Mucha adrenalina segregan quienes, en el capitalino parque de diversiones Mundo Petapa, viven al límite del temor y el goce en los juegos mecánicos que ayudan a liberar parte del estrés cotidiano.
Esos artefactos para la recreación dan vueltas similares a los giros del destino. Digo esto porque conocí ese espacio, de casi 11 hectáreas de extensión, gracias al nicaragüense Franklin Villanueva, quien fuera estudiante en la Isla de la Juventud (Cuba) entre 1985 y 1992.
Normal, muy normal, es escuchar los gritos de miedo y relajación de los osados que desafían al pánico cuando se suben en la montaña rusa y otros tipos de artefactos donde se pone a prueba el control emocional de los individuos.
A bordo del Troncosplash la tensión se diluye con dos baños de agua fría. Como navegante del Remolino, uno asciende en balsa hasta los 13 metros mediante un sistema de elevadores que desciende por una rampa hasta caer en un estanque de olas rápidas.
Con capacidad para 12 000 visitantes, en Mundo Petapa los visitantes de distintas generaciones saltan en el Brinkanguro o dan vueltas en una simulada carrera de motos a 60 kilómetros por hora sobre un riel, que en su parte más elevada llega a los 13 metros del suelo.
El Ratón Loroco lo desplaza a uno por un vagón, que baja y gira constantemente. Muchos otros juegos sorprenden a niños y adultos que visitan ese centro, inaugurado el 26 de marzo de 1976.
Pero lo más emocionante es el Rascacielos que tiene grabado en su armazón nada más y nada menos que esta pregunta: «¿Te atreves?». Ese es el desafío para quienes decidan arriesgarse a padecer o gozar el sobresalto junto a otras 18 almas que suben y bajan de manera súbita los 48 metros de esa torre.
A tal altura, sentados en sillas con cinturones de seguridad, uno siente que la vida se va a bolina, aunque se alberga la esperanza de volver a estar con los pies en la tierra. Esos casi tres minutos de vaivén y tensa espera parecían eternos para los que gritaban de éxtasis, pánico o incertidumbre.
Sí, porque en algunos rostros se leía en perfecto español esta interrogante: «¿Quién me mandaría a subirme?». Aunque situaciones límites como estas no se viven a diario, un adolescente de 12 años presumía que esa era la séptima vez que iba a montarse en el Rascacielos.
Cualquiera que asuma ese riesgo debe saber que no es recomendable para cardíacos ni para seres con trastornos emocionales o de conducta. Mucho menos para embarazadas o quienes hayan tomado alcohol o drogas. Hay que atreverse sobrio y, sobre todo, con los pantalones bien puestos.
*Tomado del libro: Guatemala a segunda vista. Esencias culturales (Ocean Sur, 2020).
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