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«Hacer de la vida semilla»: Frei Betto habla en Cuba sobre el Che

14 jun. 2017
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Defender siempre a Cuba y a su Revolución, como lo hace un amigo, aún cuando se tienen discrepancias o comprensiones diferentes, pero no esencialmente antagónicas, ha sido el compromiso permanente de Frei Betto con nuestra Isla y con Fidel.

El teólogo y educador popular brasileño recorrió el oriente cubano recientemente, como parte de la jornada de celebraciones por los treinta años del Centro Memorial Dr. Martin Luther King Jr., asociación de inspiración cristiana que anima y acompaña la construcción de un tejido social que toma cuerpo en dos redes nacionales: la red de educadoras y educadores populares y la red ecuménica Fe por Cuba en el aporte desde el protagonismo popular a la construcción de un socialismo más participativo, inclusivo y justo.

En cada uno de sus encuentros con la gente de pueblo en Guantánamo, Santiago y Bayamo, e incluso en Holguín, donde intercambió con un grupo más pequeño de ambas redes, Betto sintió la necesidad de que el Che cobrara presencia en sus discursos, porque no concibe hablar del socialismo, de la Revolución cubana y sus desafíos sin el reconocimiento a la lucha de Guevara y a su legado eterno.

«Siento mucha admiración por el Che, porque él se privó de todos los privilegios que había ganado, de estar en el gobierno, de ser ministro, de estar vivo, para donar su vida para que otros tuvieran vida», me comentó el intelectual brasileño durante el viaje de regreso a La Habana, pero la esencia de esa idea la escuché en todas sus intervenciones, asociada siempre al momento en que conversaba sobre Martí, sobre Fidel y sobre la educación popular.

«Guevara es testimonio de una formación política muy fortalecida. Siendo médico pudo haber ganado mucho dinero. Pero su viaje por América Latina y su contacto con la gente pobre cambió su visión del mundo, reafirmó sus valores, e hizo de él un revolucionario ejemplar», agregó.

A cincuenta años del asesinato de Ernesto Guevara, América Latina aún necesita mucho de la cultura solidaria, altruista, emancipadora que encarnó ese hombre. No es fácil globalizar la solidaridad cuando vivimos en un mundo donde se respira individualismo en cada espacio de la vida cotidiana de la gente.

«La vida depende de un movimiento eucarístico —dice Betto—, debemos aprender con la naturaleza que nos alimenta. Como Jesús, Martí, Fidel y el Che, nuestras vidas deben servir de alimento para dar otras vidas, para eso existe la espiritualidad religiosa y esa es la esencia de la propuesta revolucionaria».

«El Che podía haber estado en Cuba tranquilo, en paz con la historia, había sobrevivido heroicamente a la guerrilla, pero como un San Francisco de Asís de la política renunció a todos sus derechos para anónimamente meterse en el Congo y después en la selva de Bolivia, ¿para qué?: tuvo una muerte precoz para dar su vida, para que otros tuvieran vida», recordó Betto en Bayamo.

Ya lo había dicho dos días antes en Guantánamo con otras palabras: «Hoy pienso como Che Guevara, yo tengo que ser semilla para que otras generaciones puedan hacer la cosecha. Esa es la disposición revolucionaria de hoy, hacer de la vida semilla, para que los demás tengan vida en abundancia y plenitud».

La necesidad de una formación política permanente que concientice de qué manera se dan nuestras relaciones de poder o cuánto capitalismo reproducimos en nuestro día a día no depende solo de la educación formal que proporciona la escuela o los medios de comunicación; es también responsabilidad de las familias, de las organizaciones de masas, y de otros espacios asociativos en los que las cubanas y cubanos compartan una identidad común. Solo así se disputan desde la cotidianidad los sentidos culturales del socialismo frente a la lógica depredadora capitalista.

Así lo recordó Betto en el oriente de esta Isla: «Ustedes saben que no hay neutralidad, si yo no soy formado en una concepción socialista, entonces soy formado en una concepción individualista, egocéntrica, consumista y sus aparatos de formación, que más bien son de deformación ideológica, son muy superiores a nuestros pequeños sistemas de educación política, pero hay que hacerlo, porque cada uno de nosotros dentro del corazón tiene sus valores. A partir de esos valores imprimimos una determinada dirección a nuestras vidas, y solamente nuestra coherencia con esos valores nos hace felices».

«La cantidad de sufrimiento de una persona depende del valor que le pone a las cosas que no tiene —me repetía varias veces en nuestros diálogos el fraile dominico— Como decía Santo Tomás de Aquino: la envidia es el sufrimiento de no tener el bien del otro. Eso vale tanto para la bicicleta del vecino como para la belleza de la vecina. Pero, ¿qué sufrimiento tenía el Che en Bolivia? Ninguno, porque tenía un sentido solidario y altruista de su opción de vida. Si la Revolución cubana pierde esos valores encarnados por Martí, Fidel, Raúl, el Che, Camilo, Celia, Haydeé, Vilma; no tiene futuro. Por lo tanto hay que garantizar una educación en valores para que las personas sean felices. Amar y compartir, todos los valores se reducen a eso».

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