Diálogos marxistas

Vladimir Ilich Lenin en Diálogos marxistas

29 ago. 2018
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La tarea inmensa del pensador, del teórico; la acción trascendental del jefe de una revolución que aun pasados cien años impresiona a la humanidad toda, será parte de los contenidos y reflexiones que se presentan al lector en Diálogos marxistas.

De forma coincidente, la historia y el tiempo unieron en el recién finalizado 2017 dos fechas que es inevitable recordar en toda su magnitud: el 50 aniversario del asesinato del Che y el Centenario de la Revolución de Octubre. Dos sucesos que permanecen en la memoria colectiva por sus complejidades, sus contradicciones, pero también por su atracción e impulso  transformador y por su inmensa dosis de humanismo.

Del Che se seleccionó, para dar inicio a la sección «Pensar desde el marxismo», una síntesis biográfica que escribiera sobre Marx y Engels, con el pretexto de ofrecer un ángulo de búsqueda e investigación no muy estudiado de su obra, pero sobre todo para aquilatar la intencionalidad de su contenido y tratar de ayudarnos a encontrar el orden preciso de cómo abordar el origen y evolución del marxismo, en coyunturas contrastantes y contradictorias y en el rechazo o indiferencia a sus fuentes.

De Lenin han sido muchos los intentos y las biografías hechas con múltiples perfiles, sin embargo, el interés que mueve a presentarles un retrato de su personalidad por intermedio de un hombre vinculado a su labor revolucionaria, Anatoly V. Lunacharski, obedece a que, en sus apreciaciones, se propuso dar sus impresiones sobre la conducta, la personalidad y el quehacer y  compromiso que distinguió a Lenin en su práctica revolucionaria y en su constancia para alcanzar el triunfo revolucionario.

El conocimiento que obtengamos, en los tiempos actuales, de las dimensiones humanas de hombres como el Che y Lenin, entre otros, que por su tesón y voluntad  son capaces de aglutinar por su ejemplo y constancia a todos los que aspiren a conquistar un mundo mejor, representa el acicate para «enderezar la ruta» y hacer de la lucha y del pensamiento fuente nutricia a emplear si en verdad se está dispuesto a continuar el ejemplo de efemérides y hombres que fueron capaces de «conmover al mundo».

Perfiles de Lenin

León Trotski: Se necesitaba un sistema claro, erudito y dialéctico-materialista, para poder realizar el tipo de tareas que llevó a cabo Lenin (…). Hacía falta aquel poder creador, místico, que se le llama intuición. La habilidad de advertir las apreciaciones en singular, de distinguir lo esencial y apartarlos de lo insignificante y superfluo (…), de unir todo esto en un todo, y en el momento en que «la fórmula» se concrete en su pensamiento, dirigir el golpe. Esto es intuición en acción…                    

Rosa Luxemburgo: El partido de Lenin fue el único que comprendió la ley y el deber de un partido auténticamente revolucionario que a través de la consigna de todo el poder al proletariado y a los campesinos, auguró la continuación de la revolución.                     

José Carlos Mariátegui: Lenin es un político ágil, flexible, dinámico, que mira, corrige y rectifica sagaz y cualitativamente su obra filosófica, la adapta y la condiciona a la marcha de la historia. Poseía una extraordinaria inteligencia, una extensa cultura, una voluntad poderosa y un espíritu abnegado y austero. A estas cualidades se unía una facultad asombrosa para percibir hondamente el curso de la historia y poder adaptar a él la actividad revolucionaria.                               

Albert Eisntein: En Lenin admiro al hombre que ha puesto en juego todo su poder, con una completa negación de su persona, para la realización de la justicia social. Su método no me parece oportuno. Pero es cierto, que hombres como él son centinelas y renovadores de la conciencia de la humanidad.

                                

Fidel: Lenin es de esos casos humanos realmente excepcionales. La simple lectura de su vida, de su historia y de su obra, el análisis más objetivo de la forma en que se desenvolvió su pensamiento y su actividad a lo largo de su vida, lo hacen en realidad a los ojos de todos los humanos un hombre verdaderamente excepcional.

