Contrapunteo

Che, independencia, soberanía nacional y socialismo

11 abr. 2019
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La concepción acerca de la independencia, la soberanía nacional y el socialismo ha estado presente de manera permanente en el debate de la génesis, evolución y desarrollo de la Revolución Cubana. En el caso particular del Che, existen antecedentes históricos y vivencias personales que contribuyen a entender por qué, después del triunfo de la Revolución, en escritos y discursos, se evidencia un interés marcado en definir y delimitar fronteras y diferencias con relación a otros procesos democráticos que no se correspondían con su modo de pensar y actuar.

Habría que señalar que –antes de conocer a Fidel en México en 1955–, el joven Ernesto en sus viajes por el continente reflexionó en algunas valoraciones propias sobre los movimientos sociales surgidos en América Latina, en particular dentro del contexto de su época, y de su relativa participación en lo que denominara «la última democracia americana: Guatemala y su derrocamiento».

Define al proceso guatemalteco como un eslabón más de una larga cadena que marca el flujo imperialista y el derrocamiento de gobiernos democráticos, que fueron estigmatizados, incluso, antes de asumir el poder y sustituidos por dictaduras militares, las que con posterioridad, como es conocido, fueron reforzándose y afianzándose como expresión de un poder absoluto y represivo, de larga data en la región.

Es, dentro de esas circunstancias, que se produce su encuentro con Fidel, después de la derrota de la revolución guatemalteca. Desde ese momento se siente atraído por el joven líder y su pasión por la liberación de su pueblo. Además de la empatía entre ambos y la visión que compartían en torno a la lucha revolucionaria, existe un documento identitario que los acerca más a esos objetivos comunes: el Programa del Moncada, desarrollado por Fidel Castro en La historia me absolverá.

Algunas interrogantes pudieran hacerse, basadas en reflexiones hechas sobre el tema, ¿consideró el Che programático lo enunciado en el documento o lo atrajo como un documento iniciático y unitario? De la lectura de algunos de sus trabajos posteriores podemos comprender su compromiso y la importancia que le concedió al Programa, aun cuando consideraba que no bastaba con que este se definiera antimperialista y se propusiera la conquista del poder político; era necesario, además, enfrentarlo a realidades inobjetables de sometimiento económico y político, factores claves en la pérdida de la soberanía nacional de los países dependientes.

Se conoce que –aunque no lo escribe explícitamente– en un primer momento apreció que el Programa podía haber contenido posiciones más radicales, quizá porque como a veces afirmaba, afloraba «el socioludo que llevaba dentro». Sin embargo, eso no fue óbice para suscribirlo como un programa basado en principios esenciales que describe la realidad de la historia de Cuba en momentos determinantes: las agresiones e intervenciones militares de los yanquis a su libre arbitrio; las corrientes anexionistas, la fruta madura y la Enmienda Platt, entre otros temas, como condicionamientos en que surge, evoluciona e implosiona el Movimiento Revolucionario 26 de Julio, organización insurreccional que desde su nacimiento estuvo ligada a los más altos intereses de la Nación cubana, al presentar batallas sin claudicaciones, como expresión de los intereses de todos bajo la advocación de la democracia, la libertad y el derecho de ser libres en un pueblo libre, siguiendo los preceptos martianos. Además de que el documento enunciaba claramente el camino a seguir cuando se produjera la toma del poder basado en fundamentos y raíces socialistas, al que se le incorpora al hombre como factor fundamental, haciendo valer el principio de José Martí acerca de la Nación de todos y para el bien de todos. Esa síntesis lo lleva a definir, en un primer momento, al MR-26-7 como policlasista, con una marcada radicalización, después de la toma del poder político.

Para el Che, desde la etapa de la lucha en la Sierra Maestra se demostró la coherencia entre el contenido del Programa y las acciones que se llevaban a cabo. Destaca, como principales, la eliminación de tácticas demagógicas y lo que para él significaba una condición esencial como movimientistas: ser los representantes de las masas populares.

Aparece así la masa como componente de participación en el proceso y este tema ocupará un espacio en sus concepciones sobre el papel del sujeto en el proceso transformador, a pesar de la aparente estandarización que pudiera emerger en determinadas circunstancias, particularidades que son explicadas con mayor concreción en su ensayo «El socialismo y el hombre en Cuba», escrito en 1965, pocos días antes de emprender su misión internacionalista en África.

