Contrapunteo

Retos para la juventud latinoamericana

16 sept. 2019
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«Los jóvenes deberían leer más a Fernando Martínez Heredia», nos dijo un amigo, mientras recomendaba uno de sus textos en específico: «Siete retos para los jóvenes de América Latina».

Se trataba de la intervención del destacado intelectual cubano durante la presentación de la Red de Redes en Defensa de la Humanidad, en el XVIII Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, Quito, Ecuador, el 12 de diciembre de 2013.

Primer reto. [...]El primer reto parte de la realidad de que una gran parte de los jóvenes de nuestro continente se enfrentan todos los días al desafío de sobrevivir y encontrar un lugar en el mundo. Padecen hambre o carecen de alimentación suficiente, de servicios de educación y de salud, de empleo, y viven en familias precarias. Saben del trabajo infantil, de la delincuencia de los pobres, la prostitución y el consumo de drogas baratas. Esos jóvenes no están aquí, no conocen lo que hacemos ni nuestros escritos —muchos no podrían leerlos—, ni es probable que les interesen. No suelen votar, porque no sienten suya la política que existe en sus países. Por consiguiente, muchos pueden ser acarreados precisamente por los culpables de la vida que llevan, si les resuelven algunas de sus necesidades perentorias. [...] Debemos ir a ellos, conocerlos realmente en vez de creer que los representamos, acompañarlos en sus vidas y sus afanes, con el fin de ayudarlos a ser rebeldes y pelear por ideales, ganarnos el derecho a conducirlos en el prolongado y difícil proceso de cambiar sus vidas y las sociedades de explotación, desigualdades, exclusión y opresiones.

Segundo reto. Lograr combinar las tareas y las satisfacciones personales —el amor, el trabajo, el estudio, las inclinaciones particulares— con intereses cívicos, con la necesidad de conocer el mundo en que vivimos y sus problemas. Darles lugar en nosotros a ideales que hacen crecer las dimensiones humanas y brindan una riqueza personal que trasciende, y lograr gobernar la esfera de los egoísmos. Ir más allá de las reacciones esporádicas ante incidentes y los entusiasmos efímeros.

Tercer reto. Tomar conciencia de las claves fundamentales del sistema capitalista y la manera de vivir que genera, difunde y mantiene. Conocer sus hechos, sus instrumentos, su criminalidad despiadada, su conversión de los individuos en agresores entre sí y en indiferentes ante las desgracias ajenas. Conocer las funciones sociales de dominación que cumplen los atractivos que en realidad posee el capitalismo, y que ese sistema constituye un complejo orgánico, lo cual permitirá situarse mejor ante sus manifestaciones. Salir del control que ejerce su sistema de información, formación de opinión pública, entretenimiento y gustos. Pensar las contradicciones y los conflictos, y buscar sus causas. Pero no basta con conocer: en realidad los sentimientos que concentran energías y fomentan motivaciones, y que desatan actitudes y actuaciones, son tan importantes como las ideas y los conocimientos.

Cuarto reto. Vivir la conciencia que se está adquiriendo como un conjunto de ideales, convicciones e ideas que llevan a la actuación. Reunir las capacidades personales, la necesidad de participar en causas justas, los deseos de goces y satisfacciones, los impulsos de rebeldía, los conocimientos que se adquieren, para integrar con el conjunto a una joven o un joven consciente y rebelde.

Quinto reto. Darles permanencia a esas transformaciones conquistadas y convertirlas en guía de los juicios y motor de la actividad, tanto de la vida cotidiana como de las jornadas trascendentes. Es decir, aprender a luchar y a ser militante revolucionario.

Sexto reto. Poner una gran parte de sus esfuerzos, capacidades y sentimientos dentro del cauce de un colectivo, lo que implica ceder una parte del albedrío y de la libertad del individuo, al mismo tiempo que puede crear un instrumento organizativo que multiplique las fuerzas y las cualidades de cada uno y las posibilidades de victoria. Las organizaciones revolucionarias no son una panacea: sus realidades y su historia lo muestran claramente. Por eso, precisamente, no temer a entrar en ellas constituye un reto para los jóvenes revolucionarios, y aun mayor es el reto de no estar dentro de ellas para perder cualidades y asumir rituales vacíos, sino para contribuir a transformarlas en nuevas organizaciones capaces de ser realmente revolucionarias. El desafío está en comprender que la organización y la política son indispensables, y a partir de esa comprensión y la actuación consecuente inventar nuevas formas revolucionarias eficaces de hacer política.

Séptimo reto. Practicar la solidaridad como ley primera de los intercambios humanos y las relaciones sociales. Al actuar y pensar en política, el contenido concreto del medio en que cada uno viva y se mueva serán determinantes, y por consiguiente debe ser priorizado. [...] Ser internacionalista es triunfar sobre un desafío vital. El colonialismo ha sido el modo criminal y devastador de mundializarnos del capitalismo, la liberación nacional antiimperialista es la ley de la creación de nuevos seres humanos y de sociedades libres. La unión del patriotismo y el internacionalismo es el camino seguro para que ese proceso de creaciones no pueda ser detenido ni derrotado. Es forjar la dimensión que nos une a través y por encima de todas las diferencias y todas las fronteras.