                                                                                                

Ernesto Che Guevara: A Lenin, jefe de esta revolución, le corresponde también el mérito teórico de haber dilucidado el carácter que tomaba el capitalismo bajo su nueva forma imperialista […], previendo la posibilidad de romper la cadena imperialista en su eslabón más débil y convirtiéndola en hechos.

La enorme cantidad de escritos que dejara a su muerte constituyeron el complemento indispensable a la obra de los fundadores…

Frente a la realidad de hoy, El Estado y la Revolución es la fuente teórico-práctica más clara y fecunda de la literatura marxista.

                                                                      

Lenin[1]

Anatoly Lunacharski[i]

No haré ningún intento por escribir otra biografía de Lenin; pues para eso no hay carencias de otras fuentes. Solo me referiré a lo que sé de él por nuestras relaciones personales y a mis propias impresiones directas del hombre.

[…]

Apenas había regresado a Kiev desde mi exilio cuando recibí una orden directa del Buró del Comité de la Mayoría para ir inmediatamente al extranjero y unirme al cuerpo de redactores del órgano central del Partido[2]. Esto hice. Pasé varios meses en París, en parte porque quería hacer un estudio minucioso de las causas de la separación del Partido. Sin embargo, una vez que estaba en París,  inmediatamente me encontré a la cabeza del muy pequeño grupo local de bolcheviques y estuve rápidamente implicado en combatir a los mencheviques. Lenin me escribió un par de breves cartas, en las cuales me instaba a apresurarme a ir a Ginebra. Al final fue él quien vino a París.

Su arribo para mí fue algo inesperado. A primera vista no me causó una buena impresión. Su apariencia me pareció algo débil y pálida, y no dijo nada muy definido, aparte de insistir sobre mi inmediata salida de Ginebra.

Estuve de acuerdo con él.

Al mismo tiempo Lenin decidió dar una importante conferencia en París sobre el tema de las perspectivas de la revolución rusa y el destino del campesinado ruso. Fue en esta conferencia que lo escuché por primera vez como orador. Lenin se había transformado. Yo estaba impresionado profundamente por esa energía concentrada con la que habló por aquellos ojos penetrantes, los cuales se tornaron casi sombríos mientras taladraban en la audiencia al igual que una barrena, por los gestos monótonos, pero apremiantes del orador, por aquella fácil dicción que irradiaba tanta fuerza de voluntad. Me di cuenta que como un tributo este hombre estaba destinado a dejar una huella poderosa e imborrable. Y entonces supe el grado de poder de Lenin como publicista, su estilo sin refinar pero extraordinariamente claro, su capacidad para presentar cualquier idea por muy complicada que esta fuera, de una manera asombrosamente sencilla y el modificarla de tal forma  que podría ser grabada finalmente en cualquier mente por muy embotada y poco acostumbrada que ésta estuviera a los pensamientos políticos.

Solo después, mucho tiempo después, llegué a comprender que los mayores dones de Lenin no eran aquellos de un tribuno o un publicista, ni aun los de un pensador, pero aun en aquellos primeros días me fue obvio que el rasgo dominante de su carácter, la característica que constituía a medias su modo de ser era su voluntad: una voluntad extremadamente firme, extremadamente vigorosa, capaz de concentrarse en la tarea más inmediata, pero que nunca se desvió más allá del radio trazado por su poderoso intelecto y la cual situó en su lugar cada problema individual como un eslabón en una gigantesca cadena de la política mundial.

Creo que fue al día siguiente de la conferencia, y olvidé por qué razón, fuimos a visitar al escultor Aronson[3] con quien yo mantenía entonces lazos bastante amistosos. Al observar la cabeza de Lenin, Aronson se embelesó  y le rogó que le permitiera al menos el esculpir un medallón de su cabeza. Él me señaló la asombrosa semejanza  entre Lenin y Sócrates. Debo agregar, incidentalmente, que Lenin tenía un mayor parecido con Verlaine que con Sócrates […]. La estructura del cráneo de Vladimir Ilich es verdaderamente impresionante. Uno tiene que estudiarlo por un rato y entonces en lugar de la primera impresión de una cabeza lisa, larga y calva, uno comienza a apreciar el poder físico, los contornos de la colosal formación de su frente y asentir algo que solo puedo describir como una emanación física de luz de su superficie. El escultor, por supuesto, notó esto al instante.

