«Si no hubiera hecho televisión siendo estudiante universitario, habría optado por otro medio». Lo confiesa como quien no se ha dejado seducir completamente por «la magia del vidrio». De hecho, a Abdiel Bermúdez Bermúdez lo apasiona, por encima de todo, la prensa escrita. Por eso, siempre que puede —aunque cada vez ocurre menos—, regresa a los textos impresos, que prefiere por su profundidad, y porque la letra en el papel, dice, «tiene un poder ilimitado».
Quizás hubiese pasado sus mejores días y noches inmerso en la dinámica de la redacción de algún periódico, pero cuando estudiaba periodismo le abrieron las puertas del canal territorial de su provincia: «Me dejaron hacer cuanto quise»; y todo cambió.
En Telecristal hizo reporterismo; conducción de revistas especiales, programas de variedades y de opinión; periodismo económico, científico, cultural, deportivo... ¡Hasta un casting para un corto de ficción! «Y se me fue la mano al hacer de bailador en un videoclip de rap, porque un realizador amigo necesitaba mi ayuda», una ingenuidad de principiante que, según recuerda, le ganó el justo regaño de la dirección del canal.
«La primera tutora que tuve, María Cristina Rodríguez —una diva que ya no está—, me entregó un texto el primer día: “A ver, lee ahí”. Y leí. Cuando terminé, casi gritó en medio de la redacción: “Pero si tiene voz… ¡Tiene voz!”. Y yo, en la abrumadora lógica de su frase, adiviné un elogio. Después tropecé con la sapiencia de Salvador Hechavarría, mucho más que un maestro para mí, y con Marel González, quien me dio la misión de asumir la investigación de un reportaje y aderezarlo a mi modo.
»En una semana de trabajo aprendí más que en un semestre de clases, y comprendí que el problema —y la solución— de la televisión es el trabajo en equipo. Así que necesitaba amigos; gente con talento, pero, sobre todo, buenas personas. Y encontré a Roger Carballosa, Rafael Oramas, Víctor Leyva, Raúl Algarín, Héctor Reyes… Junto a ellos, hice el documental con el que me gradué en la Universidad de Oriente y sellé mi ubicación laboral en la televisión holguinera».
Durante 13 años Telecristal fue para Abdiel «un espacio de aprendizaje absoluto; de quebrantar reglas y horarios en función de editar un reportaje estremecedor; de comprometer a gente que adoro en un proyecto con futuro incierto; de pelear contra las injusticias y los malos sentimientos de unos pocos (que no merecen más espacio en esta entrevista); y de abrazar a gente que seguirá siendo mía, aunque yo no esté».
Con la televisión vino la popularidad; pero esta no lo ha llevado a «creerse cosas», y comparte la máxima de que todos los días uno comienza de nuevo. «Un gran amigo y camarógrafo holguinero, Eddy de la Pera, gestor de tantos sueños compartidos, siempre me dice que “la obra está por hacer”. Es una manera de no reafirmarte, de no creerte nunca que has conquistado algo por mucho impacto que tenga un reportaje o los premios que hayas obtenido. Todo pasa. Lo que hiciste antes, fue, pero ya no es».
Su estilo desenfadado y su manera tan singular de tocar temas espinosos —que no todos se atreven siquiera a mencionar—, le hizo ganarse el cariño del pueblo holguinero. «Con una buena parte de la gente he vivido un romance, si puede llamarse así a esta relación de afectos que a veces no me deja caminar por la calle. El pueblo sabe cuándo le habla uno de los suyos, en su jerga, con sus códigos. No me puedo quejar: en Holguín fui aplaudido y también criticado. A nadie le gusta ser emplazado en la televisión, pero eso es parte del trabajo. Y cada vez que me citaron por alguna cuestión peliaguda, dije lo que pensaba. Nunca fui irrespetado por autoridad alguna. Y nunca mentí.
