Proposiciones

Alexandra Kollontai: mujer de su tiempo

17 oct. 2017
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El nombre de Alexandra Kollontai no es demasiado conocido. Desafortunadamente su impronta no ha sido suficientemente divulgada. Tal vez porque su voz fue excesivamente precoz para su tiempo o porque sus ideas provocaron miedo en quienes se llamaron sus compañeros.

Lo primero que hay que saber sobre Alejandra es que fue una mujer, feminista de pura cepa, de las que no se amilanan con obstáculos patriarcales. Su historia es la historia del feminismo socialista y de la revolución del Octubre Rojo.

Nacida en el final de la esplendorosa época de la Rusia Imperial, perteneció a una familia aristocrática rusa de origen ucraniano. Su posición acomodada le permitía ciertas libertades, vedadas para mujeres humildes, tales como la posibilidad de recibir instrucción. Sin embargo, su interés por continuar estudios produjo conflictos con su madre, quien consideraba dichos deseos innecesarios y no aptos para las mujeres.

Casada contra la voluntad de sus padres y divorciada de muy joven, su carácter siempre rezumó rebeldía. Empezó a interesarse por el estudio del marxismo y, después de haber estudiado historia del trabajo en Zúrich, volvió a Rusia en 1899 y se afilió al Partido Social-Demócrata.

Su trabajo como activista comenzó mucho antes de la Revolución de Octubre. En 1905 fue testigo de la clase de futuro que para los obreros ofrecían los burgueses, mientras presenciaba la matanza de trabajadores en la manifestación frente al Palacio de Invierno. A partir de ese momento Kollontai trabajó más duramente escribiendo artículos y organizando a las trabajadoras rusas. Más tarde tuvo que exiliarse de Rusia debido a la publicación del panfleto «Finlandia y el socialismo», en el cual alentaba a sublevarse contra las autoridades rusas.

Cuando en Rusia comenzaron las huelgas y manifestaciones obreras Alexandra volvió a su patria, donde fue elegida miembro del comité ejecutivo del reorganizado soviet de Petrogrado. En este contexto efervescente Kollontai tuvo que defender ante Stalin y Kamenev su idea de los soviets como órganos para la toma del poder. A la llegada de Lenin a Rusia, este se puso al lado de Kollontai y reclamó todo el poder para los soviets en sus «Tesis de abril», con lo cual lograron convencer a la dirección del Partido Bolchevique.

Alexandra fue escogida miembro del  Comité Central durante el VI Congreso del Partido, puesto en el que votó a favor de la insurrección. Luego de la instauración del gobierno revolucionario fue elegida Comisaria del Pueblo para la Asistencia Pública.

Los cambios renovadores de la revolución no se hicieron esperar: se estableció una igualdad política, económica y sexual entre mujeres y hombres y, con ella, se instituyeron las bases estructurales para una igualdad real entre sexos. Las mujeres consiguieron el pleno derecho al voto, las leyes civiles proclamaron el matrimonio como una relación voluntaria, se igualaron los derechos laborales, se unificó el salario para ambos y se estableció un salario universal de maternidad.

Por todos estos cambios abogó activamente Kollontai, y así la Rusia soviética se transformó en un país donde se estableció total libertad de divorcio y donde el aborto fue libre y gratuito.

Luego de que la situación legal de mujeres y hombres se había equiparado se imponía alcanzar una igualdad real y diaria. Al respecto se lanzó una campaña de movilización política de las mujeres, ya que la inmensa mayoría no conseguía desligarse de los roles tradicionales. En noviembre de 1917 tuvo lugar la primera conferencia de mujeres impulsada por el partido y, en noviembre de 1918, se celebró el Primer Congreso Panruso de Mujeres Trabajadoras. El congreso fue organizado, entre otras compañeras, por Alexandra Kollontai, quien realizó algunos de los discursos más importantes.

En el marco de tan importantes eventos se decidió la creación de comisiones para la agitación y la propaganda entre mujeres trabajadoras, que más tarde se convertiría en el Departamento de Mujeres del Partido o Zhenotdel (Departamento de la Mujer). Los métodos políticos de dicha organización fueron diseñados por Kollontai, quien muy previsoramente percibía que la misma opresión que sufrían las mujeres llevaba a su falta de implicación en la vida política. Propuso entonces atraer a sus congéneres al involucrarlas en proyectos sociales, uno de los más importantes fue luchar contra el analfabetismo. Alexandra era además miembro del Consejo editorial de Kommunistka (Mujer Comunista), revista del Zhenotdel.

A partir de los años veinte, se convirtió en una de las representantes más convencidas de la llamada «oposición obrera». Esta corriente tenía como consignas entregar la dirección de la economía a un Congreso de productores, que los sindicatos establecieran la dirección de las empresas y fábricas y que los trabajadores eligieran a los principales administradores. Se trataba una corriente que expresaba claras discrepancias ante la dirección del Partido, al que imputaba excesivo centralismo y limitaciones de la libertad de discusión. El final de dicha propuesta fue la disolución, decisión que fue apelada inútilmente.

Su trayectoria en adelante estuvo marcada por acusaciones de sectarismo y amenazada con la expulsión del partido. Fue alejada del país y enviada en misión diplomática a Noruega, México y Suecia. Fue la primera mujer que ocupó el cargo de embajadora. Sin embargo, fue este exilio lo que la salvó de correr la misma suerte de deportaciones y ejecuciones que sufrieron algunos de sus compañeros.

La pérdida de su influencia en territorio soviético estuvo marcada por las ideas liberadoras que promulgó. Además de defender la emancipación de la mujer alejándola del hogar y de la maternidad irrevocable, la liberación sexual debía ser el siguiente paso. Pero sus opiniones, demasiado modernas para su tiempo fueron rechazadas en virtud de ideas conservadoras demasiado arraigadas.

En su concepción del mundo las mujeres debían caracterizarse por exigencias propias, que afirmaran su personalidad. Protestó por la servidumbre de la mujer dentro del Estado y de la familia, y luchó por sus derechos para dejar de ser el complemento del esposo. En el ámbito sexual las mujeres no debían renunciar a su naturaleza, ni al placer de la carne y elegirían libremente al hombre que quisiesen. La unión de hombres y mujeres debía estar motivada por amor y no por lazos contractuales.

Visionaria como fue, no encontró todo el apoyo necesario para muchos de los cambios que proponía. Fue una revolucionaria como pocas, una de esas pioneras que resulta útil estudiar para conocer lo mucho que se ha avanzado y lo que resta por hacer en favor de la emancipación femenina. Radicalizó su lucha contra la opresión al concientizar sobres las múltiples ataduras sociales y estructurales que rodeaban a sus compañeras e hizo decisivos aportes teóricos y prácticos a la lucha inseparable por el socialismo y la igualdad de la mujer.

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