo Morales se postuló y ganó unas elecciones presidenciales y la oposición le armó una componenda para destronarlo que resultó eficaz. Si hubiese sido otro, se queda al frente del país y da la batalla desde su poder constitucional, voto mayoritario mediante. Sin embargo, renunció para evitar el derramamiento de sangre que después de su salida se volvió inevitable. Si se hubiese aferrado al poder, quizás podrían endilgársele los muertos posteriores, pero esos definitivamente corren a cargo de su sucesora, la desconocida convertida en centro de atención que no imaginó que la pócima que la convirtió en presidenta tenía efecto limitado.
Son los expertos en temas legales los que tipifican delitos, no sé si los que ahora mismo se leen en su ficha judicial son los que le correspondan a esta señora, pero de que es responsable primera por los 37 asesinados en las protestas y por los centenares de lesionados y miles de apresados, no hay que ser jurista para asegurarlo, porque corresponde a la máxima instancia de gobierno en un país velar por la seguridad, tranquilidad y el destino de sus gobernados. En su caso tiene un agravante, el famoso decreto que se le ocurrió emitir para dejar que los militares hicieran y deshicieran sin miedo a consecuencias. Esa carta blanca para matar tiene su firma y la hace doblemente culpable de las masacres y actos violentos contra los bolivianos que debía representar y calmar en medio de la crisis.
Después vino a demostrar un rosario de ineptitudes con su antidiplomacia regional, su manejo de la pandemia, su deconstrucción del milagro económico boliviano y su arrogancia desproporcionada. Todo eso ahora le sale a relucir, porque la gente quiere justicia y no vale sacarse de debajo de la manga el truco de que no hubo golpe de estado alguno, porque éste para colmo tuvo de todo un poco: elementos de golpe tradicional mezclados con los artilugios de los golpes de nuevo tipo, en los que no se dispara un tiro.
Lo peor de todo es que a Áñez y los suyos —porque no está sola en esto, su camarilla también cayó con ella, aunque algunos fueron más hábiles y huyeron a tiempo de la justicia— se confiaron en que el actual presidente Luis Arce iba a ser menos rencoroso que Evo. La demora en el proceso contribuyó a crear un clima de confianza, unido a que hasta la dejaron participar en las elecciones subnacionales. La verdad fue una jugada bien maquinada por parte del ejecutivo boliviano, si se quiere hasta golpe bajo para los ahora cautivos. De haber procedido con este juzgamiento antes de los comicios, hubiese sido más desfavorable el resultado para el Movimiento al Socialismo, que ya enfrentaba de por sí un escenario complejo.
De mostrar mano blanda con los golpistas, los bolivianos leales al MAS, fieles al proyecto más genuino del Estado Plurinacional, se hubiesen sentido profundamente decepcionados y se hubiesen resentido sus bases. Para Arce, que necesita y apuesta por una imagen conectada pero independiente de Morales, el asunto tendrá que ser manejado con pinzas porque será y ya está siendo un arma doméstica e internacional contra su gestión.
Está claro que ese paso ya comienza a revivir las etiquetas recicladas de «totalitarismo» y «dictadura» para la Bolivia post-golpismo, y se amontonan los intentos por sanear la imagen de la reclusa, presentarla como la víctima del sistema, una «perseguida política». Toca poner toda la evidencia sobre la mesa, justificar meticulosamente cada acusación, sobre todo la de terrorismo, que es la más cuestionada desde afuera, desde los centros de poder a cargo de tenderle una mano a la caída en desgracia.
Y no es que Jeanine Áñez sea importante para la derecha continental, para la OEA o Washington; a estas alturas ya debía estar en el área de reciclaje porque no fue funcional al 100% a sus intereses, pero ahora mismo sirve para embestir contra Evo, el MAS y Arce, que vuelven a ser los objetivos en el blanco de ataque.
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