 

 Después de leer con detenimiento cada una de sus tesis, decidimos reunirnos con jóvenes de diferentes procedencias para discutir lo que en ellas se planteaba. Organizamos un taller en la sede del hoy Memorial de la Denuncia, en La Habana. Desde Argentina, Colombia, Honduras, México y Cuba llegaron algunos. Una amiga paraguaya y otra brasileña enviaron sus ideas a través del correo electrónico. Durante tres días nos reunimos para hacer lo que algunos llamarían «análisis de coyuntura». Por supuesto, invitamos a Fernando. Cuando supo de la idea quedó fascinado y confesó que no creía que su humilde texto mereciera semejante análisis, pero enfatizó en que si sus ideas motivaban que los jóvenes se reunieran, debatieran y propusiesen acciones para el cambio social, él estaría complacido en sumarse a nuestro empeño.

El taller sesionó durante tres jornadas en las que compartimos nuestras realidades en América Latina desde la práctica, activa y militante. Luego dialogamos a partir de la obra revolucionaria escrita por latinoamericanos que fueron y son ejemplo para las generaciones actuales: Camilo Torres, Ernesto Guevara, Roque Dalton, Hugo Chávez, Fidel Castro, gracias a la colaboración amiga de la editorial Ocean Sur. También consultamos otros autores contemporáneos que hablan sobre temas similares.

Lo que había comenzado como la rápida lectura de un artículo de Fernando, se multiplicó en el diseño de un taller, la convocatoria a jóvenes que no conocíamos, la lectura de textos nunca antes hojeados y la relectura de otros por los que siempre es sabio volver.

Motivados por las mismas provocaciones —los retos para nuestra generación—, cada uno de los participantes, incluidos quienes lo hicimos desde la coordinación, compartió sus puntos de vista, matizados por los entornos sociopolíticos que vivimos y la experiencia militante en diversas organizaciones, proyectos o movimientos sociales.

Por último, a modo de conclusión y armados con un papelógrafo y varios plumones, empezamos a listar nuestros retos como generación joven de América Latina y el Caribe.

Retos para los jóvenes de hoy

   Generar estrategias para romper el aislamiento entre los pueblos.

   Construir identidades comunes como países latinoamericanos, como continente.

   Unirnos como latinoamericanos.

   Buscar estrategias comunes para cambiar los referentes. El capitalismo no es la opción.

   Rescatar nuestras historias y raíces comunes.

   Rescatar los procesos de Revolución en América Latina.

   Rescatar la confianza en los movimientos de transformación, de cambio social.

   Contribuir al empoderamiento social desde la conciencia.

   Acercarnos a la gente, organizarnos, luchar por una batalla cultural.

   Romper la división entre la juventud pobre, desempleada, maltratada, delincuente, explotada, que se prostituye… y la juventud militante comprometida. Reconocernos como juventudes.

   Combinar satisfacciones personales con intereses cívicos.

   Tomar conciencia de clases.

   Vivir el proceso de concientización de forma tal que nos lleve a la actuación.

   Aprender a luchar y ser militantes revolucionarios y revolucionarias.

   Comprender que la organización y la política son indispensables para las nuevas formas revolucionarias.

   Practicar la solidaridad como ley primera de los intercambios humanos y las relaciones sociales.

   Acrecentar el compromiso y la participación política.

   Mantener activo el ciclo entre conciencia-acción-militancia.

   No dejar de militar frente a las dificultades.

   Luchar contra la desmemoria.

   Insistir en una formación política-ideológica desde lo que exige e impone el mundo de hoy.

   Producir desde lo latinoamericano (alimentos, ropa… símbolos).

   Luchar contra el sectarismo y luchar por la unidad.

   Actualizar las formas de lucha.

 

Motivado por nuestra discusión, al leer la relatoría de nuestras discusiones, Fernando decidió hacer nuevos aportes:

Alegría grande al ver que discutieron de manera libre y profunda, y sobre todo que multiplicaran los retos. Sería absurdo opinar sobre todo lo que hicieron, o «poner al día» mis retos. Les pido entonces permiso para solo exponer y resaltar algunos aspectos.

