Contrapunteo

¿Existe una guerra cultural en Cuba?

5 abr. 2017
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Transcripción revisada de una intervención en el espacio Dialogar, dialogar de la Asociación Hermanos Saíz.

Siempre que se me pide hablar de subversión política, hablo de lucha ideológica, y la remito a un ámbito cultural más amplio. Porque es de índole cultural la ofensiva general desplegada en los últimos años para modificar o destruir la contracultura socialista cubana, con el claro objetivo de aprovechar el fin biológico de la generación histórica que hizo la Revolución y el advenimiento de una nueva generación. La no aceptación del sistema político cubano, digámoslo de una vez, nada tiene que ver con principios o convicciones humanistas, sino con intereses económicos imperiales. Pero la Revolución constituye un valladar infranqueable para esos intereses: primero, porque recupera y enarbola la soberanía popular y la independencia nacional; segundo, porque estimula una cultura (o más bien, una contracultura) que se sustenta en el conocimiento y la participación social, y desestimula el consumismo y el individualismo. Ello no significa que en ella el individuo se subordine a la colectividad: es el capitalismo el que diluye la individualidad, la subordina al mercado y la masifica. El socialismo necesita recuperar la individualidad; el triunfo de una nueva cultura es lo que define el éxito en una Revolución.

Hablo de guerra cultural —quiero enfatizarlo— porque entiendo que ese concepto incluye lo ideológico y lo político. No se trata de la simple lucha por el poder: no es una guerra entre personas que están a favor o en contra de un gobierno. Se trata de una guerra de intereses económicos y geopolíticos entre un Poder que ejerce el control cultural sobre sus «súbditos» y un pueblo que se ha rebelado y que lo enfrenta apostando a la construcción de una contracultura, de un sistema de valores alternativo; la victoria o la derrota de esa rebelión se define en el concepto de felicidad, personal y colectivo, que prevalezca. Por eso es tan importante entender que la prosperidad en el socialismo pasa por la satisfacción de las necesidades materiales, pero no es homologable a la «prosperidad» que ofrece el capitalismo a sus «vencedores». Lo que intenta la subversión cultural (ideológica, política) es cambiar la mente de los rebeldes. Quieren que los cubanos —y como es obvio, especialmente los jóvenes— cambien su manera de pensar, sus ideales, sus expectativas; pretenden escalonar un proceso de cambios en la mente de los cubanos que los conduzca, con o sin necesidad de un cambio de gobierno, al capitalismo.

Porque existen dos maneras de entender las relaciones entre las personas y los objetos, que se expresan en lo que llamamos, de una parte, la cultura del ser y de la otra, la cultura del tener. Entiendo por cultura del tener una forma de vida que se rige por las leyes del consumismo —no las del consumo—, que nos convierte en esclavos de las cosas, porque son estas las que establecen el valor de cada persona y determinan su éxito personal y social. A la cultura del tener no le importa el origen del dinero. Es decir, el ser es relegado a un segundo plano frente al tener. Si la relevancia social de una persona está determinada por el alcance de su contribución social, no hay que ostentar lo que se tiene; si la determina el dinero que se acumula, lógicamente, hay que exhibirlo.

Cuando en Cuba hablamos de especulación —un término que nada tiene que ver con el de ostentación, pero que popularmente se usa como sinónimo—, lo hacemos para indicar el predominio de la cultura del tener en alguna persona. Hay un príncipe árabe que la revista Forbes ubica entre los diez hombres más ricos del mundo y que enchapó su avión personal en oro; ¿cuál es la diferencia entre ese personaje y aquel otro que se pasea por el barrio de Colón en Centro Habana o sube al escenario de un centro nocturno con tres gruesas cadenas de oro al cuello? La diferencia obviamente es cuantitativa (de cantidad de dinero), no cualitativa, ambos responden al sistema de valores de la cultura del tener. Es decir, yo valgo porque tengo tres cadenas de oro o yo valgo porque tengo el avión enchapado en oro.

