Contrapunteo

Saber qué es lo que nos jode es fundamental para entender cómo combatirlo

16 jun. 2020
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Muchos dicen que en la educación está la clave para superar las razones que han mantenido el conflicto social y armado que ha vivido nuestro país durante los últimos centenios, este planteamiento recorre escuelas, calles y centros carcelarios, como si al proferirlo una suerte de comprensión y asentimiento mágico resultara en cambios sociales. El debate sobre el tema se entreteje en la multiplicidad de comprensiones que existen sobre el para qué, el cómo, el cuándo, el dónde, el quiénes y el para quiénes se dirige la educación; pues es preciso señalar que, frente al tema la tinta y la pluma ha sido muy generosa, pasando de comprensiones donde la expresión humana alcanza su máximo esplendor, hasta las visiones de uniformización y estandarización del pensamiento.

Estando en el interior del centro Carcelario y Penitenciario Picota ERON, cuando se tiene esa intención de encontrar solución a un sin número de problemas en la sociedad desde la educación, surgen toda clase de ideas y análisis sobre lo que se expresan como prácticas educativas para la corrección de los sujetos que han sido considerados un problema para el orden social.  En una cárcel donde residimos cerca de 3300 personas entre sindicadas y condenadas por delitos que van desde el robo de un celular, agresiones sexuales, participación en algún grupo al margen de la ley, o hasta los que representan algún temor fútil para la sociedad que juzga; se creería que debe ser un centro de alta educación, pues es donde se pone a prueba la capacidad del Estado para educar y corregir lo que parece mal.  Por el contrario, lo que se encuentra desprevenidamente el que habita este lugar, es que la labor ha sido delegada a muros altos, grilletes americanos, uniformados con ansias de dinero, precario acceso al agua, alimentos semi-cocinados, salud reducida al ibuprofeno; cuchillo educador; dinero educador; corrupción educadora.

El proceso de tratamiento para quienes por sospecha o por unidad de pruebas nos encontramos encerrados acá, es conocido como resocialización; es decir, que la cárcel pretende someter a miles de infractores del orden a un trasegar de años en que se les prepare para volver a la sociedad de la que fueron apartados. Esta institución totalizante que invade hasta el más íntimo de los espacios personales, pretende educar a unos “mal educados”, y así, hacerlos útiles a sus propósitos.

Michellin o Miche, como le digo por el afecto que me despierta su servicialidad y humildad, es un habitante del patio 4 de donde sale a rebuscarse todos los días; aunque hasta la semana pasada había estado asignado al 7, pero después de un viernes de farra fue llevado a la Unidad de Tratamiento Especial-UTE, golpeado por la guardia y reubicado.  Él llego a este lugar sindicado de haber quitado la vida a una jueza en Medellín; acción ordenada por una de las prestigiosas oficinas de cobros que hacen presencia en esa región. Tenía entonces 18 años recién cumplidos, y desde hacía un buen tiempo se había unido a la banda con que pasaba las tardes después de ir al colegio. En la esquina donde parchaban, pasaban las niñas del colegio La Estrella, que ante las miradas de los jóvenes ansiosos de mundo y poder, eran princesas posibles de conquistar con moto y fierro.  

El hambre de la casa y el pago de los servicios públicos siempre habían encontrado solución con el trabajo de lavandera de la mamá de Miche, pero ya estaba muy mayor y le salía poco trabajo; la vida del colegio desde hace tiempo era aburrida y las ganas de salir con Yesica, presionaban más que la falta de agua y gas que desde hace una semana habían cortado por falta de pago.  Era una tarde del 20 de diciembre cuando Mario, conocido en la loma por trabajar para gente con mucho poder, llegó buscando a Miche, pues le habían dicho que el pelado quería hacerse a una moto.

Parecía fácil la vuelta, había pasado ya varias noches en vela pensando en donde dispararía primero, ensayando mentalmente y moviendo la mano con mayor rapidez; la metía en el bolsillo y la sacaba contando los segundos, cosa que, cuando el que lo arrastraba fuera a cincuenta por hora, él tuviera tiempo de disparar y terminar el trabajo. Era 25 de diciembre y la fiesta del día anterior aún retumbaba en la cabeza de todos los de la cuadra; la Kawasaki verde limón llegó a la hora acordada, y la percha nueva con fierro plateado, lucía muy bien según el espejo en que se miraba por última vez. 

No pasaron más de 45 minutos cuando ya en la esquina no quedaba ni un pelao, pues decían que todo se había calentado y que, al Mono, como le conocían muchos, le habían echado mano cuadras más adelante de donde la Jueza había quedado tendida junto a un puesto de dulces y al lado de su guardaespaldas. Camionetas con vidrios negros deambulaban más de lo acostumbrado por las cuadras aledañas a la casa del Mono y de Miche; buscaban a Mario, o eso decían los vecinos.