Quisiera comentar que no hay que estar «completos» para triunfar, ni para lograr cambios profundos y trascendentales. Pero sí es imprescindible adquirir cierto número de cualidades y rasgos esenciales básicos, y lo más importante, pasar a actuar con decisión, conciencia y alguna organización, mantenerse actuando sin ninguna excusa y ganar cada día más organización y más conciencia. Nadie ha logrado vencer y comenzar a cambiar el mundo porque ya estaba muy bien preparado para hacerlo. En realidad, los sistemas de dominación estructurados implican siempre una dominación cultural, y solo pueden ser destruidos por fuerzas que se forman dentro de ellos y padecen cierto número de sus propios rasgos. Por eso es siempre tan complejo y difícil el logro de verdaderas transformaciones profundas, su permanencia y su avance real en el sentido de ir acabando con todas las formas de dominación humana y social, y de ir creando nuevas personas y nuevas sociedades.

[...]

Ante todo, lo mejor es llamar a las cosas por su nombre, como pedía el manifiesto estudiantil de Córdoba, Argentina, de 1918, que inauguró el famoso movimiento de reforma que se extendió pronto por todo el continente. En la actualidad latinoamericana, el nombre de lo necesario y lo que hay que querer, pelear y lograr se sintetiza en una palabra: revolución. Estuvieron tan malos los tiempos después de las dictaduras, que se aceptó no utilizar ciertas palabras para evitar quedar aislado, no ser eficaz, ser demasiado mal visto. Entre otras desaparecidas ha estado la palabra revolución. Una de las identificaciones, entonces, de qué buscar, adónde ir, estuvo, por ejemplo, en la palabra «alternativa», y una bandera de resistencia frente a la situación era estar contra el neoliberalismo, objetivo que se suponía compartible tanto por socialistas como por otras personas honestas. Pero todo tiene consecuencias, y hace mucho se sabe que entre el pensamiento y el lenguaje hay relaciones muy profundas. Recortar el lenguaje ha influido demasiado en limitar el alcance del pensamiento.

[...] La actuación será lo decisivo, no las declaraciones. Pero una actuación consciente y organizada, que sepa distinguir entre lo que pudo ser eficaz en otros tiempos y situaciones y ahora no lo es, de lo que es indispensable continuar y que permanezca; y lo que es imprescindible cambiar e inventar y crear. En la lógica de la política que se permite pensar y hacer dentro del sistema de dominación, lo posible es completamente insuficiente para situaciones de crisis del campo popular y la geopolítica se vuelve una ciencia de lo que no se puede pretender. Por consiguiente, hablo de actuación que enfrente con decisión lo central y lo esencial y proceda en consecuencia a favor de la libertad y la justicia, una actuación que se rija solamente por sí misma. Y aquí aparece la segunda cuestión: comprender que la
única obligación irrenunciable que tienen hoy los pueblos que se han puesto en movimiento en América Latina y el Caribe es defender, conservar y profundizar sus movimientos y los logros, e ir en busca de poderes populares. Ninguna madeja de procedimientos e instituciones del sistema de dominación capitalista puede ser superior ni imponerse contra aquella necesidad de los pueblos.

¿Quiere eso decir que no es hora de pensar, que no hace falta el pensamiento? De ninguna manera. El pensamiento humano y social que se levanta por encima de la mezquindad de la reproducción de la vida en la que parecen naturales todas las iniquidades, y logra entender, explicar, divulgar, discutir, llamar a actuar por los cambios radicales y la creación de personas y sociedades nuevas, es un instrumento fundamental. Por eso es que el monstruoso sistema totalitario que pretende controlarlo todo practica a escala mundial una guerra cultural que tiene como uno de sus fines básicos lograr que la gente no piense ni se interese por pensar, que abjure del futuro y del pasado y viva en un eterno y mezquino presente, que viva muchos miedos y sienta mucho egoísmo, que le sea indiferente la vida y la suerte de los demás, que se reduzca a ser el público que se entera de una masa de acontecimientos y de tonterías y no puede distinguir entre ellos ni pensar acerca de ellos, y que ande solo entre las multitudes.

[...] La cultura acumulada de resistencia y rebeldía siempre es un factor de la mayor importancia, junto a los análisis concretos y el pensamiento ambicioso acerca de lo actual. Me permito terminar recordando una entre tantas propuestas de uno de los más grandes seres humanos revolucionarios que ha existido, José Martí: «es la hora de los hornos, y no se ha de ver más que la luz».

 

En el momento que sosteníamos esta discusión, nos unía el amor por la revolución latinoamericana, ese sueño tan utópico, pero tan necesario. Conocernos y dialogar entre jóvenes y con el profe de generaciones, constituyó una fuente incalculable de sensibilidad política y saberes compartidos, al tiempo que removió en lo más profundo esos sentimientos revolucionarios y emancipadores con los que hemos crecido.

Ahora debemos asumirlos como base para que otros jóvenes simpaticen con los nuestros y elaboren los suyos. Pero lo más importante es que sirvan de asidero para nuestro quehacer cotidiano, nuestra lucha constante. Como generación tenemos el desafío de construir una sociedad nueva, más justa, socialista, solidaria. Empecemos primero por creérnoslo, luego juntémonos todos y echemos a andar, lo demás será solo cuestión de tiempo, de no cansarnos, de resistir y de vencer.

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