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Coordenadas para leer un discurso esencial

16 ene. 2019
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El año 1968 es clave en la historia reciente de Cuba. Los ecos de la muerte del Che, el Congreso Cultural de La Habana, la Ofensiva Revolucionaria, la aceleración de los planes que apuntaban hacia la zafra de los diez millones y el impacto en la Isla de las convulsiones internacionales dieron vida a un escenario que, en más de un sentido, marcó un punto de giro en el devenir de la Mayor de las Antillas.

Justo en esta coyuntura le correspondió a la todavía joven Revolución Cubana conmemorar el inicio de la gesta independentista inaugurada en Demajagua. El centenario del despegue de la lucha anticolonial coincidió con un momento de definiciones para un proceso que había asumido a la epopeya mambisa como referente.

Desde los años de lucha contra el batistato, el movimiento revolucionario se entendió a sí mismo como heredero del esfuerzo libertario mambí. La Generación del Centenario proyectó su lucha contra la dictadura a partir de la relectura radical del ideario independentista, en especial del pensamiento de José Martí. El Apóstol irrumpía como el autor intelectual de los sucesos del 26 de julio de 1953, al tiempo que se invocaban como soportes en el combate por una «república digna y decorosa» a «la furia loca de Gómez y Agramonte» y «al heroico gesto de Maceo». Esta conexión simbólica entre los revolucionarios de los cincuenta y los independentistas del ochocientos se hizo explícita en el discurso político desplegado por el liderazgo rebelde en los estertores del régimen batistiano cuando, ante las maniobras de la reacción para boicotear el triunfo, Fidel proclamó que esta vez los mambises sí entrarían en Santiago de Cuba.

La cercanía de la Revolución de 1959 con la epopeya anticolonial tuvo como núcleo central la identificación de los combatientes antibatistianos con el frustrado programa de transformación de las estructuras sociales que había sustentado al empeño mambí. La modelación de una república soberana, inclusiva y democrática, devenía el objetivo común que unificaba una tradición de lucha contra la opresión.

Reconocer la existencia de esta continuidad histórica no puede llevarnos a soslayar los usos políticos presentes en la apropiación del legado mambí. La gesta anticolonial fue utilizada por el nuevo poder como parte de sus estrategias de legitimación. El despliegue de tal accionar no constituía una novedad en Cuba, pues a lo largo de la república burguesa las fuerzas contendientes en la arena pública habían impulsado iniciativas similares.

En su arremetida contra el imperialismo y la burguesía, el poder revolucionario no dudó en convocar a los mambises. La entrada de Camilo Cienfuegos a La Habana al frente de una revitalizada caballería el 26 de julio de 1959 constituye manifiesta expresión de cómo desde los nuevos tiempos se hacía un guiño a las batallas del pasado. Céspedes, Agramonte, Gómez, Maceo y Martí tenían su puesto en las trincheras junto a los jóvenes milicianos que arriesgaban su vida en la aventura de refundar la nación.

La Revolución se autodefinió como la consumación de las luchas históricas del pueblo cubano y a partir de tal condición impulsó la revisión del decurso insular, con el propósito de ponderar los hitos cimeros de la larga lucha que había derivado en la victoria final de los oprimidos. Resultaba preciso dinamitar la historia burguesa, pues se consideraba que esta, por motivos ideológicos, había falseado con su relato el devenir patrio. La historia, al decir de Manuel Moreno Fraginals, era un arma decisiva en la superación de un pasado donde «los más» habían soportado el yugo de las minorías explotadoras. El acto liberador que se desarrollaba en el presente tenía como correlato ineludible el ajuste de cuentas con una narración que escamoteaba pasajes imprescindibles de la evolución nacional.

Este ambiente se vio fortalecido por la creciente presencia del marxismo dentro del escenario ideológico del país. La consolidación de lazos políticos y económicos con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y la asunción del socialismo por la Revolución, crearon condiciones para el arraigo de esta corriente de pensamiento. Las ideas marxistas —ya esbozadas historiográficamente en Cuba desde la llamada década crítica— se convirtieron en una nueva plataforma analítica para el diálogo con la historia nacional. El papel de la lucha clases, la importancia de los condicionamientos económicos en el acontecer histórico, la revalorización del accionar de los sectores subalternos y el análisis del influjo en la realidad cubana del fenómeno imperialista alcanzaron un posicionamiento importante dentro de la mirada que se dirigía al decurso patrio.

La generalización del marxismo trajo consigo importantes debates en el ámbito historiográfico, ya que una interpretación mecánica del mismo constituyó el soporte para el despliegue de concepciones que impugnaban elementos troncales del proceso formativo de la nación. En los sesenta emergieron tendencias que, sustentadas en un análisis clasista —dogmático y unilateral—, pretendieron demoler buena parte del panteón nacional. Si bien no se llegó en Cuba a los excesos visibles en los países de Europa del Este, no es menos cierto que el revisionismo inmoderado encontró en la Isla más de un adepto.

