La desintegración de la Unión Soviética y la desaparición del campo socialista en Europa impactaron considerablemente en los movimientos de la izquierda latinoamericana y caribeña. Comenzaba a circular la tesis sobre el fin de la historia, promulgada por el politólogo estadounidense Francis Fukuyama, cuyo eje central se basaba en «la idea de democracia liberal como punto final de la evolución ideológica de la humanidad».
En ese contexto, proliferaron las convocatorias a conferencias, seminarios y talleres para analizar las causas y consecuencias de los cambios ocurridos, y evaluar su repercusión en las condiciones y los sujetos de las luchas populares en la región. Una de esas convocatorias fue la realizada por el Partido de los Trabajadores de Brasil, para celebrar del 2 al 4 de julio de 1990, en la ciudad de Sao Paulo, el Encuentro de Partidos y Organizaciones de Izquierda de América Latina y el Caribe. La idea de realizar el evento surgió del Primer Secretario del Partido Comunista de Cuba, Fidel Castro Ruz, y el líder del Partido de los Trabajadores de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva.
El escenario internacional y regional era adverso para implementar cualquier iniciativa a favor de la unidad en Nuestra América. Se necesitó de la proyección estratégica de un hombre visionario como Fidel y un líder continental como Lula, para poder movilizar a las masas y crear conciencia de la necesidad de luchar articulados ante un enemigo sumamente poderoso. Decidieron constituir un amplio foro de partidos y movimientos de izquierda para debatir sobre el difícil contexto internacional y las consecuencias del neoliberalismo, y buscar formas de integración para enfrentar la ofensiva imperialista y de las oligarquías nacionales.
De esta forma el Foro de Sao Paulo se convirtió en una alternativa de lucha de los pueblos latinoamericanos y caribeños. Al primer encuentro acudieron 48 delegaciones de 14 países, y se emitió la Declaración de São Paulo, el 4 de julio de 1990, que marcó una nueva etapa de lucha:
«[...] definimos aquí, en contraposición con la propuesta de integración bajo dominio imperialista, las bases de un nuevo concepto de unidad e integración continental. Ella pasa por la reafirmación de la soberanía y autodeterminación de América Latina y de nuestras naciones, por la plena recuperación de nuestra identidad cultural e histórica y por el impulso a la solidaridad internacionalista de nuestros pueblos».
A sus eventos también asisten partidos y movimientos sociales de izquierda de otras regiones del mundo, como Europa, Asia y África. Desde 1990 casi todos los años se han reunido de forma ininterrumpida en varios países de la región, realizándose hasta la fecha 23 ediciones: Ciudad de México (1991), Managua (1992), La Habana (1993), Montevideo (1995), San Salvador (1996), Porto Alegre (1997), Ciudad de México (1998), Managua (2000), La Habana (2001), Ciudad de Guatemala (2002), Quito (2003), Sao Paulo (2005), San Salvador (2007), Montevideo (2008), Ciudad de México (2009), Buenos Aires (2010), Managua (2011), Caracas (2012), Sao Paulo (2013), La Paz (2014), Ciudad de México (2015), San Salvador (2016) y Managua (2017).
En La Habana se celebró el Foro de Sao Paulo por primera vez en 1993. El Jefe de la Revolución Cubana reiteró en aquella ocasión la importancia de lograr la integración e insistió en la necesidad de la preparación ideológica para poder materializar los sueños de los próceres latinoamericanos y caribeños:
«¿Qué perspectivas de independencia, de seguridad y de paz, qué perspectivas de desarrollo y de bienestar tendrían nuestros pueblos divididos? Claro que es una tarea dificilísima, basta analizar los esfuerzos aislados de integración para comprender cuán difícil es la tarea de la integración económica, pero es que tenemos necesidad de la integración económica, de la integración política y de vencer todos los obstáculos. No son las transnacionales las que nos van a integrar y las que nos van a unir; pero cuando hablamos de la integración económica y política de América Latina, hablamos, sobre todo, de una cuestión de conciencia, de una conciencia que hay que formar, de un pensamiento que hay que crear. Si no se crea un pensamiento, si no se crea una conciencia, nada será posible.
