Contrapunteo

¿DÓNDE VA A EXPLOTAR LA CALDERA?

1 abr. 2019
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Desde el triunfo de la Revolución Cubana, uno de los objetivos de la política norteamericana ha sido aumentar las presiones internas para desestabilizar el país. En tal sentido, se destacan los efectos del bloqueo económico y las tensiones migratorias. La manera gráfica en que algunos han descrito esta política es “meter presión para que explote la caldera”.

Obama se distanció de esta estrategia al considerarla una política fallida, su objetivo era todo lo contrario, facilitar el desarrollo del capitalismo en Cuba y las relaciones con Estados Unidos, en la esperanza de que los cubanos terminaran por repudiar el socialismo. Era una aplicación de libro del llamado “poder inteligente”, que guiaba su política exterior.

Por razones que parecen muy asociadas con sus aspiraciones electorales, Trump ha vuelto a la vieja política de tratar de reventar la caldera cubana. Ha recrudecido el bloqueo y generar tensiones migratorias vuelve a ser un ingrediente de esta receta.

Se ha llegado a extremos que parecían impensables. Con la excusa de los etéreos ataques sónicos, se cerró el consulado en Cuba y de manera unilateral prácticamente han sido cancelados los acuerdos migratorios. Una reliquia de las escasas relaciones bilaterales que, al margen de los constantes conflictos, había sobrevivido desde 1994, porque eran del interés de ambos países.

Tal decisión convirtió a los cubanos, antes los grandes privilegiados de la política migratoria norteamericana, en uno de los grupos menos favorecidos por la misma. Los programas de reunificación familiar, concebidos para que al menos 20 000 cubanos emigraran a Estados Unidos cada año, han sido reducidos al mínimo. Por otra parte, las visitas a Estados Unidos, que llegaban a decenas de miles de personas cada año, apenas alcanzaron 4 000 en 2017, debido a las dificultades y los gastos que implica tener que gestionarlas en otros países.

Estas restricciones acaban de completarse con la eliminación de la visa de entradas y salidas múltiples por cinco años. Para ello se utilizó la excusa de que Cuba no actuaba de manera recíproca con los viajeros norteamericanos, cuando en realidad viajar a Cuba es tan sencillo para estas personas, que en ocasiones basta comprar una tarjeta de turista en cualquier aeropuerto.

Tales medidas sin duda crean descontento y tensiones en Cuba, toda vez que afectan un área tan sensible y abarcador como las relaciones familiares, pero nada indica que el país esté abocado a algún tipo de explosión social, como consecuencia de estas limitaciones.

En parte, porque la política migratoria cubana no impide que se viaje a otros países y los cubanos son bien recibidos en muchas partes. Según datos del MINREX, el pasado año, 200 000 cubanos hicieron uso de esta posibilidad.

Es difícil suponer que la actual política norteamericana genere algún tipo de apoyo en Cuba, máxime cuando todo el mundo sabe que el gobierno cubano no es el culpable de esta situación.  

De hecho, sectores identificados por el gobierno de Estados Unidos como potenciales agentes de cambio en el país, dígase el emergente sector privado, se han visto particularmente afectados por estas medidas. Incluso los llamados grupos disidentes, que actúan bajo el patrocinio norteamericano, se han quejado de las dificultades que ahora tienen para viajar a Estados Unidos, una de sus principales motivaciones.

Algunos opinan que esta política tendrá que cambiar por las afectaciones que genera para los servicios encargados de conocer la realidad cubana, pero cabe preguntarse si realmente a sus propugnadores les interesa que el gobierno de Estados Unidos tenga la capacidad de producir una visión objetiva sobre Cuba.

Históricamente, la política de Estados Unidos hacia Cuba se ha construido sobre premisas falsas, para actuar según objetivos preconcebidos. La mayor parte del tiempo, el gobierno de Estados Unidos ha terminado por creerse su propia propaganda y actuado en consecuencia.

La extrema derecha cubanoamericana ha sido un componente esencial en la construcción de esta matriz mediática y un patrón de su actitud ha sido oponerse a los contactos con Cuba o dificultarlos cuando han tenido la influencia para hacerlo.

Estos grupos desencadenaron una feroz campaña terrorista contra los emigrados que aceptaron el diálogo con Cuba y la reanudación de las visitas al país en 1979. Atacaron de manera violenta cualquier manifestación de intercambio cultural o deportivo entre los dos países y se opusieron con vehemencia a los acuerdos migratorios de 1984 y 1994.

Alentado por estas personas, George W. Bush redujo la posibilidad de los viajes de los emigrados a Cuba a uno cada tres años y el concepto de familia, para poder viajar, fue constreñido a los vínculos consanguíneos de primer grado.

Sin importar el daño que provocan a las personas que dicen representar, la influencia que ha adquirido la extrema derecha cubanoamericana en el gobierno de Donald Trump ha servido para revitalizar estas políticas.

En realidad, las posiciones de estos grupos solo se avienen a las ideas e intereses del llamado “exilio histórico”, aquellos que arribaron a Estados Unidos antes de 1973 y en su mayoría provenían de los sectores más privilegiados de la sociedad cubana antes de la Revolución.

Este grupo alcanzó posiciones dominantes en la comunidad y, más allá de su intransigencia política, se ha caracterizado por su desprecio hacia aquellos cubanos que arribaron después, portadores de otra experiencia existencial y vínculos más estrechos con la sociedad cubana.

No es nada extraño entonces que la extrema derecha dinamite los acuerdos migratorios, ponga trabas en los contactos familiares e incluso proponga una revisión de la ley de Ajuste Cubano, baluarte de la excepcionalidad de los inmigrantes cubanos.

Es cierto que hasta ahora no se aprecian reacciones significativas en la comunidad cubanoamericana contra estas políticas. Por el contrario, se han soliviantado las posiciones más agresivas, estimuladas por el discurso y las acciones de Donald Trump contra Cuba.

Ello, además, contribuye a reforzar el miedo que, desde siempre, ha sabido imponer la extrema derecha al resto de la comunidad.       

Sin embargo, no es posible sostener indefinidamente una política que contradice la opinión de la mayoría, atropella los sentimientos de muchas personas, afecta a una red de negocios de considerable importancia para el estado de la Florida y perjudica a grandes empresas norteamericanas, interesadas en el mercado cubano.

La caldera de la comunidad cubanoamericana también está recibiendo muchas presiones, ya ha mostrado salideros, y puede explotar en cualquier momento, poniendo en crisis una estructura política fundada en el culto al odio, que no tiene sustento en la realidad.

 

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