Además de ello […], eran sus dos pequeños ojos, hundidos y terriblemente penetrantes […], burlones, llenos de ironía, brillando con inteligencia y una clase de regocijo irritante. Solo cuando él hablaba llegan a ser sombríos y literalmente hipnóticos. Lenin tiene unos ojos pequeños pero son tan expresivos, tan inspiradores, que después me encontraba a menudo admirando su espontánea vivacidad.

En la parte inferior de la cabeza […], especialmente cuando la barba está más o menos crecida […] crece ligeramente sobresaliente y desaliñada […] como si hubiera sido puesta como idea de última hora.

Una gran nariz y unos labios gruesos le dan a Lenin algo de apariencia tártara, lo cual es explicable perfectamente en Rusia. Pero exactamente la misma o casi la misma nariz y labios los encontramos en Sócrates…

¿Qué se puede aprender de este extraño paralelo…? La respuesta es, por supuesto… nada… aparte de que esto me proporcionaba la oportunidad de describir la apariencia de Lenin en términos más o menos gráficos.

Cuando llegué a conocer mejor a Lenin, aprecio, sin embargo, otro aspecto de él, el cual no es inmediatamente evidente, su asombrosa vitalidad. En él la vida está en constante ebullición y efervescencia. Hoy, mientras escribo estas líneas, Lenin ya tiene cincuenta años, sin embargo todavía es un hombre joven, el tono completo de su vida es juvenil. ¡Cuán contagiosamente, cuán encantadoramente, con que naturalidad de niño ríe él, cuán fácil es entretenerlo, qué propenso es a reír, esa expresión de la victoria del hombre sobre las dificultades. En los peores momentos que él y yo vivimos juntos, Lenin estaba inalterablemente tranquilo y tan listo como siempre para romper con una risa alegre.

Había algo aun, extraordinariamente cariñoso en cuanto a su ira. A pesar de que últimamente su disgusto podía destruir docenas y posiblemente hasta cientos de personas, siempre controlaba su ira, y ésta se manifestaba de una forma casi afable. Era igual que una tormenta de truenos «que parecía divertirse y jugar a tronar en un cielo claro y azul». A menudo he notado que a esa ebullición externa, esas furiosas palabras, esos dardos de ironía envenenada, había una risa ahogada en su mirada y la facultad instantánea de ponerle fin a la escena de furia, la cual se había suscitado aparentemente porque le convenía a su propósito. Interiormente él permanecía no solo calmado sino alegre.

En su vida privada, también Lenin ama la clase de diversión que es modesta, directa, simple y revoltosa. Sus favoritos son los niños y los gatos; algunas veces puede jugar con ellos durante horas interminables. Lenin también manifiesta esa misma sana cualidad, que realza la vida, en su trabajo. No puedo decir por experiencia personal que Lenin es un trabajador infatigable; en realidad, nunca lo he visto sumergido en un libro o inclinado sobre su escritorio. Escribe sus artículos sin el menor esfuerzo y de un solo tirón, libre de todos los errores o revisiones. Puede hacer esto en cualquier momento del día, usualmente en la mañana después de levantarse, aunque puede hacerlo igualmente en la noche cuando ha regresado de un día agotador, o en cualquier otro momento. Recientemente, con la posible excepción de un corto intervalo pasado en el extranjero durante el período de la reacción, su lectura ha sido más bien fragmentaria que intensiva, pero de cada libro, de cada simple página que lee, Lenin saca algo nuevo, guarda alguna idea importante, la cual empleará más tarde como arma. No está estimulado particularmente por ideas que son semejantes a su propio pensamiento, sino más bien por aquellas que son antagónicas con la suya. Siempre está vivo en él el polemista ardiente…