Ese día no llegó a casa, y la señora Consuelo, mirando hacia la calle, pensaba en la suerte de su chinito, pues en la mañana había dicho que traería para pagar las deudas y comprar una lechona con qué celebrar en serio la navidad; Yesica esperó también más de dos horas en el parque del mirador, pero el Miche nunca llegó.

Con una pistola en la cabeza y con dos agentes de la sijin dándole puños en todas partes, recorría, al interior de una camioneta, las calles que de niño deambulaba cuando se escapaba del colegio, y por el parque donde una vez jugó hasta el cansancio, y la mujer más bella, seguro se había cansado de esperarlo el día anterior. Sin saber dónde estaba, sentía dolores hasta en el pelo, estaba esposado y el olor fétido de cantina lo despertaron. No acertaba en abrir los ojos, como si el peso de los parpados se lo impidiera; seguro era la sangre que se había acumulado después de que el sargento Segura, como le decían los tripulantes del carro, se subiera para ayudar en la investigación.  

¡Firme aquí gata hijueputa para que no le pase nada a su mamá y no tener que fumigarlo! Era la voz del mismo que lo había recogido en una camioneta después de haberse caído de la moto.

Custodiado como por veinte hombres de las Fuerzas especiales de la Policía, fue llevado a la cárcel de Bella Vista; luego de unos meses, transferido a la Picota ERON, reseñado y esposado nuevamente, para ser dirigido al patio donde ya cumple 12 años de no ver a su madrecita, y de sobrevivir a todo lo que se presente.

El miedo y el castigo llegan donde la dialógica no alcanza siquiera a sospechar; inmoviliza hasta tal punto que de la normalización de las rejas se pasa a su interiorización, y el olvido de lo que tal vez se comprendía en algún momento como libertad, reina entre prácticas de una sub-sociedad: sin libertad, sin derechos y con mucho silencio y resignación para no empeorar las condiciones ya deprimentes en que se vive.  Esa función ofrecida como lugar para arreglar gente dañada, no es tal, es todo lo contrario. Muchos dicen que la cárcel es un lugar útil para la perfección del crimen, y no erran en esta apreciación; las condiciones que ofrece el sistema penitenciario y carcelario no logran ir más allá de la privación de la libertad, carece de propuestas productivas, educativas, psicológicas y económicas que signifiquen solución a los conflictos sociales, políticos o económicos que llevaron inicialmente a la comisión de los delitos.

Pasar de largo por guardia interna[1] y ver el nombre Institución Educativa Nelson Mandela adornando uno de los muros de las zonas de apoyo, que hace las veces de lugar para recibir la visita los fines de semana y como área educativa de lunes a jueves; y donde se encuentra la biblioteca general de la estructura tres, encerrada con rejas hasta el techo, con pliegos de papel craff que delinean el nombre Gabriel García Márquez;  permite pensar que, ni porque le pongan Paulo Freire a una jaula de estudio o Simón Rodríguez al sistema educativo, lograrán ocultar que este lugar es un centro de segregación, castigo y venganza en contra de los que han subvertido la ley.

Sin embargo, hay una amalgama de intentos que buscan hacer o enseñar algo, decir a los presos que aún se puede salir al mundo y no todo está perdido; se entrevé en los pasillos, donde pululan las ratas que salen del rancho: unas buscando comida, otras pidiendo pines para pasar; la apremiante necesidad de conocer a profundidad lo que nos jode, lo que nos atormenta para poder empezar a combatirlo. Esta constante histórica, Martí ya nos la recordaba al decir: “conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento es el único modo de librarlo de las tiranías”[2], y retumba en las paredes lo que algunos osados entre dientes dicen: “se trata de derribar los muros no de transformarlos”.

En algunas tardes de conversaciones y tintos regalados, comprados y hasta demandados, se pueden descubrir las adecuaciones mentales logradas por la cárcel, que van al extremo de, en apariencia, querer las cadenas, aferrarse a los mínimos que se “goza”, hasta guardar silencio frente a lo exiguo ofrecido para aprender algún arte u oficio que, afuera o adentro, pudiera paliar el hambre o las deudas. Los barrotes atan las ideas a los condicionamientos implantados, y el miedo, como máximo determinante de los riesgos, coarta el encuentro.  Pero, como dicen algunos: “por más que quieran impedirnos ver el sol, los ases de luz se cuelan entre las rejas”; y la idea de intentar algo que saque de la cotidianidad, de la quietud y de la injusticia, va filtrándose por las grietas del lugar.