Esos enunciados programáticos contenidos en La historia me absolverá permitieron crear, en opinión del Che, las condiciones necesarias para iniciar un proceso revolucionario que fuera capaz de transitar hacia el logro del desarrollo económico y la plena independencia nacional. Es en esos escenarios que enmarca el significado de la Soberanía Nacional y el Estado soberano al definir sus componentes esenciales: la soberanía política y la independencia económica, dos conceptos cuya estrecha vinculación explica en un artículo que escribe, en 1960, titulado «Soberanía política e independencia económica». Tanto la política como la economía guardan correspondencia con las transformaciones revolucionarias que se proponía la naciente revolución en el poder y la creación de un régimen interno que permitiera, como aspiración mayor, ejercer su plena soberanía.

Quedaba definido el primer nivel a enmarcar, el concepto de Soberanía nacional, porque, como se analizará posteriormente, lo nacional, va alcanzando, paulatinamente, una visión más abarcadora a escala regional, que abriría los espacios requeridos a una futura escala global, como verdadera expresión de la emancipación total de los pueblos.

Esa percepción permite entender, desde lo interno, por qué desde el triunfo revolucionario del primero de enero de 1959, el tema de la toma del poder político y lo que representa en un proceso como el nuestro, es definido con total claridad por Fidel y su vanguardia, en tanto poder revolucionario que debía ser capaz de rebasar la legalidad burguesa y porque de lo contrario ese poder, de forma inmediata, sería castigado por las fuerzas imperiales y la oligarquía, que harían todo lo posible por evitar su consolidación e intentarían ahogarlo económicamente. Dentro de esta concepción, eran ideas centrales la necesidad de obtener la independencia económica propia unida a una política exterior independiente. Ambas fueron calificadas por el Che como la gran batalla y el verdadero camino de la liberación; una batalla anunciada y convertida en idea premonitoria que se mantiene hasta nuestros días en un enfrentamiento permanente con el imperio norteamericano, aun cuando en estos días se transite por un camino de un cierto entendimiento bilateral.

En lo interno, el tema sigue siendo parte del debate actual dentro de las transformaciones económicas, políticas y sociales que se están llevando a cabo en la sociedad cubana, basado sobre todo en valoraciones acerca de si esa política en su efectividad, alcance y limitaciones puede considerarse portadora de vías idóneas para avanzar en un desarrollo integral y cuáles de estas modificaciones necesarias se deben introducir o cambiar para hacer viable la continuidad de la Revolución.

Retomar al Che en las actuales coyunturas, permite tener presente que la premisa de la unidad nacional basada, sobre todo, en la adquisición de una verdadera justicia social, ha sido sustentada en el modelo seguido por las reformas económicas aplicadas y encaminadas a la obtención de esos fines. En particular, la nacionalización de empresas nacionales y privadas es el momento de mayor radicalización y aceleración de nuestra concepción socialista, otorgándole al Estado el papel de gestor del desarrollo económico bajo una identidad y hegemonía propias y donde se engarzaban la soberanía nacional con el poder político y económico, para poder avanzar en dos direcciones fundamentales: en el desarrollo político y en el desarrollo económico, acompañados de una mayor socialización en todas las esferas de la sociedad.

Con ese poder otorgado, el Estado se ha caracterizado por una profunda centralización, aunque acompañado de formas peculiares de participación de las masas, al generar un proceso propio en el ámbito de la socialización, cuando se llama a las masas a participar en la apropiación de todos los medios que constituían ejes de explotación, convirtiendo al pueblo en un sujeto actor capaz de tomar el poder en sus propias manos para controlar los bienes incautados. Sin dudas, la puesta en práctica de esas acciones determinó un innegable avance y la obtención de resultados palpables en esa línea de desarrollo, aun cuando esas alternativas podían haberse ejercido con diversas modalidades y variables.

A estos cambios incesantes, se le suma la creación de organizaciones populares con fuerte arraigo (CDR, FMC, Milicias, entre otras), estructuradas con un relativo grado de autonomía y paralelas al Estado, que se profundizarían y abrirían de manera articulada con una mayor participación popular, elemento distintivo de esos primeros años del proceso revolucionario, convertidas en expresión genuina de democracia directa de nuevo tipo, a pesar de deficiencias estructurales y funcionales y algún exceso doctrinario o sectario propio de la época.

Es innegable que el nuevo Estado; su nueva organización social con su estructura y la acción de los nuevos actores sociales fueron ejes indispensables en la evolución y conformación del nuevo poder revolucionario. Como es lógico, el tiempo, los contextos, las dinámicas y los propios errores cometidos han originado cuestionamientos acerca de la continuidad de algunas de sus estructuras y funcionamientos y la necesidad de promover e intentar una mayor democratización del sistema participativo existente. La construcción de una institucionalización acorde con nuestro socialismo, materializada en la constitución de los órganos del Poder Popular, desde la década de los setenta, no ha bastado para la promulgación y ejecución de cambios y nuevas formas de gobernar.