»Por “culpa” de esa vehemencia profesional se hicieron análisis que derivaron en medidas rigurosas, aleccionadoras, desde la voluntad política más sincera; en cambio, otras resultaron simples escaramuzas para quedar bien con lo dispuesto desde “arriba”. Por eso tantas veces volví a la carga, no solo por tozudez periodística, sino porque a menudo los periodistas somos la opción más cercana para aligerar la vida de los otros y quitarles de encima el peso del burocratismo, de la falta de sentido común y de empatía de no pocos decisores. Uno de los problemas que tiene Cuba es la existencia de personas que olvidan que debajo del cargo, el carro y el celular corporativo, que defienden con uñas y dientes, siguen siendo gente como cualquiera, y a veces solo lo comprenden cuando caen de esas alturas por su propio peso, o lo que es lo mismo, por sus propias insuficiencias».
En diciembre de 2012 sus rutinas productivas en el telecentro fueron interrumpidas por una misión que a la larga se convertiría en una huella imborrable en su expediente profesional y en su hoja de vida. «Cuando me avisaron que iría como corresponsal para Haití, hubo quienes se alarmaron: “¡¿Para Haití…?!”. Supongo que les parecía un castigo; pero uno no escoge el país, ni las circunstancias. Solo me preparé y me fui a buscar mis propias historias donde otros periodistas ya habían contado las suyas».
Durante todo un año Abdiel estuvo en el país caribeño como corresponsal del Sistema Informativo de la Televisión Cubana. «Fue la primera vez que salí de Cuba, dejando atrás a mis grandes amores; sin embargo, no era ya un profesional imberbe. El temor inicial fue vencido; me propuse aprender el creole y conquistar Haití a golpe de crónicas. Contaba con un camarógrafo pinareño y un editor guantanamero a los que nunca había visto en mi vida, pero me seguían con fe ciega hasta el fin del mundo. Juntos le cambiamos la cara a un país que no solo acuna horrores e infortunios: también tiene maravillas que millones desconocen. A mí me impactó mucho, por ejemplo, el respeto por la muerte y los modos en que se asume cada despedida, el cuidado con que los niños visten su uniforme escolar, ver la bandera haitiana ondeando en cada espacio del país… Todo eso, en medio de una pobreza centenaria».
A los 12 meses exactos regresó a casa, pero asegura que ya no volvería a ser el de antes, quizás porque «nadie se va de Haití siendo la misma persona. Un año lejos de los tuyos te puede costar: corres el riesgo de no volver a ver a un familiar o un amigo, de que no sobreviva tu relación amorosa… Con esos miedos convives a diario y tratas de estar presente de muchas maneras: con mensajes, fotos, llamadas telefónicas, saliendo en cámara en un reportaje… No hay otro modo. Cumples tu misión, creces como ser humano y regresas con una experiencia que te transforma para siempre».
Después de aquella misión, no pocos advirtieron la posibilidad de que el joven holguinero, más curtido como profesional, terminaría haciendo carrera periodística en La Habana, aunque él afirmaba una y otra vez que eso no estaba en sus planes. Mas, un día el destino cambió.
«En Holguín —y desde allí— tenía reconocimiento profesional, social. Hacía periodismo, daba clases, tenía mis proyectos, mi familia. Y La Habana, ciertamente, no me fascinaba. Crecí en un pueblo de un municipio de una provincia. Mi visión del mundo estaba mediada por eso, y no soy ambicioso. Lo que ocurrió fue que vendí mi apartamento en busca de una mejor ubicación, y ello me llevó a estar casi seis meses alquilado, tratando de comprar una vivienda en planta baja, que nos hiciera la vida más cómoda. Pero los precios estaban por las nubes, no tuve suerte, o tal vez Dios tenía otros planes para mí.
»Por ese tiempo vine a la capital por un problema de salud de alguien cercano y, sin pretenderlo, apareció el techo que necesitábamos. Contrario a lo que algunos malintencionados o desinformados creen: nadie me trajo, ni me dieron casa. Solo después de ir al Registro de la Propiedad, me aparecí en el Instituto Cubano de Radio y Televisión a buscar trabajo».