«[...] ¿Qué menos podemos hacer nosotros y qué menos puede hacer la izquierda de América Latina que crear una conciencia en favor de la unidad? Eso debiera estar inscrito en las banderas de la izquierda. Con socialismo y sin socialismo. Aquellos que piensen que el socialismo es una posibilidad y quieren luchar por el socialismo, pero aun aquellos que no conciban el socialismo, aun como países capitalistas, ningún porvenir tendríamos sin la unidad y sin la integración».
El máximo líder cubano estaba consciente de que en ese momento no existían las condiciones políticas favorables en América Latina y el Caribe para hacer una revolución social, pero auguró que se podía construir sociedades más justas y equitativas que asumieran posiciones antiimperialistas. Se adelantó a su tiempo al pronosticar que era posible revertir la correlación de fuerzas a favor de los movimientos progresistas y que en un futuro no muy lejano se alcanzaría la unidad dentro de la diversidad en la región.
Los foros no se quedaron únicamente en el debate y tuvieron importantes resultados, que se concretaron con la llegada al poder de gobiernos de izquierda y miembros de partidos que integran el Foro de Sao Paulo. Su primer exponente fue Hugo Chávez Frías, con la victoria electoral el 6 de diciembre de 1998 en Venezuela, al frente del Movimiento Quinta República (MVR). Con un sorprendente respaldo de masas, comenzó un singular proceso de profundas transformaciones sociales y políticas.
Las Revoluciones Cubana y Bolivariana estimularon la lucha de los movimientos sociales, lo que provocó la victoria en las urnas de líderes progresistas para asumir la presidencia de sus países: Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff, en Brasil; Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner, en Argentina; Tabaré Vázquez y José Mujica, en Uruguay; Evo Morales, en Bolivia; Manuel Zelaya, en Honduras; Rafael Correa, en Ecuador; Daniel Ortega, en Nicaragua; Leonel Fernández, en República Dominicana; Fernando Lugo, en Paraguay; Álvaro Colom, en Guatemala y Salvador Sánchez Cerén, en El Salvador.
También en ese contexto en las islas del Caribe asumieron como primeros ministros figuras con posiciones progresistas como Keith Mitchell, de Granada; Denzil Douglas, de San Cristóbal y Nieves; Kenny Anthony, de Santa Lucía; Ralph Gonsalves, de San Vicente y las Granadinas; Winston Spencer, de Antigua y Barbuda; y Roosevelt Skerrit de Dominica.
Estos acontecimientos transformaron radicalmente el balance de fuerzas a favor de la izquierda, que contribuyó a derrotar en el 2005 el proyecto hegemónico regional de Estados Unidos para el siglo XXI, denominado Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). Además, favoreció el avance de la integración genuinamente latinoamericana y caribeña.
En diciembre de 2008 se celebró en Salvador de Bahía, Brasil, la Cumbre de América Latina y el Caribe sobre Integración y Desarrollo (CALC), concebida como el primer intento de reunir a todos los jefes de Estado y gobierno en la región, sin la participación de Estados Unidos. Se debe tener en cuenta que en Latinoamérica y el Caribe a inicios de 2009 convergían varios procesos de integración, que en vez de fortalecer la articulación regional, tendieron a dispersarla.
Como resultado, el 23 de febrero de 2010, durante la Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe, celebrada en la Riviera Maya, en México, los presidentes acordaron establecer un organismo al que pertenecieran los 33 países independientes de Nuestra América. Se creó la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).