La extensión, en el tiempo, de la continuidad de estas nuevas formas de hacer política, además de errores propios tuvo otros condicionamientos desfavorables al asumir aspectos del modelo vigente en el mundo socialista existente. Asumir ese modelo tuvo como consecuencias fundamentales la asunción de las mismas políticas burocráticas, dogmáticas, centralizadoras y sectarias, analizadas en profundidad por el Che en varios artículos, cuando de manera preclara penetró en las deficiencias manifiestas en su accionar.  

Se ha demostrado que las fórmulas empleadas frenaban, de manera contradictoria, el principio establecido en nuestra génesis como proyecto de nación con relación a una adecuada cohesión entre la socialización del poder político y el económico. No corresponde, en el presente análisis, explicar detalladamente la postura del Che y sus críticas respecto al modelo soviético; pero es necesario significar que si en su debido momento precisó el alcance de la verdadera soberanía nacional y la inclusión de un socialismo capaz de responder a nuestras condiciones y requerimientos, el que después midiera sus propias limitaciones a partir de las posibilidades reales del socialismo en un solo país y la necesidad de romper con el subdesarrollo y la dependencia como rasgos que impedían la interferencia en nuestro proyecto de Nación y en la inestabilidad del desarrollo social del país, evidencian hasta dónde pudo avanzar y en cómo entender los procesos que podían interferir en el camino que permitiera la obtención de una verdadera soberanía.

¿Pensó el Che acerca de los cambios institucionales necesarios para avanzar por ese camino? No están explícitamente ordenados ni abordados en su obra, aunque ya en «El socialismo y el hombre en Cuba» existe una aproximación al tema, en el intento de reflexionar sobre la necesidad de ir estableciendo un orden institucional que permitiera conformar los cambios necesarios en lo político, económico y social, bajo los signos del Socialismo como la alternativa más revolucionaria y democrática.

Che estaba convencido de que sin socialismo no puede existir la verdadera Democracia ni abrirse a espacios participativos. Por ello precisa con total claridad la necesidad de trazar objetivos para ampliar una mayor cultura política y a una verdadera ética de poder, engarzados con su concepción del hombre nuevo, cuya herramienta principal es la conciencia como parte consustancial a la construcción de una nueva sociedad.

Enfrentar los cambios que se experimentan en la Cuba actual, significa asumir las dificultades con una misma visión colectiva con que se hacía en los primeros años de poder revolucionario; pero creando las modalidades marcadas a partir de los contextos actuales, modificando y reforzando nuevos poderes en los gobiernos locales que impongan más eficiencia y a su vez mayor participación popular en la toma de decisiones, con el objetivo de ampliar la democracia participativa a través de los autogobiernos. En nuestro caso, siguen siendo retos a perfeccionar que pueden acercarnos a un camino más autóctono y realista.

Persisten, a no dudar, las incógnitas acerca de sus potencialidades particulares y si se logrará imponer, no como una instancia más dentro del poder institucionalizado como totalidad, sino como un autogobierno con un inmenso campo en la participación popular y su consolidación, convertido en un instrumento paralelo de ambos procesos. Se hace necesario evidenciar que la Revolución Cubana posee una dinámica capaz de ejecutar transformaciones acorde con los nuevos retos que se presentan en el mundo globalizado de hoy, un reto difícil pero necesario e imprescindible, si se quiere mantener vigente la obra de la revolución.

Aunque requiere de una mirada más profunda, el actuar político del Che está presente en el debate actual acerca de la transformación y expresión real del modelo socialista al que debemos aspirar. Es necesario, además, enfrentarlo al sometimiento económico y político que se está imponiendo, aun en sus modalidades más sutiles, pero que siguen siendo claves en la pérdida de la soberanía nacional, cada vez más debilitada en sus formas y contenidos.

Las dudas e imperfecciones no solo del socialismo cubano, pueden acercarnos al paso dado por el Che cuando renuncia a sus responsabilidades dentro del gobierno y el Estado cubano para emprender acciones internacionalistas, en el empeño de establecer las bases reales de la unidad de nuestros pueblos, «los mal llamados subdesarrollados», para integrar una fuerza de avanzada y de enfrentamiento a los poderes imperiales, cimiente de la soberanía regional y de la aspiración de transitar por un socialismo acorde a nuestras realidades.

Esa entrega, nos acerca a la realidad de su época y a una parte de sus tesis acerca del papel asignado por los poderes imperiales al neocolonialismo, ocultos en apariencia hasta la actualidad, pero con idénticos fines, aunque hayan sido definidos como estados independientes en su forma más contemporánea. Esa condición, a pesar del tiempo y los cambios aparenciales, continúa utilizando para sus intereses a sectores de poder nativos que se benefician de la dependencia sostenida, vistiéndola con un ropaje jurídico-legal de Soberanía, pero que, en esencia, cubren la verdadera relación de dependencia y los aleja de los verdaderos propósitos emprendidos en sus luchas por conquistar la independencia.

