Proposiciones

Una Argentina de pañuelos blancos

20 ago. 2019
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Cuando hablan de un amor arrebatador, que rompe montañas y convierte en realidad lo imposible, que duele dentro por la incertidumbre y la espera, que es desinteresado y paciente, hablan del amor de madre.

Cuando no entiendo sus desvelos, y pongo los ojos en blanco ante las mismas recomendaciones de siempre, que me piden mirar antes de cruzar las calles que desando de memoria, cuando siempre me mira y en un suspiro me dice que la entenderé algún día, se que esas palabras vienen de una madre.

Y es que aunque no ha llegado ese momento en mi vida, he aprendido que ese cariño que nace ahí, vive para siempre. Por eso dedico mis palabras a unas mujeres extraordinarias, quienes sufren a pesar de los años y las coincidencias fallidas, quienes siguen esperando aunque los titulares de prensa no las evoquen como hace 40 años atrás.

Corría 1976 y hacía dos años ya que había fallecido Juan Domingo Perón, presidente de Argentina.  El país se debatía entre la incertidumbre y el  miedo, escenario propicio para que el 24 de marzo de ese mismo año, Jorge Rafael Videla se hiciera del poder a través de un golpe de Estado.

Eran años en que América del Sur se estremecía y sufría por la llegada al poder de regímenes dictatoriales, y una Operación Cóndor, salida de la CIA y el Pentágono estadounidenses, llenaba de sangre y luto a poblaciones enteras.

A partir de ese entonces comenzaría un periodo difícil, y en Argentina específicamente, las madres tuvieron que ver como sus hijos eran arrebatados en plena noche, por oficiales armados, ante la mínima sospecha de ideas liberales o de izquierda.

Las estaciones de policías se llenaron de mujeres esperanzadas, buscando el menor resquicio para saber de los suyos. Pero el poder tenía otras intenciones. Luego de torturar y humillar a los prisioneros, que solo eran culpables de ser traidores a un régimen de represión y muerte, arrojaban sus cuerpos al mar para que no pudieran ser encontrados.

Ante esta situación, el 30 de abril de 1977, catorce mujeres se plantaron en la Plaza de Mayo de Buenos Aires esperando respuestas. Una de ellas, Mirta Acuña de Baravalle, recordaba para Paginal 12 en 2017 que  a su hija Ana María la habían secuestrado en 1976, embarazada.

Ellas, en su incansable trabajo de buscar a sus hijos ya sabían de memoria lo que era una habeas corpus, habían revisado funerarias y comisarías, pero no les quedó otra opción que ir a la plaza y unirse a otras féminas para reclamar por sus seres queridos.

Acordaron reunirse los jueves. Al principio, no llevaban los emblemáticos pañuelos blancos que las caracterizan actualmente; eso vino después, cuando decidieron ponerse los pañales de sus hijos en la cabeza.

Fueron creciendo en número, se organizaron mejor y siguieron en su tarea sin descanso. Sus recorridos por la Plaza de Mayo siguieron acompañados de las visitas a abogados, organizaciones humanitarias y centros que pudieran hacer algo por las casi 55 muchachas embarazadas secuestradas.

Actualmente, en la página oficial Abuelas de Plaza de Mayo se encuentran registrados los casos de familiares encontrados luego de décadas de intensas búsquedas.

En el año 2017, el diario El Espectador publicaba que habían encontrado a la nieta 125, acontecimiento que coincidió con el aniversario 40 de la organización, y que aun nos recuerda a esos 300 nietos y nietas que fueron hijos o hijas de prisioneros políticos del régimen de los que no se sabe su paradero.

Por desgracia, las desapariciones no son un fenómeno que solo ocurrió en Argentina. Las dictaduras militares en América Latina cargan en sus hombros más de 90 000 detenidos-desaparecidos, según informa el diario español El País.

El mismo medio reporta que en México —debido a la criminalidad de bandas del narcotráfico—, durante el 2018 habían 16 594 menores de 29 años que estaban reportados como desaparecidos o extraviados, según el Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED). En total, el país no sabe dónde están 34 268 personas, de acuerdo con el último corte de datos oficiales de enero de este año.

A estos desalentadores datos se suman muchos otros, igual de terribles y que abarcan también a otros continentes. Parecería que ellas no van a tener descanso. En Argentina, Chile, México,  donde sea que existan injusticias, hay mujeres  que sufren el destino de los seres que trajeron al mundo. Parecería un mal impregnado como un quiste, parte de la injusticia que no respeta el dolor de una madre, de miles de madres, que ya son abuelas, porten o no pañuelos blancos en sus cabezas.

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