Fue grande el salto de una provincia donde tanto se le quería, a una capital a la que, para muchos, es difícil acostumbrarse. ?«Todo inicio es complicado. El cambio es brusco. Son otros compañeros y modos de hacer, distintos escenarios y fuentes de información, otra rutina de trabajo. La cosmovisión de cuanto te rodea, incluida la práctica periodística, es diferente. No puedo decir si mejor o peor. Aquí todo es más rápido. Los trabajos no se permiten reposar ni puedes tomar distancia de ellos. No estoy habituado a esa premura, pero me he ido adaptando, porque el tiempo te pasa factura. Ante ese ritmo vertiginoso tengo dos premisas: que esa necesaria rapidez no se traduzca en errores, y que el rigor no flaquee en lo que hago. Claro, cuando aparece una historia que puedo contar a mi modo, con los recursos aprendidos “en provincia”, lo aprovecho. Eso me ha dado buenos resultados».
Casi a diario, Abdiel aparece en noticieros nacionales y otros espacios televisivos. Por ello lo conoce Cuba entera, y el buzón de su Messenger se llena con mensajes de todo el país, entre elogios, quejas, críticas…
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¿Cuán diferentes son tus experiencias ahora que tu trabajo tiene un mayor alcance?
Estar con regularidad en las emisiones del noticiero nacional te transforma en un ser público. Antes, ni siquiera era el corresponsal de Holguín, así que no tenía un compromiso profesional con publicar en la pantalla nacional, sino a nivel territorial. Lo que hacía, si consideraba que tenía valor, lo enviaba para La Habana. No era un desconocido, pero ahora lo soy menos, y esa es una carga con la que hay que saber lidiar. Lo mismo tengo seguidores, que gente que no me quiere por mis publicaciones. Hay quienes han llegado a «aconsejarme» regresar a Holguín por no compartir mis opiniones. Por suerte, no soy de escuchar consejos malintencionados. La percepción sobre un trabajo nunca es unánime. Lo que a unos les arranca aplausos, a otros les puede parecer un crimen de leso periodismo. Las visiones son dispares y las mediaciones son muchas, pero no trabajo para complacer a nadie. Trato de quedar bien conmigo mismo; de creer en mí. Si no soy honesto conmigo, no puedo aspirar a que me crean.
¿Cómo llevas el equilibrio entre lo que se debe y lo que se puede decir?
Ese es un equilibrio limitado, en Cuba y en la Conchinchina, porque los medios no pueden desligarse de las relaciones de poder. Obviamente, no me agradan en lo absoluto las fronteras que impone la censura, y claro que aborrezco el fatídico «hacerle el juego al enemigo», que tanto daño nos ha hecho. Creo mucho en la capacidad —tan necesaria— de poder hablar de todo, si la manera de hacerlo es rigurosa y honesta. Lo peor que puede pasarnos —y nos pasa— es que las zonas de silencio en nuestros medios sean un cráter que llene un discurso alternativo. Eso hace que los llamados «periodistas oficialistas», si somos responsables, trabajemos el doble.
A mí me han criticado por responder a una línea editorial que, como ocurre en el mundo, esboza un enfoque específico sobre ciertos temas; pero eso no significa que funcione como un teleprónter para cuanto digo, y mucho menos que me imponga la manera en que debo decirlo. No lo aceptaría. De hecho, hay trabajos que no me han publicado, y hay otros que en algún momento pensé no saldrían a la luz y, sin embargo, salieron. Lo mío es producir noticias, y nadie las hace por mí.
Tu estilo de locución es muy cercano a la expresión común de los cubanos. ¿Crees que en eso radica la base de la empatía que logras con los televidentes?
