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La selectividad de la justicia brasileña

27 mar. 2019
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La cárcel para Michel Temer duró apenas un fin de semana largo. Cuando algunos podían pensar que se hacía justicia encerrando a un personaje con una decena de procesos judiciales pendientes y un currículo turbio, las rejas se abrieron y salió en libertad para demostrar que la justicia en Brasil sigue siendo selectiva y con tarifa diferenciada para los que mueven los hilos del poder.

¿Por qué a prisión ahora? Temer se volvió prescindible cuando dejó de ser útil. Mientras fue presidente, libró de toda acusación porque debía funcionar como el trampolín necesario para el cambio político del país al que apostaba la derecha interna y externa. Se le usó para destronar el liderazgo y la gobernanza del Partido de los Trabajadores. Es así que traicionó su acuerdo de fidelidad al PT, el cual le valió la vicepresidencia durante las gestiones de Dilma Rousseff, para ser uno de los activos conspiradores del impeachment que puso fin al mandato de Dilma y le abrió las puertas del Palacio de Planalto sin haber sido electo, en franca actitud golpista al estilo parlamentario de moda en la América Latina de estos tiempos. Aguantó por dos años los embates de una crisis política y económica de la cual intentó responsabilizar —como le ordenaron— al partido izquierdista caído en desgracia por los escándalos de corrupción pero que, a todas luces, se recrudeció con las decisiones administrativas de su gobierno de facto. En la era Temer, la privatización del país fue el pan de cada día, acompañada de dos prácticas mortales para el brasileño de a pie: aumento de las tarifas a los servicios públicos y recortes a los beneficios sociales.

Temer contribuyó a satanizar la imagen del proyecto progresista que le antecedió y le allanó el camino al hoy ultraderechista que ocupa la jefatura de Estado. Pero entregando la banda presidencial el primero de enero de este año, se volvió un blanco fácil para otro nuevo capítulo de manipulación política y mediática. Su prisión preventiva fue otro golpe de efecto para crear la ilusión de imparcialidad en el sistema judicial brasileño que carece de tal reputación y a la par, desviar la atención pública de otras problemáticas como, por ejemplo, la impopularidad en ascenso del estrenado presidente Jair Bolsonaro —sobre todo después de su visita a Estados Unidos y el grado de sumisión que mostrara a su homólogo e ídolo Donald Trump— y las reformas que se avecinan, que dependen de la venia legislativa, siendo la del sistema de pensiones la más inmediata a sancionar.

A pesar de ello, fueron apenas 4 noches de reclusión pues al primer recurso de la defensa, se hizo la luz. Mientras algunos medios insisten en hacer notar que con Michel Temer ya van dos expresidentes en el gigante sudamericano detenidos por su presunta vinculación a la operación conocida como Lava Jato, es desacertado equiparar su caso con el de Luis Ignacio Lula Da Silva aun y cuando parezcan haber muchas coincidencias. Tan solo el hecho de que Temer ya goce de libertad dice cuánto de politización hay en el tratamiento jurídico a ambos exmandatarios. Al líder del PT se le negaron cuantos recursos y apelaciones presentó su abogado y se le condenó sin evidencia. Solo se le ha permitido salir para el funeral de su nieto por la presión popular nacional e internacional. Sin embargo, a su adversario prácticamente se le exculpa porque solo hay «suposiciones de hechos antiguos, apoyadas en afirmaciones». Diría el propio Temer que su arresto es una barbaridad, pero lo cierto es que bárbaro resulta el doble rasero de las estructuras judiciales en un país con al menos 150 políticos con altos cargos, involucrados en unos 50 procesos abiertos por corrupción, que ya han sido juzgados y sentenciados a penas que suman más de 2 mil 200 años, de acuerdo con un balance publicado recientemente por la fiscalía. Al tiempo que hay otra cifra no menor gozando de impunidad absoluta. Y lo peor es que la mayoría de los casos imputados ha sido por el uso de una estrategia que es en sí misma un boomerang: la denuncia premiada, es decir, ofrecerle rebaja de pena a aquellos condenados por delitos de corrupción si revelan información sensible sobre todos los involucrados. Esto hace que bien pueda descubrirse toda una trama o bien que algunos delatores puedan dar falso testimonio con el fin de enredar a inocentes.

La corrupción es un mal de larga data en Latinoamérica pero que, en los últimos 5 años aproximadamente, ha desatado un escándalo de enormes proporciones y no ha reparado en jerarquía política, clase social o signo político. En Brasil, esta especie de cáncer parece estar más extendido que en cualquier otro territorio de la región y es también donde mejor se ha aprovechado el fenómeno para atacar a la izquierda, a partir de la implicación de pejes gordos de la estatal petrolera Petrobras.

Ante los hechos, el presidente de turno se ha limitado a expresar: «que cada uno responda por sus actos, la justicia nació para todos». Ciertas palabras; si se las aplicase a sí mismo, si respondiese por su xenofobia, su racismo, su misoginia, su incitación a la violencia y al uso de las armas de fuego, e incluso por su reciente relación con sobornos y evasión fiscal. Sí, el otrora candidato íntegro, el enemigo declarado de la corrupción, asociado ya a sucesos de esta índole en menos de tres meses de mandato.

La historia de Temer apenas comienza y a pesar de que salta a la vista que jamás tendrá sobre sí el ensañamiento que sobre Lula se ha dado, evidenciando una persecución política indudable, puede tener el mismo final que Eduardo Cuhna, otro al que utilizaron para sacar a Dilma de en medio y luego esposar cuando cumplió su cometido. Y es que la dama de la justicia por estos lares ya no es ciega, usa espejuelos de distintas graduaciones.

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