Lejos, muy lejos. Medio siglo ya. Sin embargo, los ecos provocados por las voces de toda una generación resuenan todavía. Aquel año marcó una pauta en la historia de los movimientos de obreros y estudiantes, abarcando múltiples latitudes con un claro impacto económico, social y político. Analizado como un periodo de crisis, de contestación, de efervescencia, de protestas y hasta de revolución —dependiendo del autor consultado—, el año 1968 fue uno de los más especiales —y espectaculares— de la historia contemporánea.
Varios son los elementos que posibilitaron aquella explosión ideológica y cultural que muchos recuerdan aun con nostalgia. Los países menos desarrollados eran víctimas de la expansión imperialista de las grandes potencias —disimulada bajo supuestos esfuerzos aunados para lograr la paz mundial, pero evidenciada en acciones tan deliberadas como la intromisión norteamericana en la guerra de Vietnam—. La «sociedad del espectáculo» denunciada por Guy Debord se imponía como parte de la cotidianidad, condenando a millones de personas a seguir el ideal de un modelo de consumo insostenible, promovido por los medios masivos de comunicación. El triunfo de la Revolución Cubana, los movimientos revolucionarios en varios países de Latinoamérica, la lucha anticolonialista de los pueblos de África, la muerte de Ernesto Che Guevara y las pasiones que este mítico personaje despertó a escala internacional, dibujaron un escenario político propenso a la lucha social.
El velo de la bonanza económica de la posguerra caía y síntomas como el desempleo y la pobreza acechaban a varios países hasta ese momento prósperos. Era la época de los Beatles, los Rolling, Bob Dylan, la canción protesta, la cultura underground, los hippies, los beats, la segunda ola del feminismo mundial, la «revolución sexual» —de Reich— y muchos otros fenómenos culturales.
En medio de aquel contexto, nadie imaginó que fuera «la ciudad de la luz» el lugar donde mayor efervescencia —y repercusión internacional— alcanzarían los movimientos sociales en aquel año. El conocido Mayo Francés —que, podría afirmarse, comenzó en enero del 68, en París— sacudió los cimientos del poder autoritario de Charles de Gaulle. Las protestas fueron iniciadas por miles de estudiantes, quienes manifestaron su descontento ante la situación económica y social del país, y, por ello, sufrieron arrestos, ataques violentos por parte de la policía y claras violaciones de sus derechos civiles. A su lucha se fue sumando la clase obrera y el pueblo en general, inconforme con su precaria situación. El resultado inmediato fue una de las movilizaciones más masivas de la historia de ese país. Más de nueve millones de personas se declararon en huelga, llegando a paralizar la mayor parte del territorio francés. En la Universidad de la Sorbona, se enarbolaron banderas rojinegras, junto con retratos de Marx, Lenin, Castro, Mao y el Che Guevara. Allí tenían citas y frases que representaban a organizaciones socialistas, comunistas, anarquistas y de diversas otras ideologías y credos, todos impulsados por sentimientos de justicia y libertad.
Simultáneamente, una de las entonces repúblicas soviéticas alzaba su voz para demandar el respeto a sus derechos y libertades. El «socialismo con rostro humano», impulsado por Alexander Dub?ek en Checoslovaquia, propició un proceso de aperturas que se centró especialmente en promover la libertad de expresión y el desarrollo del pluripartidismo en ese país, uno de los más atrasados económicamente en la Unión Soviética. Estas reformas se implementaron en abril, adoptando el apodo de Primavera de Praga, aunque se venía gestando desde inicios de año y se extendió luego hasta el mes de agosto. Este intento de liberalización era una muestra más del giro radical que daban los movimientos sociales en varias partes del mundo.
En el continente americano, entre los movimientos estudiantiles más destacados de ese año, es preciso hacer mención a los jóvenes mexicanos. Se puede afirmar generaron las movilizaciones más aglutinadoras de la segunda mitad del siglo en ese país, llegando a vincular a intelectuales, profesores, obreros y hasta amas de casa en su gesta. Desatado originalmente en defensa de la autonomía universitaria y en repudio a la represión policial, el movimiento social impulsado desde los centros universitarios se consolidó como una clara muestra de oposición al gobierno de Gustavo Díaz Ordaz. Durante la Manifestación del Silencio se cree que llegaron a sumarse a las protestas cerca de doscientas cincuenta mil personas. Los reclamos de destituir a los déspotas jefes de la policía y disolver el Cuerpo de Granaderos se escuchaban cada vez con más fuerza. La izquierda mexicana, por primera vez, se agrupaba y levantaba su voz.