Es este manantial de brillantez, y alguna vitalidad ingenua, la cual unida a la consistente envergadura de su intelecto y a su intensa fuerza de voluntad, lo que constituye la fascinación de Lenin. Esta fascinación es colosal: las personas que se acercan a su órbita no solo llegan a ser sus devotos como líder político sino que de un modo extraño se enamoran de él. Esto se explica a personas de la más diversa capacidad y pensamiento, que abarca desde hombres sumamente sensitivos y dotados como Gorky, hasta el torpe campesino de lo más recóndito del país, desde un cerebro político como Zinoviev hasta algún soldado o marino que solo hasta ayer pertenecía a las bandas antisemitas «Las Centurias Negras»[4] y que ahora están dispuestas a arriesgar su desgreñada cabeza por el «líder de la revolución mundial ?Ilich». Esta forma familiar de su nombre, Ilich, ha llegado a ser tan extensa que es usada por personas que nunca han visto a Lenin.

Cuando Lenin yacía herido ?mortalmente, temíamos? nadie expresó mejor que Trotski nuestros sentimientos por él. En medio del aterrador desorden de acontecimientos mundiales fue Trotski, el otro líder de la revolución rusa,  un hombre nada inclinado al sentimentalismo, quien dijo: «Cuando uno se da cuenta de que Lenin pudiera morir, parece como si todas nuestras vidas fueran inútiles y perdiera uno el deseo de vivir».

Para volver al hilo de mis recuerdos de Lenin antes de la gran revolución: en Ginebra, Lenin y yo trabajábamos juntos en la junta editorial del periódico Adelante y después en El Proletario. Lenin era un buen hombre con quien trabajar como editor. Escribía muchísimo y fácilmente como ya he mencionado y tenía una actitud muy consciente hacia el trabajo de sus colegas: frecuentemente los corregía, les daba consejos y se deleitaba por cualquier artículo talentoso y convincente…

En su actitud para con sus enemigos no habían sentimientos de rencor, pero sin embargo era un adversario político cruel, que aprovechaba cualquier fallo que tuvieran aquéllos y exageraba toda insinuación de oportunismo  ?en lo cual, entre paréntesis, estaba completamente acertado?, porque más tarde los mismos mencheviques iban a avivar las antiguas chispas hasta convertirlas en una enorme llamarada de oportunismo. Nunca especuló con la intriga aunque en la lucha política desplegó las armas exceptos las sucias…

Con el avance de los acontecimientos revolucionarios, las cosas cambiaron considerablemente: primero comenzamos a obtener una especie de superioridad moral sobre los mencheviques. Fue entonces que los mencheviques emplearon firmemente la consigna: adelántate a la burguesía y lucha por alcanzar una constitución o a lo sumo una república democrática. Nuestra actitud de ser técnicos de la revolución, como alegaban los mencheviques, estaba atrayendo una significante proporción de la opinión de los emigrados en particular la de los jóvenes. Caminábamos ahora por terreno firme. En aquellos días Lenin estaba magnífico. Con el mayor entusiasmo presentó un proyecto de lucha revolucionaria despiadada para el futuro y partió para Rusia lleno de pasión.[5]

En esta ocasión fui a Italia, debido a la poca salud y la fatiga, y solo mantuve contacto con Lenin a través de una correspondencia que se limitaba en gran parte a asuntos de política práctica concerniente a nuestro periódico.

Después me reuní con él en Petersburgo [...]. Lo observé de cerca a todo lo largo de ese período, porque fue entonces que yo había comenzado a hacer un minucioso estudio basado en buenas fuentes, de las vidas de Cromwell y Danton. Al tratar de analizar la psicología de los «líderes» revolucionarios comparé a Lenin con figuras como éstas, y quería saber si Lenin era un líder revolucionario tan genuino como había parecido…

Pienso ahora que la revolución de 1905-6 nos cogió algo desprevenidos y carecíamos de verdadera habilidad política. Fue nuestro trabajo posterior en la Duma, nuestro trabajo posterior como emigrados tratando de convertirnos en políticos prácticos, entendiéndonos con los problemas de una política genuinamente nacional, a la cual estábamos más o menos convencidos de que, retornaríamos tarde o temprano; fue esto lo que se agregó a nuestro desarrollo interno, lo cual alteró completamente nuestra forma de abordar la cuestión de la revolución cando la historia nos llamó de nuevo. Esto es especialmente verdadero para Lenin.

