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Lo que anima de Santiago Atitlán*

10 ago. 2020
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Un lago, volcanes, iglesia, plaza, parque y mercado capta a primera vista el visitante. Pero mucho más está escondido bajo la epidermis de ese paraje con nombre de Apóstol, localizado a 1 593 metros sobre el nivel del mar.

Personas de distintos credos políticos o religiosos coinciden en respetar a Maximón, deidad indígena, cuya imagen está compuesta con pañuelos de colores y una máscara debajo de la cual no existe rostro.

La cofradía de la Santa Cruz organiza festividades en honor de ese ídolo, que representa un hombre de baja estatura, forrado con grandes pañuelos de seda atados a su cuello.

Dicen que tiene dos esposas, cambia de casa todos los años, fuma, bebe, colecciona corbatas y usa perfumes. Sus residentes cuentan que durante Semana Santa traen al santo hasta el parque central y lo maltratan a palos hasta que «se levanta».

No son pocos los que prefieren evitar verlo y comentan que los individuos le piden lo bueno y lo malo como regalos para el año. De acuerdo con documentos históricos, en 1585 el pueblo era identificado como Atitlán de la Real Corona y años después comenzaron a llamarlo Atitlán solamente, cuando pasó a ser la cabecera del corregimiento del mismo nombre.

Santiago Atitlán es el nombre del actual municipio y está relacionado con la primera iglesia donde se veneró al Apóstol Santiago, a cargo de los religiosos franciscanos que evangelizaron la zona.

Desde 1547 edificaron esa parroquia, considerada una de las más antiguas de su tipo en Centroamérica. Sus habitantes han reclamado a los clérigos de paso hablarles en español y tz’utujil, idioma maya que mantienen vivo.

En Santiago Atitlán permanece la centenaria campana de ese templo que, según cuentan, repicó hasta el estruendo aquel diciembre de 1990, cuando sus habitantes expulsaron al Ejército y a la Policía de allí, suceso único en el conflicto armado interno (1960-1996).

La capilla cuenta en su interior con el denominado Parque de La Paz, erigido en memoria de los mártires del 2 de diciembre de 1990. No todo es dolor en Santiago Atitlán, pues también corre la voz del «Hacedor de lluvia», un señor de una cabellera y barba blanca que llevaba en el bolsillo un pomito con agua.

Miguel Sisay, oriundo de allí, recuerda que en su infancia ese personaje legendario tenía la capacidad de invocar las precipitaciones y tenía la costumbre de poner en orden las piedras del camino.

En el imaginario popular viven historias míticas como la de los espíritus del lago Atitlán que, de vez en cuando, deambulan de noche por las estrechas calles de ese poblado.

Sobre su arte de tejer me explicaron que los precios de los cortes (faldas) oscilan desde 300 a 5000 quetzales (de 38 a 632 dólares), pues como opina la doctora en Medicina Irene Quieju «se paga más el arte que la pieza en sí». Está la posibilidad de mandarlos a hacer o comprarlos en el mercado, indicó al precisar que los huipiles (blusas) están valorados desde 700 a más de 5 000 quetzales (de 88 a más de 632 dólares).

Aunque se puede encargar la confección de trajes típicos para las bodas, Quieju subrayó que algunos novios en los últimos años se visten a la manera occidental para su ceremonia de casamiento.

Aparte de hilar cortes y huipiles, los hijos de Santiago Atitlán pintan, cantan, esculpen. Las familias se ganan el pan en empleos relacionados con el comercio, el turismo, la agricultura y la pesca.          

Tomado del libro: Guatemala a segunda vista. Esencias culturales (Ocean Sur, 2020).


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