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Los cien días del ducado colombiano

22 nov. 2018
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Esta segunda quincena de noviembre trae para Colombia fechas importantes que obligan a pasarle factura a lo hecho y por hacer: los cien días del gobierno de Iván Duque con apenas una semana de diferencia de la conmemoración el día 24 del segundo aniversario de la firma del Acuerdo de Paz entre su antecesor, Juan Manuel Santos y la otrora guerrilla FARC. Ante ambos acontecimientos, el balance preliminar es negativo y desesperanzador para la nación pues la imagen de Duque va en picada, su mentor Álvaro Uribe tampoco goza de su mejor momento y la implementación de lo pactado en La Habana para lograr la reconstrucción y sanación del país ha quedado relegada a acciones simbólicas que distan de lo escrito en papel.

Al joven presidente le ha dado por viajar en esta primera etapa de funciones, y su discurso ante la comunidad internacional sigue siendo oportunista y falto de transparencia cuando de la paz opina. Más allá de los compromisos políticos multilaterales como fue el caso de su estreno en Naciones Unidas, puso el foco de atención en Europa y hasta al mismísimo Papa Francisco le hizo la visita. Su agenda estuvo, claro está, mucho más centrada en lo económico, pues si en algo coincide el actual Jefe de Estado con su predecesor, es en situar a Colombia en las grandes ligas, aunque sea un país en vías de desarrollo con sobradas deudas sociales internas, la mayoría resultante de décadas continuadas de conflicto armado.

En el ámbito regional, ha tenido una postura coherente con su proyección pre investidura. Coqueteo y fidelidad a toda prueba hacia el mandatario estadounidense, lo cual vale resaltar que ha sido amor correspondido de parte de Donald Trump hacia su pupilo sudamericano. Para ello ha tenido que mostrarse bien crítico de su vecino venezolano y adoptar otras decisiones radicales que muestren ruptura con Latinoamérica y cercanía con el norte, tal fue el caso de la salida de Bogotá de la Unión de Naciones Suramericanas, Unasur. Su más reciente amenaza fue advertir que romperá relaciones diplomáticas con Caracas en enero de 2019, después de haber liderado la campaña en el área para cerrarle el círculo a Nicolás Maduro, un intento de asfixia —tentativa de magnicidio mediante— del que el presidente venezolano salió ileso.

Pero el verdadero caos para Duque está en casa. Estudiantes por casi un mes en huelga y las víctimas de 60 años de guerra exigiendo una justicia que nunca llega. A ello se suma el asesinato de líderes sociales comunitarios, actores políticos de oposición y guerrilleros desmovilizados, un ejercicio de exterminio cotidiano. Si no tiene más visibilidad en los medios de comunicación, es precisamente porque se silencian muchos de los crímenes y en el mejor de los casos, se intentan desligar de la política y se presentan hechos aislados de violencia cuando a todas luces se trata de una práctica selectiva.

Sin embargo, en el último año y más estrechamente, desde que Duque asumió su puesto en la Casa de Nariño, la cifra de activistas muertos se ha disparado de tal modo, que el presidente se ha visto obligado a adoptar un Plan de Acción Oportuna (PAO) porque dice que no quiere impunidad en estos hechos, quiere «trabajar en la prevención de manera acertada». Ha involucrado en este empeño a la Fiscalía, la Fuerza Pública, la contraloría y al Ministerio Público. Lo cierto es que de poco servirá tal estrategia que augura medidas «ejemplarizantes» para los autores materiales e intelectuales, si no se solucionan las causas estructurales de tal escalada violenta, que parten en primerísimo lugar de cumplir con el acuerdo de paz. La matanza a cuentagotas que se vive hoy tiene raíces comunes con los orígenes del conflicto armado en Colombia; cumplir con los seis acuerdos parciales de los seis puntos de la agenda negociada con las FARC y sus especificidades, es atender los reclamos de las poblaciones de Nariño, el Cauca o el Catatumbo y revertir la situación actual.

Del resto de sus promesas electorales, también se ha podido palpar un «donde dije digo, dije Diego». Lo que sucede es que tales incongruencias las ha presentado como desacuerdos entre él y su gabinete, cuando realmente respalda cada una de las iniciativas que en este mismo minuto le valen una impopularidad creciente. Por citar uno de los ejemplos más polémicos del momento, de aquella reforma fiscal anunciada en vallas publicitarias para bajar los impuestos tenemos ahora sobre el tapete un proyecto de Ley de Financiamiento que persigue incrementar el IVA —impuesto sobre el valor agregado— a la canasta familiar. Y sobre su oferta líder, acabar con la corrupción, que es realmente la preocupación mayor de los colombianos hoy día, pues nada ha logrado en firme; ni siquiera se aprobó la consulta anticorrupción y el Fiscal General, Néstor Humberto Martínez, se encuentra implicado en la madre de los escándalos de corrupción que ha revuelto a toda América Latina: Odebrecht.

En el Congreso, la fragmentación política sigue dando al traste con la aprobación de las leyes necesarias para la trasformación que clama la ciudadanía. Es cierto que hay exinsurgentes ocupando sus escaños e intentando impulsar una agenda propia pero su capacidad de maniobra es cada vez más reducida y no acompaña tal empeño que por otro lado se fabriquen zancadillas para sacar del juego a las voces más radicales del ahora partido FARC, involucrándolas con delitos asociados al narcotráfico como son los casos de Jesús Santrich, preso y en peligro de extradición hacia Estados Unidos, y uno de los rostros más conocidos de la paz, Iván Márquez, devenido el mayor decepcionado del proceso, obligado a exiliarse en paradero desconocido.

Del otro esfuerzo de diálogo, el que verdaderamente quedó en manos de Iván Duque para su desenlace, ni un solo paso en firme, solo condicionamientos al Ejército de Liberación Nacional que conllevan a inmovilidad.

Así ha trascurrido este lapso que suele ser un medidor importante en toda administración para definir cuánto de demagogia hubo en el candidato para llegar a presidente y cómo pinta el escenario futuro. En tiempos de nacionalismos extremos, de egoísmos y excentricidades, Duque ha demostrado poco con qué seducir a sus votantes, se ha quedado en una línea gris, en la que ni siquiera ha hecho gala de la moderación que alguna vez le endilgaron para distanciarlo del líder recalcitrante de su partido Centro Democrático que lo llevara al poder.

 

 

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