No vi a Lenin mientras estuvo en Finlandia[6], cuando se escondía de las fuerzas de la reacción. Lo volví a ver en el extranjero, en el congreso de Sttugart[7]. Allí, él y yo estuvimos particularmente unidos, aparte del hecho de que estábamos constantemente conferenciando juntos como resultado de que el Partido me había confiado una de las tareas más vitales en el Congreso. Tuvimos un número de discusiones políticas importantes más o menos en privado, en las cuales aquilatábamos las perspectivas de la gran revolución social. Sobre este tema Lenin era por lo general más optimista que yo. Yo consideraba que los acontecimientos se desarrollarían con más lentitud, que evidentemente tendríamos que espera a que el capitalismo fuera establecido en los países asiáticos, que el capitalismo todavía tenía unos cuantos cartuchos en su cartuchera y que no podríamos ver una verdadera revolución social hasta nuestra vejez. Sin lugar a dudas, esta perspectiva inquietaba a Lenin. Cuando le expresé mis argumentos noté una verdadera sombra de angustia que cruzó por su poderoso e inteligente semblante y me di cuenta de cuán apasionadamente este hombre deseaba no solo ver la revolución durante su vida, sino esforzarse para crearla…

Lenin llegó a poseer el mayor discernimiento político, lo cual no es sorprendente. Tiene la facultad de elevar el oportunismo hasta su grado de genio, con lo que me refiero a la clase de oportunismo que puede emplearse en el momento preciso y que él siempre sabe cómo explotarlo para el invariable objetivo de la revolución. Mientras Lenin estaba dedicado a su gran trabajo durante la revolución ruso mostró algunos ejemplos de su brillante calculismo y manifestó esto en su último discurso en el 4º Congreso de la Tercera Internacional,[8] un discurso singularmente interesante en la materia y en el cual describió lo que puede ser llamado como la filosofía de la táctica de reterida[u1] 

Debo agregar de paso, que Lenin fue siempre muy tímido e inclinado a permanecer en las sombras durante los congresos internacionales, posiblemente porque no tenía confianza en su conocimiento de los idiomas, aunque habla buen alemán y tiene suficiente dominio del francés y el inglés. A pesar de esto solía limitar a unas pocas frases sus declaraciones en los congresos. Esto ha cambiado desde que Lenin se consideró, primero vacilante y después incondicionalmente, el líder de la revolución mundial…

Me alegro mucho que nunca estuve implicado personalmente en nuestra larga disputa política con Lenin. Me refiero al episodio cuando Bogdanov, yo mismo y otros adoptamos una desviación izquierdista y formamos el grupo Adelante[9] en el cual discrepamos erróneamente con Lenin sobre su evaluación de la necesidad del Partido para explotar las posibilidades de la acción política legal durante el gabinete reaccionario de Stolypin.

…En aquel entonces Bogdanov estaba tan molesto que predijo que inevitablemente Lenin saldría del movimiento revolucionario y hasta trató de demostrarnos a la camarada E. K. Malinovskaya[10] y a mí que Lenin terminaría como un Octubrista.[11]

Sí, ciertamente Lenin llegó a ser un Octubrista. ¡Pero qué octubre ese tan distinto!

Me gustaría agregar lo siguiente a esta rápida observación: a menudo he colaborado con Lenin en la redacción de resoluciones de todas clases. Por lo general esto era hecho colectivamente, en tales ocasiones a Lenin le gustaba el trabajo cooperativo. Recientemente fui llamado para acometer un trabajo similar sobre la redacción de la resolución para el 8º Congreso,[12] sobre la cuestión campesina.