Empatía es ponerse en los pies del otro, caminar con sus zapatos, montar la misma guagua, hacer la misma cola, hablar el mismo idioma... Algo así como el «arte soy entre las artes, / y en los montes, monte soy» de Martí. Buena parte del éxito de la comunicación está en no ser diferente de los demás, apelar a sus códigos, moverte en su registro lingüístico… Valerte del lenguaje corporal, no usar edulcorantes para la voz, ni posar con una rigidez ficticia. Sonreír si lo amerita el tema; o ironizar, sin caer en el sarcasmo. Eso puede ser un don, y si lo tienes, úsalo. La televisión es un espectáculo, y ser aburrido se paga con la desatención.
¿De qué te nutres para hablar de lo que al pueblo le preocupa?, ¿son tus propias inquietudes?, ¿obedecen a sugerencias de colegas o de la propia dirección del medio?
Es un collage de criterios nacidos de esas mismas fuentes. Mi correo personal y mis chats son buzones de quejas y sugerencias que a menudo «paren» reportajes. El resto lo ponen mis propios dilemas, los dolores de mis vecinos, de la gente que conozco y de la que me detiene en la calle o en el transporte público… Eso, y las orientaciones de mis jefes, conforman una agenda que es más bien un compendio de intereses, donde trato de que hable más alto el sentir del pueblo. De ahí, investigo, pregunto, contrasto, comparo… y trato de acercarme, del mejor modo posible, a una opinión certera de cada hecho o fenómeno. Hilvano las ideas, siempre pensando en la audiovisualidad de las mismas, en su puesta en pantalla… y me lanzo. A veces doy en la diana, y otras tantas me quedo corto, pero no dejo de intentarlo.
¿Te ha traído sinsabores ejercer la crítica?
Sí, sobre todo por incomprensiones de los que son «tocados» por la crítica; o por visiones parciales o parcializadas de quienes creían que debía hacerse de otro modo, pero nunca se atrevieron a hacerla. Aun así, las ganancias siempre son mayores. Que lo digan aquellos a quienes un reportaje salvó de un derrumbe, de un desastre económico, o incluso, de repetir un curso escolar. Cuando eso pasa, los golpes de la vida duelen menos.
¿Qué crees que ayudaría a resolver algunos de los problemas del periodismo cubano?
Sería pretencioso de mi parte hablar de una fórmula sanadora para algo tan grande. Me voy por lo más simple, lo que no depende de las regulaciones externas que tanto inciden sobre el ejercicio periodístico en Cuba, y te diría que debemos aplicar lo que la Universidad enseña y que luego, en las redacciones, se vuelve una entelequia: búsqueda, investigación, contrastación, cuestionamiento, todo con cierta cuota de osadía.
Me preocupa la disminución de la capacidad de análisis. Cuando vemos una mancha, la limpiamos si es posible, pero casi nunca se analizan las causas que le dieron origen; por tal motivo algunas resucitan, tan duraderas... Y mencionaba la osadía porque bajar la cabeza no sirve ni ayuda al proyecto de país que construimos. Tengo la certeza de que tanto «pedir permiso» nos ha restado iniciativa. Vivimos a la defensiva, atrincherados, y le damos un protagonismo inmerecido al triunfalismo y la apología. Todo eso tiene cura, pero hay que empezar batiéndonos, en versos de Dulce María Loynaz, con «alas y pecho».
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El verso citado nos remite a otro vuelo: Los ángeles no tienen alas, título de aquel documental que le valdría la licenciatura en la Universidad de Oriente. Fue su hijo primogénito: imperfecto y amado. «Hay obras que te enseñan a hacer después, no en el momento de concebirlas. Era muy nuevo en temas audiovisuales —y lo sigo siendo—, pero fue una primera vez promisoria».
Para concebir la obra, Abdiel entrevistó a deambulantes de la ciudad de Holguín. Logró testimonios con una sinceridad a prueba de cámaras, hilvanó la poesía y la canción, y articuló un discurso inclusivo desde la emoción y la empatía. No fue poca cosa para un muchacho que quería graduarse de la universidad «con una historia que valiera la pena», una idea que lo perseguía. Catorce años después, confiesa que hoy lo habría hecho diferente casi todo, «aunque lo sigo queriendo como el primer día».