Por supuesto, el socialismo no significa que la gente «no tenga». Eso sería un absurdo, no puede sostenerse una sociedad que no mantenga un consumo razonable que lleve a un mejor nivel de vida, que establezca en su horizonte, de algún modo, el progreso personal. Nos proponemos cumplir —sabemos que no se cumple—, la máxima socialista de que a cada cual se le exija según su capacidad y se le retribuya según su trabajo. En este caso, se ubica en primer lugar lo que cada quien es (lo que entrega a la sociedad) y por tanto, lo que merece recibir a cambio de su trabajo. En la sociedad cubana de hoy tenemos la pirámide invertida. Los Lineamientos del VI y VII Congreso del Partido Comunista de Cuba se proponen, precisamente, resituar la pirámide en su lugar y que las personas puedan ganar por lo que aportan y que esa ganancia esté sustentada en lo que cada individuo es (según sus destrezas, habilidades, esfuerzos, conocimientos, consagración).

Esto que parece muy general y que quizás parezca muy teórico, es sin embargo la base sobre la cual se estructura la confrontación entre la cultura del capitalismo y la cultura del socialismo, como alternativas opuestas de vida. Insisto en ello, porque hay personas que de alguna manera desechan esa contradicción, y al final terminan entrampados en ella. Lo que somos hoy en Cuba, lo que tratamos de construir hoy en Cuba, parte de una tradición nacional, de un pensamiento nacional, pero también de un concepto de vida diferente al capitalista.

Cuando a los cubanos se nos dice: ustedes tienen que ser «normales» —ya llevan cincuenta y ocho años de Revolución, regresen a la normalidad—, yo siempre pregunto: ¿qué nos piden? Lo normal en el mundo es el consumismo, lo normal en el mundo son las leyes bravas del mercado. Yo no quisiera que este país retrocediera. Creo que la gran victoria de Cuba es su «anormalidad» —para usar la misma relación terminológica, aunque lo anormal debiera ser considerado el mundo que hoy predomina—, en una sociedad global donde la injusticia y la indiferencia ante ella, son normales. Cuba marcha por un camino diferente e intenta conservarlo en un mundo extraordinariamente hostil, porque es un mundo diseñado por y para la clase hegemónica capitalista.

Cuando me preguntan ¿qué es lo que predomina hoy en Cuba, la cultura del capitalismo o la del socialismo?, yo tengo que empezar recordando que la cultura del capitalismo es la predominante en el mundo. La socialista es un proyecto en construcción y eso implica obviamente que nosotros somos consumidores de la cultura capitalista y que además, la reproducimos. Sin plena conciencia —a veces imitando formas que parecen novedosas o que son atractivas—, reproducimos los valores del capitalismo, en algunos programas de televisión, en el cine o en la literatura y también en nuestra vida cotidiana. Porque el socialismo no es un lugar de llegada. El socialismo es un camino hacia la negación y la superación del capitalismo; la contradicción entre los dos sistemas no disminuye, se intensifica durante el largo camino de superación.

Pongo un ejemplo muy actual: el tema de la corrupción, en la que los enemigos se ceban —nos la señalan con verdadero morbo— y nosotros la señalamos también, no con morbo, sino con preocupación, porque es totalmente contradictoria con el sistema. La corrupción nos sorprende, nos duele. Pero ellos quieren que creamos que es un grave problema «nuestro» y lo es, porque es un cáncer para el socialismo. La corrupción no se nota en el capitalismo porque es inherente a él; no destruye al capitalismo, a nosotros sí. La corrupción no es el resultado del socialismo; es la evidencia de que el capitalismo todavía se reproduce en nuestra sociedad. Digo más: algunas medidas inevitables que hemos instrumentado lo concitan, refuerzan esa lucha interna entre las tendencias capitalistas y las socialistas. Por eso son tan necesarios los tabiques legales y los morales. El socialismo presupone una ética social e individual superior, e implica un nivel mucho mayor de participación social.

Otro ámbito cultural que me parece esencial es el de la memoria histórica. Vivimos en un país donde la inmensa mayoría de la población nació después de la Revolución. Significa que estamos construyendo una sociedad alternativa a una sociedad que no vivimos, de la cual no tenemos vivencias personales. Y los jóvenes que mañana asumirán las posiciones fundamentales del país, tendrán que conducir la Revolución sin ni siquiera contar a su lado con la última generación que vivió el capitalismo, en medio de una guerra cultural de altísima intensidad. Porque no existe ningún proyecto de futuro que no se sustente en una tradición, que no tenga la vista puesta en un pasado, o mejor dicho, en una interpretación del pasado.

