Contrapunteo

¿Elecciones o sorteo?

8 abr. 2021
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La realidad política de Perú parece sacada de una serie de Neflixt, como si brillantes guionistas hubiesen exprimido su creatividad para mezclar corrupción a borbotones, presidencias exprés —3 presidentes en una semana en noviembre de 2020—, escándalos de todo tipo como el «vacunagate» —donde se vacunó contra la Covid-19 el amigo del amigo, el político mañoso y el que los peruanos creían menos corrupto, Martín Vizcarra, y hasta el perro con pedrigrí mucho antes que el médico que lo necesitaba o un anciano vulnerable—, suicidio para eludir prisión como sucedió con el exmandatario Alan García,  ingobernabilidad por una preocupante tendencia parlamentaria a boicotear el ejecutivo, todo esto aderezado con altas cuotas de penuria social.

Lo que ha vivido el país en los últimos 20 años, por solo hablar de la época post dictadura, recoge hoy sus consecuencias en la coyuntura electoral. Lo novedoso no son los 18 aspirantes a presidente —Ecuador tuvo 16— sino que, a escazas 72 horas de los comicios, ningún candidato mantiene estabilidad en sus porcentajes de voto y lucir 10 puntos de intención ya se exhibe como el mayor triunfo. De 18, unos 5 o 6 contendientes se turnan la pírrica gracia popular, si se le puede llamar gracia a las estadísticas de las encuestadoras que lo único real que ilustran es el descontento a gran escala y la apatía generalizada por la política y los políticos, y donde, si el voto no fuese obligatorio como lo es, la abstención sería reina y señora. Tal parece que, en lugar de una elección por simpatía política, los candidatos están en una especie de sorteo y a la gente le da más o menos igual el que salga victorioso.

Por tanto, como los peruanos tienen que votar sí o sí para no enfrentar una multa que sería agregar deudas a sus muchas deudas o, de no pagar, perder derechos ciudadanos —como la posibilidad de salir del país o la realización de trámites legales comunes como pedir una certificación de matrimonio—, es de esperar que las boletas en blanco o anuladas sean las verdaderas ganadoras por delante de aquellos dos candidatos que queden en un apretado y pegado al sótano primer y segundo lugar para el asegurado balotaje.

Se hace imposible hacer vaticinios ante semejante desgano a la hora de enfrentarse a sus opciones en boleta. Las fórmulas que podrían enfrentarse en segunda vuelta pueden ser variopintas. Por demás hay de todo como en botica: un exjugador de fútbol, el novato en estas lides George Forsyth, que podría exprimir su simpatía de deportista si no cometiera los desatinos de decir, por ejemplo, que las vacunas sobran en el mundo, además de juntarse con políticos impopulares y no tener muy clara su agenda de gobierno; varios exmilitares, entre ellos uno acusado por asesinato; empresarios con mucha sed de poder y escasa vocación de servicio; exponentes de la derecha clásica como el caso del economista neoliberal Hernando de Soto, con recetas más que ensayadas y el resultado es el Perú de hoy; un expresidente como Ollanta Humala incapaz de asumir el descrédito que lo rodea; dos exreclusos aun con deudas judiciales por la megacausa de corrupción  Odebrecht, el mismísimo Humala y Keiko Fujimori, ésta última todo un personaje heredera de sangre y convicción política del dictador Alberto Fujimori, a quien todavía hoy se le descubren nuevos crímenes pero su primogénita dice que si gana la presidencia, lo indultará, y no solo eso, promete rescatar políticas de su padre.

Tenemos además un espécimen digno de estudio psicológico, Rafael López Aliaga que adora al mandatario brasileño Jair Bolsonaro, tan ultrareligioso como ultraderechista y ultraconservador, según sus propias confesiones: enamorado de la Virgen María, célibe en los últimos 40 años y ha dicho que hasta se autoflagela para reprimir sus deseos sexuales, y tales posiciones las extrapola a sus propuestas de gobierno. Y está además el que comenzó la campaña con más empuje y aun hoy no se ha desinflado del todo, Yonhy Lescano, un candidato zigzagueante: pertenece a un partido de centroderecha, se dibuja ahora ante sus electores como de izquierda y luce posiciones abiertamente de derecha, y para rematar, es compañero de militancia de Manuel Merino, el presidente que por fuerza de la presión popular solo disfrutó el puesto 5 días, y tiene dos muertos a su cuenta a causa de la represión contra los manifestantes. Resulta altamente contrastante que la ciudadanía haya arremetido duro contra Merino y ahora aúpa en cierta a medida a un exponente de su mismo partido, que podría ser el de más posibilidades a disputarse la segunda vuelta.

¿Y la izquierda dónde queda? Dividida en dos candidatos que no parecen muy amistosos entre sí, y sorteando estigmas como es usual en el área. La de mejores posibilidades, Verónica Mendoza, quien ya se midió en urnas en 2016 y quedó tercera y, por otro lado, Pedro Castillo, maestro, menos político y más apegado a la resistencia popular, con tradición de huelgas y reclamos.

Mendoza ha sabido deslindarse del progresismo más radical para que no le hagan la jugada «castrochavista» y eso la ha mantenido en la pelea sin restar tantos puntos. Ha sido la más cuerda en los debates, la de propuestas concretas y reformas necesarias, que no le ha dado por mentir a lo tonto como sus contrincantes para sortear preguntas de aprieto y luce preparación. Pero progresista y feminista, la tiene difícil en el contexto peruano.

A todo el coctel le sumamos que, a la par de los comicios presidenciales, también se elige un nuevo congreso y el legislativo resultante debe quedar muchísimo más fraccionado y desprestigiado que el actual —que ya es mucho decir si recordamos los carteles en las protestas del pasado año con la frase «que se vayan todos»—; condiciones propicias para sabotear al presidente electo, para el surgimiento de nuevas crisis y para que la ingobernabilidad tienda a volverse crónica.

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