Otras naciones experimentaron procesos de protesta estudiantil y manifestaciones obreras durante 1968, así como en los años venideros. La policía española ocupó casi de manera permanente varios campus universitarios, al tiempo que los estudiantes protagonizaban barricadas y apedreamientos, en respuesta a la constante represión policial. En Estados Unidos, las manifestaciones de jóvenes e intelectuales contra la guerra de Viet Nam y contra la segregación racial se incrementaron. Los universitarios de Berkeley y Columbia organizaron sendas manifestaciones para redimir la «libertad de palabra» y en solidaridad con el gueto negro de Harlem. Al mismo tiempo, el asesinato de Martin Luther King, líder de la lucha por los derechos civiles, generó una gran ola de protestas, fundamentalmente en la comunidad afronorteamericana. Por su parte, los jóvenes de Suiza, Alemania, Argentina, Uruguay, Italia y muchos otros países también se manifestaron ante la inminencia de un futuro laboral incierto.
Cincuenta años más tarde, abundan criterios diversos acerca de la trascendencia del estallido social y político del 68. Aquel mayo, que llegó a durar más de doce meses, fue apaciguado en Francia con la promesa de celebrar anticipadas elecciones presidenciales, el aglutinamiento de grupos de derecha —organizados para apoyar al presidente De Gaulle— y la intervención violenta de la policía, que dejó un saldo de centenares de jóvenes heridos, apresados o muertos.
Por su parte, la Primavera de Praga llegó a su fin el 21 de agosto, cuando quinientos mil efectivos de las naciones firmantes del pacto de Varsovia cruzaron la frontera checoslovaca, para revertir el proceso de transformación social. Aunque no se llegó a producir un enfrentamiento armado, la presencia de tropas extranjeras provocó el desaliento general, una oleada migratoria sin precedentes y una gran desilusión para el movimiento socialista mundial.
Sin duda, el final más triste y sangriento fue sufrido por el movimiento estudiantil en México. Después de múltiples sucesos de represión violenta contra manifestaciones pacíficas, el ejército y un grupo paramilitar que llevaba por nombre Batallón Olimpia, abrieron fuego contra 5 mil personas reunidas en la Plaza de las Tres Culturas, el 2 de octubre de 1968. La matanza de Tatlelolco —genocidio impune admitido incluso por el entonces presidente Ordaz— sofocó las voces que se atrevieron a pronunciarse contra el gobierno mexicano.
Ante tales reveses, cabría preguntarse cuáles fueron los resultados del periodo de «Mayo del 68». Por una parte, es cierto que «la imaginación no llegó al poder», como demandaba Jean Paul Sartre. La mayoría de los movimientos suscitados no tuvieron un carácter realmente revolucionario, alcanzando a lo sumo reformas progresistas en sus respectivos países. Pero también es cierto que las protestas y manifestaciones que caracterizaron este periodo se convirtieron en un hito de la búsqueda de la libertad individual y la justicia social, así como en la representación de toda una época. Una época de rebeldía en su máxima expresión, de ascenso de los movimientos estudiantiles como protagonistas de la nueva etapa de lucha y que sirvió como incentivo para futuros movimientos en diversas regiones del planeta.
1968. Objeto de críticas y alabanzas. La derecha suele identificarlo como una fuente de relativismo moral, pérdida de valores, cinismo e irresponsabilidad. Para muchos movimientos de izquierda, constituyó la semilla de la cual han germinado innumerables avances sociales y políticos durante las últimas décadas. Muertos, heridos, desaparecidos y la ilegalización de organizaciones políticas y sociales podrían enumerarse entre las consecuencias de ese periodo. Algunos de sus principales protagonistas luego se incorporaron al sistema político, ya fuera para transformarlo o afianzarlo. No obstante, aquel año «supimos que todo es posible» y los poderes conservadores se tambalearon ante la pujanza de aquellos universitarios que sacudieron las bases de un sistema diseñado en base a la explotación, la sumisión y la ausencia de libertad.
50 años han pasado. Confiemos, Sartre, en que: «si ocurrió una vez, puede volver a ocurrir».
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