Respeto mucho los instrumentos científicos de los estudios históricos, creo que son importantísimos, pero al mismo tiempo, no dejo de recordar que toda interpretación —y la historia como disciplina social se sustenta en una permanente reinterpretación del pasado—, conduce a un futuro específico. Cada nueva época reinterpreta el pasado en función de un proyecto de futuro. En Miami, hay un monumento dedicado a los «héroes» de Playa Girón, es decir, a los mercenarios que desembarcaron por Bahía de Cochinos, pero para los revolucionarios cubanos, los únicos héroes posibles de esa gran victoria sobre el imperialismo son los milicianos que defendieron al país de la invasión. Aquellos son «héroes» de un proyecto de sociedad neocolonial o de un proyecto de estado anexado, estos son los héroes de la Patria libre. Lo que quiero decir es que no existe un proyecto de sociedad en el que todos, aquellos mercenarios y estos milicianos, sean al mismo tiempo héroes: cada sociedad tiene los suyos. Estos están en función de un proyecto de futuro.

Siempre recuerdo esta anécdota: en una ocasión estaba ayudando a mi tío a conseguir un cambio de vivienda y me tropecé con una señora que nos ofrecía un apartamento «con garaje»; visitamos el lugar y comprobamos que el apartamento que ella ofertaba ya no tenía garaje, porque había sido declarado monumento nacional. En ese local habían pasado la última noche de sus vidas en 1957 José Antonio Echeverría y algunos de los asaltantes al Palacio Presidencial y a Radio Reloj que luego murieron asesinados por el dictador Batista. Aquella señora se echó para atrás con una sonrisa en los labios y me respondió: «pero señor, José Antonio Echeverría solo es importante para este gobierno, en un futuro nadie se va a acordar de él». Sus palabras me resultaron tan ofensivas que de inmediato entablé una discusión con ella. Luego, con más calma, comprendí lo que ella —que ya se vislumbraba como empresaria de bienes raíces en una Cuba capitalista— había querido decirme, sin demasiada conceptualización: los héroes de una Cuba capitalista no serían ni Julio Antonio Mella, ni Villena, ni José Antonio Echeverría, ni Jesús Menéndez, Frank País o Ernesto Che Guevara. O sea, que el panteón de héroes sería otro.

Por eso cuando nos piden a los revolucionarios —que somos obsesivos con la verdad porque la necesitamos y toda revolución comienza alfabetizando a su población, empieza exigiéndole a su población que estudie—, que rescatemos y situemos a todos los personajes de la historia en el mismo lugar, están siendo hipócritas. Es cierto que en ocasiones hemos explicado los hechos históricos de forma maniquea, y que la victoria de nuestros héroes es grandiosa precisamente porque nuestros villanos no eran estúpidos o cobardes como a veces parece en la descripción de los hechos. Pero no existen panteones ecuménicos. Cuando uno llega hoy a los países de Europa del Este y observa que todos los héroes del socialismo, los propios y los ajenos, fueron arrancados de sus pedestales, comprende cuan hipócritas eran sus reclamos. ¿Cuáles serían los héroes de esa Cuba capitalista anhelada por ellos? Héroes de pacotilla. Ya se reescribe la historia: Batista «el benefactor»; Che Guevara, «el asesino».

Pero hay otra manera de reconstruir la memoria, y es por la vía emocional: nos quieren vender una imagen falsa de los años cincuenta, como si aquella hubiese sido una época de fiesta, de diversión. Nos venden una Habana llena de luces de neón, de bares y cabarets, de alegría… Después, por supuesto, el relato nos conduce hasta la aniquilación del paraíso por la Revolución; como decía en su canción Carlos Puebla (interpretándolo en un sentido literal, falso): «llegó el Comandante y mandó a parar, se acabó la diversión». Nos quieren hacer creer que los años sesenta fueron años de tristeza, de oscuridad.