El discurso pronunciado por Fidel Castro en la conmemoración del centenario del alzamiento cespedista de 1868 constituye manifestación explícita del complejo contexto hasta aquí descrito. El líder de la Revolución —en perfecta sintonía con una práctica ya habitual— utilizó la historia, específicamente la gesta del Ejército Libertador, como mecanismo de legitimación del proyecto político que comandaba. En su argumentación, los revolucionarios de la década de 1960 se erigían como fieles continuadores de la lucha iniciada el 10 de Octubre. Al mismo tiempo, la intervención de Fidel ponía límites a la embestida crítica que ciertas fuerzas propulsaban contra figuras y sectores del independentismo, a partir de la ya referida vocación iconoclasta de supuesta raigambre marxista. El socialismo cubano reforzaba su validez mediante la exaltación de sus lazos con la epopeya mambisa, al tiempo que la Revolución socialista vindicaba, frente al embate desmesurado de algunos, a la generación insurrecta de la cual se consideraba heredera.

Durante la velada conmemorativa por el centenario, Fidel cuestionó las estructuras que condicionaron la mirada republicana a las guerras de independencia. En su opinión, el carácter neocolonial del país durante casi seis décadas resultó un obstáculo para la valoración integral de las complejidades del universo mambí. Solo en la Revolución, como marco de cristalización de las aspiraciones de justicia por tanto tiempo preteridas, podía apreciarse y reconocerse en toda su magnitud la aventura heroica del mambisado.

Debe subrayarse que el sentido político del Discurso del Centenario no convirtió a esta pieza oratoria en portadora de una teleología simplista. Fidel propuso un esquema interpretativo que, sin renunciar a soportes básicos conectados con los usos políticos de la historia, abría el camino a la pluralidad de criterios que debía emanar del ejercicio de la investigación. De hecho, el 10 de octubre de 1968 el líder revolucionario convocó a sumergirse con rigor científico en el acontecer histórico del país.

Empero, el espíritu que presidió la interpretación fidelista fue tergiversado a inicios de los setenta dentro de un contexto caracterizado por el empobrecimiento del escenario cultural de la Isla. En los marcos del llamado «quinquenio gris», se empoderaron concepciones de sello dogmático que pusieron fin al clima de apertura y debate que caracterizó al decenio inaugural de la Revolución. Fueron estos los años del reinado casi absoluto del materialismo dialéctico de sello soviético, el cual corporizó en el afianzamiento de visiones muy esquemáticas, que propulsaban la construcción de un relato plano y maniqueo sobre el decurso histórico del país. La propia enseñanza de la historia de Cuba terminó disuelta dentro de una disciplina generalizadora que analizaba, en perfecta sintonía con los presupuestos estalinistas, el tránsito entre las diferentes formaciones económico-sociales a nivel mundial. Tal y como ocurrió con Palabras a los intelectuales, el Discurso del Centenario fue leído en clave estrecha por las fuerzas que controlaban la política cultural de la nación.

Por fortuna, a finales de los propios años setenta comenzó a restablecerse el clima de apertura e inclusión en el ámbito de la cultura. En un proceso paulatino que alcanzó su madurez tras el desplome del socialismo real, volvieron a ganar terreno las interpretaciones más flexibles acerca del decurso nacional, incluidas las defendidas por Fidel el 10 de octubre de 1968.

No obstante, todavía sobreviven ciertos esquemas acoplados con las lecturas más conservadoras del Discurso del Centenario. En la enseñanza de la historia nacional en los niveles preuniversitarios y en la divulgación de los contenidos relativos a esta entre la población se presentan, en muchas oportunidades, modelos interpretativos caracterizados por su rigidez. La socorrida referencia a la continuidad histórica tiende a homologar de forma burda situaciones cargadas de la especificidad inherente a los contextos históricos que les dieron vida. Aún persisten miradas teleológicas que parecen sugerir que no había otro destino para Cuba que no fuera el triunfo revolucionario de 1959. Este soslayo de las inmensas problemáticas que marcaron el decurso insular solo contribuye a modelar una narración monótona, causante de la apatía ante su historia de una ciudadanía que, consciente de las complejidades del presente, se resiste a creer que el pasado pudo ser tan simple.

El año 2018 resulta propicio para promover el acercamiento al Discurso del Centenario pronunciado por Fidel hace cincuenta años. En momentos donde Cuba vive cambios importantes es válido repensar nuestra historia desde el prisma analítico que nos legó el líder de la Revolución. A su vez, en esta célebre pieza oratoria encontraremos claves para el examen de la siempre compleja interacción entre historia y política.

Sin más, quedan los lectores invitados a sumergirse en un apasionado torrente de palabras en las que se condensan el universo mambí y las turbulentas circunstancias que enfrentaba la Revolución en el tempestuoso 1968. A cinco décadas de distancia, la consulta de este discurso no provocará indiferencia.

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