Los días 2 y 3 de diciembre de 2011 se oficializó la CELAC en Caracas, Venezuela, en el marco de la III Cumbre de América Latina y el Caribe sobre Integración y Desarrollo (CALC) y la XXII Cumbre del Grupo de Río, con lo cual culminaba el proceso de convergencia entre ambas entidades. Los jefes de las delegaciones afirmaron que la CELAC debía avanzar «haciendo un sabio equilibrio entre la unidad y la diversidad de nuestros pueblos».
El anfitrión de la Cumbre fundacional, el Presidente venezolano Hugo Chávez Frías, ilustró elocuentemente el cambio de época en América Latina y el Caribe:
«La CELAC marchará en la dirección que le vayamos imprimiendo los pueblos, porque nunca antes en la historia de nuestro continente tantos presidentes alrededor de una mesa se parecieran tanto a sus pueblos, es que somos nuestros pueblos».
En ese escenario Cuba fue electa para ocupar la presidencia de la CELAC en el 2013 y acoger su segunda Cumbre, que se realizó en La Habana en enero de 2014. De forma unánime, los países miembros declararon a «América Latina y el Caribe como Zona de Paz», basada en el respeto de los principios y normas del Derecho Internacional.
Desafortunadamente esa realidad ha ido cambiando en los últimos años, como resultado de una ofensiva contrarrevolucionaria, que pretende liquidar las experiencias progresistas, barrer las transformaciones de la última década y destruir la CELAC. Recientemente Lula da Silva, uno de los artífices del Foro de Sao Paulo, fue sometido a prisión política para impedirle participar en las próximas elecciones presidenciales en Brasil.
De ahí la importancia de fortalecer este movimiento como espacio de debate, concertación y convergencia de la izquierda latinoamericana y caribeña para promover la unidad de las fuerzas y organizaciones políticas y sociales. Ese fue el espíritu que reinó en el último encuentro celebrado en Nicaragua en el 2017. Con la participación de más de 300 delegados de 22 países de la región, se generó un amplio debate y análisis sobre las proyecciones para un programa político de acuerdos de la izquierda, los partidos y movimientos populares de América Latina y el Caribe, denominado «Consenso de Nuestra América».
En el texto se rechaza que exista un fin del ciclo progresista y que no es momento de lamentar los reveses sufridos en el plano político y/o electoral, sino de ser autocrítico y constructivo y aprender de los aciertos y errores. Luego de realizar un diagnóstico objetivo de la realidad que se pretende transformar, se trazan las líneas estratégicas de qué hacer en el orden económico, social, político e ideológico.
El documento «Consenso de Nuestra América» es una excelente guía de lucha a favor de la unidad de Nuestra América. El Foro de Sao Paulo se propone convertirlo en un instrumento de debate y acción política, divulgándolo y sometiéndolo al enriquecimiento con sus bases políticas y con los movimientos sociales, en correspondencia con las condiciones de cada país.
La finalizada VIII Cumbre de las Américas en Lima, Perú, en abril de 2018, demostró la necesidad que tienen las fuerzas de izquierda de articular y cohesionar sus acciones, ante un enemigo que se muestra cada vez más peligroso. El gobierno de Estados Unidos desde los preparativos del evento intentó resucitar la Doctrina Monroe, amenazó militarmente al Gobierno constitucional de Venezuela y lo excluyó de participar en la Cumbre, y recurrió nuevamente a su principal instrumento de dominación en la región para agudizar las contradicciones entre sus países: la Organización de Estados Americanos (OEA).
«A un plan obedece nuestro enemigo: ?recordaba José Martí en el periódico Patria el 11 de junio de 1892? de enconarnos, dispensarnos, dividirnos, ahogarnos. Por eso obedecemos nosotros a otro plan: enseñarnos en toda nuestra altura, apretarnos, juntarnos, burlarlo, hacer por fin a nuestra patria libre. Plan contra plan». El 24 encuentro del Foro de Sao Paulo, celebrado en La Habana, en julio de 2018, constituyó una nueva alternativa de lucha que se consolida para construir el «Consenso de Nuestra América».
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