Proposiciones

A rejuvenecer en La Antigua*

21 sept. 2020
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No solo París bien vale una misa, como se presume afirmó Enrique IV, sino también La Antigua Guatemala, que deja en quien la desanda el sabor de las buenas bebidas: mientras más añejas, mejor.

Enrique IV, el primer monarca de la Casa de Borbón en Francia, prefirió aquel distante 25 de julio de 1593 convertirse al catolicismo antes que sacrificar a la capital francesa.

Aunque ya no sería con esa lógica de pensamiento, La Antigua Guatemala merece que se le celebre un culto religioso —o muchos— por lo reconfortante que resulta descubrirla.

Buena parte de sus mujeres visten con trajes heredados de sus ancestros. Por las calles empedradas van los carruajes tirados por caballos. Abundan las ruinas y las iglesias de estilo renacentista o barroco.

Por su Calle Real, en el mercado o en cualquier otra parte abundan comerciantes que insisten hasta el cansancio en demostrar que su producto es el mejor del mundo y que valdría la pena llevarlo de una vez.

El «regateo» (pedir rebajas) es una regla que cualquier comprador debiera cumplir al pie de la letra. Si quien paga se sintiera en desacuerdo con el precio propuesto por el vendedor, la solución salomónica es decir amablemente que más adelante comprará el producto. Esa es la clave para que el vendedor haga un descuento significativo.

A 45 minutos de la capital guatemalteca en automóvil, de no haber embotellamiento en la carretera, se encuentra este sitio urbanístico, declarado por la UNESCO como Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1979.

Allí se conserva la primitiva sede de la Universidad de San Carlos de Barromeo, hoy Museo del Arte Colonial. En pinturas quedaron estampadas escenas de una graduación en aquella prestigiosa academia.

Grabado en una de las paredes de las salas de exposición se lee que la investidura doctoral era una aparatosa recepción en la Catedral de La Antigua.

El egresado recorría las calles en suntuoso paseo a caballo, mientras que autoridades, caballeros y público gritaban a los cuatro vientos, acompañados de trompetas y timbales, que ser universitario era el más preciado abolengo.

Actualmente los turistas piden un café, un chocolate caliente o un té en la terraza de La Casaca. Desde la altura de un tercer nivel se divisan los tejados, volcanes, árboles, la gente y el parque central.

En el mismísimo medio de esa plaza permanece La Fuente de las Sirenas, cubierta en Cuaresma de pétalos morados, el color de la penitencia como advierte el amigo Diego Estrada.

Más allá está la impecablemente blanca Catedral de San José, que en 1680 adquirió la grandiosidad que la convirtió, con su estilo barroco, en una de las más lujosas de Centroamérica en aquel entonces.

En Semana Santa, los oriundos del lugar elaboran alfombras de aserrín en el interior de esa y otras capillas. Los viajeros aprecian la creatividad de esas obras alegóricas y coloridas.

Por las calles un grupo de niños cargan auxiliados por adultos y al ritmo de la música ceremonial de una banda imágenes veneradas por los católicos, mientras que en el santuario de La Merced un padre celebra una misa.

Hay quienes se arrodillan y oran a Jesucristo. Los visitantes de habla hispana o inglesa escuchan con atención las explicaciones del guía.         

Algunos, con laptop y audífonos, aprovechan la cobertura wifi para desafiar a la distancia vía Skype y contarles sus impresiones a Mom o a Dad.

El sismo de Santa Marta intentó borrar del mapa esta metrópoli en 1773, pero los descendientes de quienes sobrevivieron entonces mantienen viva la tradición católica y ruegan a Dios que bendiga a la centenaria ciudad.

A raíz de la devastación ocasionada en aquel año, las autoridades se vieron obligadas a cambiar la Capitanía hacia donde hoy está ubicada la capital guatemalteca. Por esa razón aquella localidad fue rebautizada como La Antigua Guatemala o La Antigua.

Una de las personalidades que pisó las calles de La Antigua fue el cubano José Martí (1853-1895), quien escribió pasajes memorables en su ensayo «Guatemala», sobre la visita que hiciera a la urbe en 1877.

Al respecto el periodista cubano pintó: «Se va a La Antigua pisando flores. Se viene de La Antigua brindando vida (…) pero para el enfermo y el poeta, ¡otro enfermo sin cura! para el artista y el literato, que es también otro artista, siempre habrá vida nueva en aquella tierra virginal».

 

*Tomado del libro: Guatemala a segunda vista. Esencias culturales (Ocean Sur, 2020).

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