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La pesadilla migratoria

25 oct. 2018
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Primero poco más de mil, ahora los medios dicen que unos 7 mil 500 son los caravanistas que se acercan a las propias narices de un enfurecido Donald Trump, el enemigo número uno del migrante hispano. La historia comenzó en Honduras hace 10 días, pero al paso se sumaron personas de toda la región centroamericana, en una práctica para nada inédita sino habitual: dejar atrás la miseria y la violencia en busca del vendido país de las oportunidades, solo que desde que habita cierto xenófobo en la Casa Blanca, las oportunidades se han traducido en más deportaciones, separaciones familiares, encarcelamiento de niños y una persecución sin límites, pasando por todo tipo de insultos: «asesinos, criminales y narcotraficantes», los más mentados.

A esto último volvió a recurrir el presidente racista, cuando todas las opciones le han ido fallando. Primero acudió a su chantaje financiero habitual y le advirtió a los gobiernos emisores de gente desesperada: o los frenan o no hay más generosas donaciones. Él lo verá como ayuda de la gran potencia: «solo puedo decirles esto. Les damos cientos de millones de dólares. Ellos no hacen nada por nosotros», pero resulta que en la concreta es una especie de indemnización por las huellas que la política norteamericana —sucesivas intervenciones militares, golpes de estado, comercio desigual, expoliación de recursos naturales y materias primas— ha dejado en esas naciones, o ¿por qué son hoy en día un nido de violencia callejera, corrupción política y drogas al por mayor? Atacar las causas del fenómeno del flujo migratorio sur-norte es la clave fundamental y no estigmatizar al ser humano que a fuerza de marketing se ha creído lo del sueño americano y a fuerza de costumbre rechaza su pesadilla nacional.

Luego, Trump decide desplegar militares en la frontera, ya que no le ha dado tiempo, ni le ha alcanzado el dinero —porque se lo han negado repetidamente en el Congreso— para construir el súper muro impenetrable que prometió en campaña y que luego se ha vuelto una de sus perennes obsesiones. Y ya por último, se ha dedicado a despotricar de los marchistas y dice que dentro de la masa heterogénea hay criminales y hasta terroristas del autoproclamado Estado Islámico que se mezclan con el resto de las familias, lo cual ha sido desmentido por altos oficiales de contraterrorismo. Pero nada de eso importa demasiado al magnate en su afán por repeler la caravana que para él es una turba. Toma entonces las represalias contra todos por igual: contra la madre soltera que no puede sustentar a sus hijos allí donde los alumbró, el padre que hace años no ve a su descendencia justamente porque vive del lado de allá, la jefa de hogar que emprende travesía para ayudar a los que dejó en casa más desvalidos, el joven amenazado de muerte si no se suma a las pandillas locales que tienen a la mafia y al crimen como formas de vida, los niños huérfanos por la violencia que se deriva de tanta pobreza, los sin techo, los desesperanzados.

Ya les digo, no es la primera vez que sucede. La diferencia es que ahora son muchos, en una misma causa y con vocación certera de no retroceso a pesar de las porras, de los cierres fronterizos, de los ríos crecidos, de la falta de comida, del cansancio, de las divisiones —algunos han quedado detrás de la frontera de Guatemala con México imposibilitados de avanzar, otros desfallecido en el camino azaroso, hay ya una que otra víctima mortal— y sobre todo, de la incertidumbre que les espera. Porque la pregunta de todos es ¿qué va a sucederles a estas personas? Apresurado responder, pero a muchos, casi seguro, les espera la cárcel por largo período y finalmente la deportación, aun y cuando pidan asilo, la mayoría no clasificará bajo el endurecimiento de las leyes y la política actual de «tolerancia cero».

Al menos han hecho el suficiente ruido mediático como para que se les tenga en cuenta, como para recordar que hay que buscar soluciones estructurales para que tales incidentes no se sucedan una y otra vez en el tiempo, para que pare o al menos disminuya esa huída, bien sea a cuenta gotas o masiva como lo es ahora. Solo un detalle cuando de medios hablamos: nótese que aquí el tema se ha tratado en su justa medida de lo que es: un proceso migratorio natural por las causas habituales que lo propician. Si se tratara de cubanos —recuerde el año 2015 cuando se dio el fenómeno de cubanos varados en Centroamérica— o si se tratara de venezolanos, como sucede con los que han salido recientemente del país, definitivamente otro sería el tratamiento. Los titulares hablarían crisis humanitaria, refugiados políticos, y personas que huyen de crueles gobiernos dictatoriales, y esas «víctimas» incluso se les trataría mejor, bajo el supuesto de que Estados Unidos ayuda a los que sufren violaciones de los derechos humanos, que parece no ser el caso de los integrantes de la caravana que nació en San Pedro Sula. Así de mañosa, hipócrita, tramposa y compleja es la política y los políticos.

Y por último y no menos despreciable es el elemento electoral. Todo se da a escasas semanas de los comicios de medio término en Estados Unidos, donde se renueva la totalidad de la Cámara de Representantes y un tercio del Senado, ambos hoy en manos republicanas. Bien podría haber cierta construcción y manipulación de la realidad a partir del asunto migratorio para incidir en las elecciones venideras, en la búsqueda de afectar la imagen del partido en el poder o simplemente favorecer la popularidad del presidente y su fuerza política, pues más de una vez su mano dura y sus comentarios extremistas le han caído bastante en gracia a los votantes fieles de su electorado.
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