Muchas de esas ideas y voces amordazadas, siguen pintando de rebeldía calles y paredes, haciendo plantones en defensa de la educación, contrariando a la fiscal, al rector y al sistema que impone la ignorancia como llave de la prisión; retumban en las celdas invitándonos a actuar. Una educación para comprender los problemas propios, que permita actuar en el aquí y el ahora, es la constante que, en cada disertación inconforme, se escucha en los silencios.  

Esos ecos de cientos de voces que resisten a la ignominia de la cárcel han ido tejiendo un espacio para compartir saberes sobre mecanismos para la defensa de los derechos humanos y herramientas para la comprensión de la política criminal y carcelaria; además de conocimientos útiles para la generación de proyectos productivos, el autocuidado emocional y físico. Sumando experiencias, sueños y ganas de romper la normalización, han acudido organizaciones como la Fundación Comité de Solidaridad con los Presos Políticos, la Fundación de Derechos Humanos Pasos, el Equipo Jurídico Pueblos, la Red de Hermandad y Solidaridad con Colombia, el Congreso de los Pueblos; espacios de la academia crítica como el Observatorio de Derechos Humanos de la Universidad Pedagógica Nacional, maestros de la Facultad Humanidades de la Universidad Nacional; ex presas y presos; y muchas personas que del barrio popular y de las calles de Canadá, Suiza y Francia han querido aportar a este ejercicio de concienciación y visibilización de las problemáticas nacionales al interior de las cárceles.

Estos intentos toman forma de Taller en Derechos Humanos completa seis meses de implementación y culminará en diciembre de 2019; y la Cátedra de Derechos Humanos y Política Carcelaria, que lleva dos sesiones y programa actividades hasta septiembre de 2020; espacios que, como Gelmán diría, no nos llevarán a tomar el poder,[3] o tumbar los muros, pero si nos servirán para enfrentar las condiciones de inhumanidad que se viven en la sociedad y se acentúan en lugares como la cárcel.

Día 364. Después de un viaje de 12 horas y una fila de 5, escuchó el grito de alguien que ordenaba mantener la cédula en la mano y dejar todo lo ilegal en una caneca. Un artefacto rozó la entrepierna pitando, al parecer, dentro de la normalidad. - ¡Dese la vuelta!, ¡qué trae en el pecho, quítese los zapatos!, ¡qué son esos papeles! ¡Acá, las que no quieren perder la visita saben que no deben traer cosas ilegales, y si no les gusta que les revise los senos, no traigan brasieres con varilla o con secreticos!, ¡pase a este cubículo y deje el sostén ahí! - Jaramillo Yesica, tome su cedula y siga la fila. 

Había cumplido tres meses desde que empezó a ahorrar cargando maletas y llevando mandados para los viejos.[4] Con 150 mil reunidos en pines;[5] compró un pollo, cuatro gaseosas, dos chocolatinas, dos tamales en lata, un sobre de café y, sobre todo, pagó los 20 por el alquiler del cambuche.[6]  Miraba nervioso a través de la reja, recordando las promesas que se habían hecho por teléfono los últimos meses. Ella, extenuada del viaje y de la larga espera, cruzó por el último arco detector de metales y miró al guardia que con cara de pocos amigos pedía el sello invisible en el antebrazo derecho. ¡Siga derecho y doble a la izquierda!

Al subir las escaleras de vuelta al patio, pensaba que seis horas eran insuficientes para hablar las cosas que tenía pensadas, escuchar las historias de los pelaos del barrio, las razones de la casa y del Mario…

Pasados los años, las visitas constantes dieron frutos, y como si fuera un espiral, la vida, el destino, la voluntad universal u otra de esas explicaciones para lo distante de la razón, mantuvieron el curso de lo predecible.  - Un día lluvioso de mayo de 2019 Miche como de costumbre llamó a su esposa: ¡Yesi, dígale al niño que vaya donde Mario para que le haga un mandado! Con lo que le den, pague el arriendo, compre el estrene para diciembre y un mercado a mi madre-. Esa noche rezaba todas las oraciones que Consuelo le había enseñado en la niñez, cuando la ausencia había tomado el lugar de su padre, pero que con el pasar del tiempo poco recordaba; pidiendo que la vuelta que haría su hijo no fuera peligrosa; y que por fin pudiera salir del encierro, y su hijo no tuviera que vivir lo mismo que él.

 

 

Referencias

Gelmán, J. (s.f.). Confianzas .

Martí, J. (1891). Nuestra América . La Revista Ilustrada de Nueva York.

 

 

Notas

[1] Lugar de control interno de la Cárcel.

[2] Martí, J. (1891). Nuestra América . La Revista Ilustrada de Nueva York.

[3] Gelmán, J. (s.f.). Confianzas .

[4] Adjetivo con que se nombra a los presos que tiene dinero.

[5] Tarjetas telefónicas, más usadas como moneda de cambio.

[6] Carpa donde se recibe la visita íntima.

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