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El conflicto mapuche en medio de la santa palabra

17 ene. 2018
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El primer papa latinoamericano vuelve a pisar el subcontinente que lo vio nacer —aunque no ha incluido a su Argentina natal en ninguno de sus periplos— y esta vez su gira comenzó por Chile, una nación que reabrió todas sus heridas con la iglesia católica y sacó a relucir viejos conflictos mucho más vivos de lo que sus políticos quieren presentar. Pero este es un Papa singular, demasiado a la izquierda para unos, aunque la fe religiosa dice no conocer de ideologías. Por lo que, lejos de intimidarse, ha reconocido lo difícil de su viaje, ha cargado con los mea culpas y ha puesto en su agenda a un grupo marginado: los mapuches, a los que le habló en la ciudad de Temuco, en su tercer día de visita en el país franja de América del Sur.

Esta comunidad originaria de la Araucanía solo sube a titulares a ratos, cuando algún método de resistencia propio se hace eco de sus reclamos, tras siglos de sufrir todo tipo de discriminación cultural y social. Tal es el estigma hacia los integrantes de este pueblo, que han sido catalogados hasta de terroristas porque también han devuelto algo de la cuota de violencia que las fuerzas representantes del status quo le han proferido para aplacar sus demandas. De hecho, en alguna medida se les ha relacionado con los ataques incendiarios a varias iglesias chilenas como acto de sabotaje ante la llegada de Francisco.

Y como todo fenómeno, la historia condiciona el presente. Los indígenas y la iglesia se declararon enemigos desde el inicio de la colonización-evangelización. No fue el cacique Hatuey el único quemado vivo en la hoguera por españoles ni el único probablemente en negarse a convertir en cristiano para ir al cielo, para no correr el mismo destino que sus inquisidores crueles. Los conquistadores enviados por la metrópoli europea estuvieron entre los primeros en despojar a esas poblaciones de sus costumbres, riquezas, tierras y libertades, las que antes también habían ofrecido rebeldía frente a los incas. La práctica de la expoliación de bienes y derechos se convirtió en herencia que hasta nuestros días se impone aún en medio de gobiernos presuntamente democráticos e inclusivos.

El mapuche ha sido considerado entonces como obstáculo para el progreso, la llamada civilización y el avance económico, para este último esa etnia se convierte en la espina en el zapato. Baste decir que hasta la famosa marca italiana de ropa Benetton, devenida industria de la moda y grupo trasnacional en expansión de sus utilidades y productos, ha hecho presencia y gala de poder allí donde la «gente de la tierra» —etimología de mapuche— tiene su hogar y reivindica su territorio ancestral —Wallmapu— y autonomía.

Es precisamente a esa extranjerización de la tierra o su privatización a manos de nacionales con propósitos similares de saqueo a la que se oponen fervientemente los mapuches que no solo ocupan territorio chileno —aunque en Chile tienen mayor presencia con cerca de un millón de habitantes— sino también regiones de Argentina. Huelgas de hambre, protestas y manifestaciones de mayor o menor impacto e incluso, como decía anteriormente, acciones violentas han intentado frenar a compañías forestales, proyectos energéticos bastante invasivos y a otros personajes del capital industrial privado, como también las cruzadas de algunos gobernantes por homogeneizar el país.

El conflicto no se circunscribe a empresarios y políticos, también llega a la Iglesia, que más allá de los prejuicios del pasado, hoy día se presenta como un expropiador más, pues se ha adueñado de terrenos allí donde incluso ha logrado convertir a mapuches en cristianos católicos.

Que el Papa entonces haya saludado en «mapundungun», la lengua mapuche: «Mari, Mari (buen día), "Küme túnngün ta niemün (la paz esté con ustedes)»; que les hablase de unidad, buen vivir y paz no ha sido suficiente para esa comunidad autóctona. Hubo elogios, llamados a la convivencia armoniosa y su rechazo a las injusticias cometidas contra los pueblos originarios de esta región. «Arauco tiene una pena que no la puedo callar, son injusticias de siglos que todos ven aplicar», dijo citando a la cantautora chilena Violeta Parra y desatando aplausos entre la multitud.

Pero no fue igual de bienvenida su condena a la violencia, que aludía a los actos de los mapuches más radicales en la reivindicación de sus derechos. «No se puede pedir reconocimiento aniquilando al otro, porque esto lo único que despierta es mayor violencia y división», afirmó Francisco. Pero fue más allá al advertir que «La violencia termina volviendo mentirosa la causa más justa». Y quizás esto dejó un sabor amargo en la gente, aunque no le faltara razón al sentenciar que «La violencia llama a la violencia, la destrucción aumenta la fractura y separación». La santa palabra, no constituyó un mensaje contundente para muchos líderes mapuches. Otros aprovecharon la ocasión para exigirle al Estado chileno mayor compromiso, hacerse cargo del abandono de la región y cumplir con el título de la misa papal «Por el progreso de los pueblos».

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