Es una contraposición que no funciona racionalmente sino a nivel emocional, se apoya en elementos extra políticos, porque en el mundo entero hay cierta moda, cierta tendencia a recuperar la arquitectura, las imágenes de los años cincuenta, porque fueron años en los que el capitalismo norteamericano tuvo cierta estabilidad económica. Aquella década se convirtió en un mito que se retoma hoy, en medio de violentas crisis económicas. Pero a Cuba llega viciada por la confrontación entre sistemas, por la clara división de épocas que marca el año 1959. Y se nos siembra la idea de que tenemos que recuperar los ídolos de antes del cincuenta y nueve, cada pedacito de La Habana tal como era antes del cincuenta y nueve, como si aquella fuese nuestra verdadera tradición y quiero advertir que Cuba ha vivido ya más años en Revolución, que los que vivió durante la neocolonia. ¿Acaso la tradición de aquella primera mitad de siglo xx tiene más peso que la tradición forjada por la Revolución en la segunda mitad de ese siglo y en los años del nuevo? Algunos pretenden sustituir los nombres de las calles o de las tiendas —los que ya el pueblo identifica con los nombres actuales, no me refiero a los nombres que nunca fueron aceptados— por el que tuvo en la primera mitad del siglo xx.

Quiero que se entienda que hoy necesitamos del debate, de la discusión, como nunca antes, porque esta guerra cultural solo es posible ganarla desde el debate. Solo es posible ganarla desde la construcción de miradas críticas. De la capacidad que tenga la gente —sobre todo los jóvenes— de discernir lo que es bueno y lo que es malo. Hay una gran exposición en estos momentos de materiales, hay un trasiego de información que no tiene nada que ver con lo que el estado produce y distribuye. Las nuevas tecnologías introducen esa posibilidad. Hay videos clip cubanos (hechos por particulares), en los que los cantantes traen en las manos fajos de billetes y lo lanzan al aire, se rodean de bellas mujeres insinuantes, disfrutan del poder que otorga el dinero. No se exhiben en la televisión, pero corren por todo el país y muchos jóvenes lo ven.

Tenemos que educar la capacidad crítica en los jóvenes. Una capacidad crítica que permita que lo vean todo —y yo creo que los jóvenes deben verlo todo y saber discernir— y eso tiene que interiorizarse en los comités de base, en las brigadas de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y en los colectivos de profesores. Yo creo que un maestro de secundaria tiene que ver las series juveniles que pasan en televisión y también probablemente, las que distribuye «el paquete» y debe conversar con los muchachos después sobre esas series o telenovelas, no para impugnarlas, sino para aportar otra mirada, otros argumentos que amplíen la capacidad de recepción de sus alumnos. Los maestros pueden hacer mucho en ese sentido.

En el punto en que estamos, lo peor que nos puede pasar es que pensemos que andamos con una coraza, cuando en realidad no tenemos ninguna. La única coraza que tenemos es la de las ideas, la del conocimiento crítico, entrenado en el debate revolucionario. Hoy las nuevas tecnologías hacen que todo ese sistema de construcción de mentalidades individualistas y consumistas, reproductoras del capitalismo, esté en la calle, dialogando con la gente. Tenemos que enfrentar ese hecho desde la cultura, desde el debate crítico. Lo único que nos puede salvar es la conformación de un pensamiento crítico que sea capaz de discernir. Esa capacidad crítica no surge de un conocimiento especial, sino de un entrenamiento especial: el debate.

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Comentarios

2 realizados
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23 feb. 2017 a la(s) 10:14 p. m.
Pedro dijo:
El tema necesita ser discutido, no solo en el ámbito de la intelectualidad. Sin duda, Cuba atraviesa momentos difíciles. Los jóvenes debemos tener claro qué principios defender y a qué futuro queremos apostar.
23 feb. 2017 a la(s) 10:27 p. m.
Rodolfo dijo:
En respuesta a: Pedro
Pedri, es como lo que discutíamos en la universidad: la disputa más grande será en el campo de las ideologías. Me pregunto si como generación estamos claros de los peligros que pueden atentar contra nuestro proyecto de socialismo, algunos de los cuáles fueron alertados por Fidel en el Aula Magna de la UH, precisamente cuando nosotros lo escuchábamos desde la Plaza Cadenas.