Hace un par de semanas Haití sufría un pico de violencia producto del rechazo popular a medidas gubernamentales que afectaban el bolsillo ya de por sí flaco de sus ciudadanos. Y todo tenía su origen en una deuda millonaria, que alguna vez tuvo tintes de «ayuda humanitaria», del Fondo Monetario Internacional. Más al sur pero en el mismo hemisferio occidental, Argentina está viviendo en este minuto las consecuencias iniciales de esa misma «buena voluntad» del FMI, organismo que pretende erogar una jugosa suma de 50 mil millones de dólares para salvar la economía de la nación austral. El propio Fondo vende de la mejor manera su préstamo, advirtiendo con sus acostumbrados informes que el Producto Interno Bruto del estado sudamericano crecerá apenas un 0.4% en lugar del 2% estimado pocos meses atrás.
Y si bien es cierto que las realidades de Puerto Príncipe y Buenos Aires son bastantes distantes la una de la otra, el país del tango vive hace unos años una decadencia que le ha llevado incluso a decretar estados de emergencia alimentaria. Literalmente hay frío y hambre que algunos no ven y no sufren, pero no son pocos los que lo padecen y más de una vez hemos visto a colectividades numerosas plantar ollas gigantes en medio de la calle exigiendo comida caliente. Las cifras de niños desnutridos no parece propia de unas de las economías históricamente más grandes y prósperas de América Latina.
La pregunta es ¿cómo ha cambiado el país de la noche a la mañana? Es el resultado de los despidos masivos a los funcionarios públicos, el aumento desproporcionado de las tarifas a los servicios básicos y el encarecimiento de la vida, hoy día los legados de Mauricio Macri. Puede que mañana escuchemos en un discurso del presidente que la inflación ha bajado, que el déficit fiscal ha disminuido, que la economía ha crecido y la deuda pública se ha estabilizado, pero eso esconderá a una parte de la población desempleada, un aumento de los sin techos y gente dependiendo de comedores públicos para subsistir, por irnos solo a lo básico.
Sin embargo, el crédito al FMI no se pide para solucionar la decadencia social, sino por otra crisis que afecta a los que verdaderamente cuentan para el gobierno en el poder. Hay una pérdida de confianza en los inversionistas y una devaluación en picada de la moneda local que ha menguado las reservas del Banco Central. Otra vez el sector financiero es el que hace saltar las alarmas y al único que los gobernantes urgentemente buscar salvar de los aprietos.
Pero estos no son los únicos legados de Macri, a finales de julio le dio por retrotraer la historia, en un país con heridas sin cerrar del pasado sangriento de la dictadura. Macri decidió militarizar la seguridad interior, en otras palabras: soldados a la calle, metidos en asunto de delincuencia común, tráfico de drogas, y por supuesto, como barrera de contención para las manifestaciones que cada día se vuelven más cotidianas y multitudinarias. La represión regresa a gran escala, cuando se cumple un año de la desaparición y muerte del joven activista Santiago Maldonado, otro de los crímenes sin esclarecer del todo.
La militarización no viene sola. Súmese que ahora se le abre la puerta para una entrada triunfal a tropas estadounidenses. Bases militares en Argentina con la misión del Pentágono de —como en todos los casos— intentar un ejercicio de subordinación a los intereses norteamericanos, dejando en segundo lugar los nacionales. América Latina tiene dos grandes ejemplos de lo que significa la presencia gringa por doquier en asuntos domésticos: Colombia y México, y en ambos casos los resultados han distado de ser satisfactorios. En el primero, los de Washington jamás ganaron la guerra contra las guerrillas, y en el segundo, la DEA jamás ha parado el narcotráfico.
Por lo pronto, Macri sigue apostándole a los grupos de influencia. Se fue a Sudáfrica a intentar colarse entre las potencias emergentes. Como también antes viajó a Canadá a coquetear con el G-7, los verdaderamente siete poderosos del mundo industrializado. Quiere competir en las grandes ligas y se juega todo para ello, aunque en medio de la Plaza de Mayo, se mantenga la cazuela vacía.
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