No se imaginó como documentalista, pero después de Los ángeles no tienen alas, realizó Sandy, lo que el viento no se llevó, tras el paso del nefasto huracán, en 2012; y hace tres años, Nadie se va sin despedida, un documental dedicado a un grupo de personas que ha hecho suya la «tarea» de despedir duelos en el municipio holguinero de Sagua de Tánamo. «Cuando nacen estos “hijos” se revuelve el realizador que llevo dentro. Sin embargo, del diarismo nunca me iría del todo. Disfruto salir a la calle, dialogar con la gente, plantar la cámara en el lugar indicado… Todavía creo que puedo hacer ambas cosas, al menos por ahora».
Entre los seguidores de Abdiel hay muchas mujeres de la tercera edad. Algunas quizás lo vean como un nieto educado y simpático, pero la mayoría lo sigue porque aborda sin tapujos problemas que a ellas y a sus familias les afectan. Él sabe de ese cariño, y dice, en broma, que «si fuera dado al romance con mujeres bien mayores, tendría un affaire en cada cuadra del país. Me han dicho abiertamente que me adoran, y todas pasan de los 50».
Durante diez años impartió clases en la Universidad de Holguín, en asignaturas como Periodismo de investigación, Periodismo especializado, y Locución y conducción para televisión. También fue profesor de Teoría y práctica del documental, en la filial provincial del Instituto Superior de Arte. «Fue un período complicado, en el que enseñé y aprendí al mismo tiempo. La Universidad tiene eso: te renueva, te obliga a estar actualizado, no deja que te anquiloses o te mueras. Les garantizo que no me guardé nada para mí. Hice amigos que aún me duran, y tuve que halar algunas orejas —es una metáfora, ¿bien?— a algún que otro equivocado. Todavía algunos me dicen profe, y espero haber dejado huellas, aunque sean pequeñas, en muchos de ellos».
El reporterismo diario, la locución y los comentarios en el noticiero nacional de televisión y en los programas Agrocuba y Pensar en Red, la dirección de Resumen Semanal en Cubavisión Internacional… parece demasiado para quien debe dedicar tiempo a su hijo, su esposa, la familia en Holguín. No obstante, Abdiel asegura que trabajar es la clave para impulsar los sueños de la gente que quiere.
«En La Habana las cosas funcionan así: es preciso hacer muchas cosas a la vez. Es la ley de la vida, que la familia termina aceptando, aunque quisieran tenerte todo el tiempo en casa. Y eso no es posible. Conozco a quienes tienen cuatro o cinco trabajos, y duermen apenas tres horas al día porque los obliga el costo de la renta. No pago un alquiler, como hacen muchos, pero tengo deudas, compromisos, anhelos… Así que solo me queda apostar por lo que soy: un periodista, un realizador, un conductor de espacios… y trabajar muy duro, ahora que puedo. Mañana la historia puede ser diferente. Es lo que les digo a los míos, a mi hijo y mi esposa, para los que trato de estar siempre que puedo, y a mi mamá, que es amuleto y apoyo, como al resto de mi familia».
Comentarios agudos y críticos, crónicas emotivas, locución amena… son responsables del cariño que le regalan los televidentes. ¿Tendrá Abdiel Bermúdez Bermúdez alguna «fórmula secreta» para contar historias?
«El único secreto es el asombro; la capacidad de encontrar, en lo común, en lo cotidiano, eso que es maravilloso, para hacerlo trascender. La televisión es muy fugaz, pasa con una rapidez sorprendente. Y a uno le toca apelar a todos sus recursos, con toda la sensibilidad que llevamos adentro, para que cada crónica sea un disparo al corazón».
*Tomado del libro El compromiso de los inconformes. Entrevistas a jóvenes periodistas cubanos (Ocean Sur, 2021).
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