¿Fue una utopía del Che pensar en la integración de nuestros pueblos bajo esos signos? Basta repasar sus últimos escritos y discursos para entender la extensión y profundidad de sus propuestas y el alcance real de las mismas, al comprender que los sectores mayoritarios de esas naciones no integrados al sistema, no perciben que su lucha no es solo hacia el poder interno, sino también alcanza directamente al imperialismo en lo político y lo económico, por el entrelazamiento establecido con los intereses nativos.

Para el Che esa integración no era una mera utopía, estaba concebida como un movimiento escalonado capaz de propiciar acciones comunes y convertirse, paulatinamente, en acciones internacionales, como resultado del recrudecimiento de las contradicciones entre opresores y desposeídos. En primera instancia, la unidad nacional transita por la construcción de una base social capaz de emprender la lucha por la independencia, salvando las distancias del llamado «nacionalismo de élite» incapaz de establecer el necesario vínculo entre la soberanía y la justicia social ni un Estado transicional que los represente. Una condición necesaria es impulsar la independencia e integrar a la Nación en una unidad de poder diseñada con una estrategia política que elimine el atraso y se abra al desarrollo integral.

Basta mirar en discursos del Che –como el pronunciado en Punta del Este en 1961 y otros posteriores– para comprender la dimensión del papel imprescindible de la obtención de la soberanía y su visión de futuro con relación a la unidad e integración de nuestros pueblos bajo el compromiso de la solidaridad y las alternativas que promuevan la lucha por la emancipación, el socialismo ético, la plena participación de las masas, mayor democracia, el afianzamiento del poder político de todos los ciudadanos y una mayor cultura y educación, para acercarnos a cómo debe ser el socialismo autóctono capaz de enfrentar economías cada vez más dependientes, con más endeudamiento y estancamiento.

Es importante remarcar que aun hoy, los poderes imperiales mantienen como principio la absorción de todo el potencial revolucionario que existe en nuestros pueblos, su integración al sistema y la transformación del individuo controlado por los mecanismos de propaganda, del consumo y del poder político que invade, de forma permanente, todo los ámbitos de la vida social con el propósito de frenar o eliminar todo contrapoder que se oponga al espacio de poder estatal establecido, apoyándose en el criterio de que todo poder imperial posee instrumentos concretos para penetrar y manipular sus estructuras sociales. Es importante recordar que para el Che el poder y la autoridad en las sociedades dependientes actúan bajo el supuesto de una legitimación, pero que en última instancia funciona para apartar ese poder de la realidad social.

Poco ha cambiado en nuestros días, cuando el Estado burgués neoliberal retoma su aspecto integracionista, aparentemente como defensor del bien común; pero convertido en el mejor guardián de la coherencia, estabilidad interna y del funcionamiento del sistema en su conjunto. Sin embargo, la interrogante ante las exigencias que demanda el modelo económico imperante en el sistema universal hace pensar en el papel que le corresponde al Estado dentro de esos mecanismos. Su papel de garante en el funcionamiento de los mecanismos sociales tanto a nivel estructural como a nivel superestructural pasa por un deterioro que lo lleva a ejercer políticas coactivas, porque en definitiva ese Estado no es más que la expresión política del poder que representa y de la concepción concebida para entender el mundo como un solo sistema social, donde todos los países pasarían a depender de un único mercado de bienes y capitales.

Salvando las distancias y particularidades impuestas por el tiempo, ese fue el mensaje final del Che antes de tomar el camino de la lucha armada, al definir las acciones enemigas como una confrontación con las fuerzas revolucionarias que peleaban por su definitiva liberación. Sin embargo, se hace imprescindible e ineludible retomar el punto exacto de la línea en que se bifurcaron las rutas que impidieron su continuidad, ya bien sea por imitación, seguidismo o la combinación de ambos, para reflexionar sobre sus excesos o limitaciones, de forma que se pueda valorar la lucha en que se debaten muchos países de la región para hacer valederos las ansias libertarias de muchas generaciones.

Aunque el Che no alcanzó a palpar los procesos actuales, le cabe el mérito indiscutible de formar parte de una avanzada que señaló errores y apreciaciones equivocadas; pero nos dejó sus concepciones de la lucha revolucionaria y su ejemplo para avanzar en la obtención de un mundo mejor, de la plena soberanía y del socialismo como la alternativa máxima de la unidad y el desarrollo sustentable de nuestros pueblos.

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