El mismo Lenin siempre es extremadamente mañoso en tales ocasiones; rápidamente encuentra palabras y frases apropiadas, las considera desde cada ángulo y algunas veces las rechaza. Siempre agradece cualquier ayuda. Cuando alguien se las arregla para acertar exactamente en la fraseología correcta, Lenin dirá en tales casos, «Eso es, eso es, bien dicho, dicte eso». Si cree que algunas palabras son dudosas, clavará la vista en el espacio, reflexionará y dirá, «pienso que sonaría mejor de esta forma». Algunas veces, luego de haber aceptado risueñamente alguna objeción crítica, modificaría la redacción que él mismo había puesto anteriormente con toda confianza.

Bajo la dirección de Lenin, esta clase de trabajo marcha siempre con extraordinaria rapidez y de manera algo alegre. No solo su mente funciona al máximo de tensión, sino que estimula las mentes de otros hasta el grado más alto.

No añadiré nada más a lo presente en estos recuerdos míos, los cuales forman ampliamente mis impresiones de Vladimir Ilich en el período comprendido antes de la revolución de 1917. Naturalmente tengo un caudal de impresiones y opiniones en lo concerniente a su genio absoluto en la dirección de la revolución rusa y mundial, que fue la contribución de nuestro líder a la historia.

No he renunciado a la idea de escribir un retrato político más completo de Vladimir Ilich sobre la base de esa experiencia. Por supuesto, hay toda una serie de nuevas características de él durante estos últimos seis años de nuestro trabajo en común, nada de lo cual, sea dicho, contradice las que he señalado, pero que constituyen nuevos testimonios directos de su personalidad. Pero ya habrá tiempo para dibujar tal retrato amplio y comprehensivo…



[1] Artículo tomado de la revista Pensamiento Crítico, No. 27 de abril de 1960, La Habana Cuba, pp. 102-117. (Se  reproduce una parte importante de su contenido y se han respetado las notas y observaciones de la publicación, N. del E.).

[2] En realidad El proletario fue un periódico de la facción bolchevique antes del triunfo de la Revolución de octubre, editado en 1905. (N. del E,)

[3]Naum Aronson, escultor ucraniano cuya obra más famosa es el monumento a Beethoven en Bonn. Su busto de Lenin fue exhibido en la Feria Mundial de París en 1937. (N. del E.)

[4] Las Bandas de las Centurias Negras: Nombre dado por sus adversarios a las organizaciones extremistas, protofascistas del ala derecha a comienzos del siglo XX en Rusia. Hizo el primer uso extensivo del «Pogrom» como una forma de terror antisemítico organizado.

[5] Lenin llegó a San Petersburgo el 21 de noviembre de 1905.

[6] Para evadir la policía zarista, Lenin fue a Finlandia en enero de 1907, donde pasó cuatro meses en Kuok-kala.

[7] Congreso de la Segunda Internacional Socialista, celebrado en 1907.

[8] Celebrado en 1922-23 en Moscú. Fue el movimiento comunista dominado por los bolcheviques usualmente conocido como el «Comintern», llamado así para distinguirlo de la Segunda Internacional Socialista. 

[9] Sub-facción radical de los bolcheviques fundada por Bogdanov. Lunacharski y Gorski en 1909, discrepando sobre las tácticas de participación de la Duma. El grupo pronto perdió significado político y Lunacharski volvió al bolchevismo ortodoxo en 1917. 

[10] Esposa de Bogdanov.

[11] Partido político ruso de los liberales del ala derecha formado en 1905. Título adoptado del Manifiesto Imperial del 17 de octubre de 1905 concediendo una constitución.

[12] Congreso del partido bolchevique que se realizó en marzo de 1919. Su resolución más  importante decretó la separación del Partido y las organizaciones de los Soviets.


[i] Anatoly V. Lunacharski (1875-1933), escritor, ensayista y educador. Fue el primer Comisario de Educación bolchevique.

Participó en la revolución rusa de 1905. Lenin consideró su talento literario y propagandístico y en 1917 formó parte del primer gobierno soviético como Comisario del Pueblo. En 1929 es elegido Comisario de Educación y en 1930 es elegido como Académico. Fallece en 1933.  


 [u1]Es esa la palabra?

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